No. 108 / Abril 2018


Cine y poesía


Incendia las estrellas



Ángel Miquel


Lo que cuenta la película británica Incendia las estrellas (Set Fire to the Stars, Andy Goddard, 2014) es, ante todo, cómo la vida de un individuo común y corriente puede ser arrollada por el contacto, aún si éste es breve, con la energía que desprenden algunos temperamentos excepcionales. Podría decirse que pertenece por eso al género de aprendizaje en el que maestros carismáticos dejan huella en alumnos sensibles, como ocurre por ejemplo en La sociedad de los poetas muertos (Dead Poets Society, Peter Weir, 1989). Solo que, en este caso, el alumno, el profesor norteamericano John Malcolm Brinnin (interpretado por Elijah Wood), tiene prácticamente la misma edad de quien lo transforma, el galés Dylan Thomas (Celyn Jones). La cinta, que recrea episodios reales de sus encuentros en el contexto del primer viaje del poeta a Estados Unidos en 1950, es una adaptación libre y resumida del libro de Brinnin, Dylan Thomas in America. An Intimate Journal, publicado en castellano como Yo conocí a Dylan Thomas. Diario íntimo (Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1959).

“¿Qué tan problemático podría ser un poeta?”, pregunta en tono conciliador, en la primera escena, un joven profesor de poesía que solicita la autorización de un grupo de académicos para acompañar a Thomas durante una serie de recitales programados en varios auditorios norteamericanos. Los integrantes de esa comisión dudan que Brinnin sea la persona más adecuada para llevar a cabo esa tarea, pues la mala fama de Thomas sugiere que puede ser realmente problemático. Sin embargo, otorgan su permiso para que lo acompañe. Cuando alguien le pregunta más adelante qué papel va a cumplir, el orgulloso joven dice que será “su Boswell, su amanuense”; al final de la película, luego de mostrarse que las precauciones de los académicos eran justificadas, Brinnin dice decepcionado que sólo llegó a ser “su protector y su niñera”. Y sin embargo, sin que aún lo sepa cabalmente, él ha cambiado.

En Nueva York el poeta se embriaga y escandaliza un día sí y otro también. Su acompañante no es capaz de evitarlo. Por eso, temiendo que Dylan no logre llegar sobrio a una presentación ante un reducido grupo en la Universidad de Yale, que uno de los patrocinadores considera fundamental para el buen logro de la gira, no encuentra más remedio que raptarlo y recluirlo en una casa campestre de su familia donde, espera, resultará menos incontrolable. El núcleo de la película trata sobre lo ocurrido durante esos días de tensa convivencia, en los que John será profundamente tocado tanto en su comprensión de lo que significa el oficio de crear versos como en un sentido vocacional, pues ante la autenticidad y la entrega a lo que lo apasiona de Thomas, se da cuenta de lo fútil de sus aspiraciones de convertirse en un profesor reconocido y ascender, haciendo concesiones internas, en el escalafón universitario. El contacto fue decisivo para Brinnin. Como sabemos por un título al final de la película, dejó el cargo que ocupaba y optó por una carrera más bien modesta, en la que dio clases en distintos sitios y escribió como informa, por otra parte, la página bajo su nombre en Wikipedia poemarios, ensayos literarios y libros de viaje.

En la película, John no evita, naturalmente, que Dylan se emborrache la noche previa a su recital en Yale. Pero a pesar de todo, éste logra realizarse con éxito, de la misma forma que los anteriores y los que vendrán. Deslumbrado, el acompañante atestiguaba que, al entrar al escenario, Thomas se despojaba de su personalidad dispersa y nebulosa para investirse de otra, concentrada y exuberante, que le permitía brillar. Como registra Brinnin en el libro, esos recitales maravillaron a quienes los presenciaron por la inmensa elocuencia de Dylan, pero también por fundar un modo de decir versos que no se practicaba entonces en Estados Unidos:

El auditorio (…) tenía colmada su capacidad; había mucha gente de pie; más de mil personas lo esperaban. Entre bambalinas, pidió un vaso de cerveza helada, que le fue traído de inmediato. Después, apenas cinco minutos antes de salir a escena, le sobrevino un ataque de tos tan violento que tuve que sostenerlo para que no se cayera. Mientras intentaba ser útil en una situación desesperada, comenzó a vomitar interminablemente en una palangana. Sin embargo, a la hora señalada avanzó por el escenario, los hombros erguidos, el pecho hinchado, como un palomo, y procedió a ofrecer la primera de esas actuaciones que iban a mostrar a América un concepto enteramente nuevo de la lectura poética. La variadísima gama de su voz, que tenía resonancias de órgano, mientras leía a Yeats, Hardy, Auden, Lawrence, MacNeice, Alun Lewis y Edith Sitwell, ponía música nueva en las cadencias familiares y, a veces, revelaba en los poemas valores nunca descubiertos en la lectura muda. Cuando concluyó la velada con una selección de sus propios poemas (…) era difícil saber qué había causado más placer: si la música o el significado de las palabras (…) Las ovaciones que lo recibieron al terminar y al reaparecer, fueron tremendas. (p. 30)

De acuerdo con la película, en la cena que los engolados académicos de Yale ofrecen al poeta, Thomas, previsiblemente, se porta mal, empecinándose en decir rimas obscenas hasta que los anfitriones se levantan de la mesa y se van. En la intranquila conversación previa a que esto ocurra, alguien le ha preguntado qué es lo que más le interesa de los Estados Unidos. Y para decepción de los profesores, Thomas contesta que solo dos cosas: conocer a Charlie Chaplin y tener una cita con una estrella rubia de Hollywood. Según cuenta Brinnin en las páginas 58-60 de su libro, esos dos anhelos se cumplieron un mismo día. Invitado por la Universidad de California para dar un recital, el poeta fue a Los Ángeles, donde lo hospedó Christopher Isherwood. Este escritor británico vivía desde unos años antes en la Meca del cine, donde había trabajado como guionista y una de sus historias se había filmado ya bajo el título de Una joven rebelde (Adventure in Baltimore, Richard Wallace, 1949). Dada la súbita popularidad de Dylan, a Isherwood no debe haberle sido difícil convencer a la actriz Shelley Winters para que accediera a salir con él.

Después de varios años de hacer el duro trabajo de extra, Winters había alcanzado recientemente buenos papeles en películas como Doble vida (A Double Life, George Cukor, 1947), Una vida marcada (Cry of the City, Robert Siodmak, 1948), Un mal paso (Take One False Step, Chester Erskine, 1949) o Grandezas que matan (The Great Gatsby, Elliot Nugent, 1949), esta última basada en la novela de F. Scott Fitzgerald. De cualquier forma, el galés no la conocía. Aunque ella sí a él, como se reveló cuando se encontraron en un bar y la actriz dijo que apreciaba su obra. Thomas no estaba interesado en hablar de poesía y llevó la conversación hacia el baseball, para enseguida intentar seducir a Winters con cumplidos más o menos corteses y, entrado en copas, acosándola físicamente; la actriz lo rechazó, como consigna Brinnin que se quejó luego el poeta, “con expresiones tan rudas como las de un estibador”. Como sea, la noche quedó libre para él. Algún conocido llamó entonces a Chaplin diciéndole que un compatriota quería conocerlo. El mimo accedió a que fuera más tarde a su casa y, una vez que se encontraron, contribuyó con payasadas y chistes a despejar el malhumor del desairado galán. Cuando éste dijo que nadie en su pueblo, Laughorne, iba a creer que había conocido a la personalidad más célebre del cine, Chaplin redactó un cable dirigido a su esposa en el que confirmaba su encuentro.

Incendia las estrellas fue filmada en blanco y negro, lo que permite evocar la época previa a la generalización del color en el cine que representa. La ambientación es creíble y espléndidas las actuaciones de Wood y Jones. En el curso de la cinta se expresan, requeridos por la acción, fragmentos de poemas de Thomas leídos por uno u otro actor, pero también hay una bonita escena extradiegética en la que todos los personajes dicen líneas de las seis estrofas del poema “Amor en el asilo” (“Love in the Asylum”), de cuyos versos finales, aquí en traducción propia, deriva el título:

Y tomado por la luz en sus brazos al final tan deseado
Podría yo sin falta tener
La primera visión que incendia las estrellas.

Otra película reciente sobre Dylan Thomas es En los límites del amor (The Edge of Love, 2009), dirigida por John Maybury. En YouTube son fácilmente localizables grabaciones de piezas leídas por el poeta o por su coterráneo, el actor Richard Burton; también se encuentran ahí otros registros audiovisuales de los años cincuenta y el interesante documental Dylan on Dylan (Andrew Sinclair, 2002).