No. 108 / Abril 2018
Poéticas de la Negatividad
 

Chicos y programas educativos



Ana Franco Ortuño


Trabajo con chicos de catorce y quince años. Ellos, en general, piensan el poema como: a) algo muy aburrido, b) algo que habla de sentimientos (especialmente de amor), c) algo que sirve para quejarse del amor no correspondido; también creen firmemente que un poema debe rimar. Su idea de la poesía coincide con la de mucha gente. Y si se les presenta un texto en verso libre, les cuesta trabajo reconocerlo. Ya ni se diga si se les presenta un video o una acción poética. El poema es, para ellos, una entidad abstracta. Algo que flota por ahí y se les manifiesta en una puesta de sol, en un ratito de escapada de sus pantallas, frente al mar, y especialmente, en la intuición de sentirse enamorados.

Sin embargo, mediante un ejercicio de taller en varias sesiones que se fundamenta en la selección de su propio vocabulario, a partir de un estado de ánimo (preferentemente negativo), la transformación metafórica de su lenguaje y la selección estética de ideas, imágenes o líneas que convertirán en versos, se permiten hablar de asuntos que los conciernen a partir de su cotidiano: problemas paternos o escolares, amigos, futbol y otros deportes, estados físicos, la inminencia del tiempo y el carpe diem; pueden también, burlarse del hecho mismo de estar obligados a hacer un poema (con reflexión parecida a la de Lope y su famoso soneto para Violante).

Curiosamente y contrario a la gramática, la poesía no ha desaparecido de los programas educativos, sin embargo, se le equipara a la canción y se mira desde la retórica, mediante una lista determinada de figuras que supuestamente no se presentan en otros contextos lingüísticos; la poesía forma parte de lo que se entiende como ‘textos no reales’, en oposición a los documentos legales o los instructivos, que son ‘textos reales’. El poema es, pues, un surtidor de florilegios más que el resultado de cierta posibilidad de abstracción emocional, subjetiva y compartida, que habla desde sí como reflejo humano; tampoco se entiende que se le sitúe en lo indecible (por proponer otra noción) y que a partir de esta cualidad, genere nuevas maneras de comunicarse y comprenderse.

El interés sobre el lenguaje en los adolescentes vive, manifiesta o latente, en cada uno. Contrario a lo que piensan quienes actualizan los contenidos en materias de lengua, no era necesario maquillar este conocimiento mediante ejercicios de corte comunicacional. Los chicos aprecian el conocimiento lógico (el dominio) que tienen de la lengua en que han nacido y en la que se han desarrollado; ese terreno, en oposición a otros códigos o materias de la programación educativa, les es propio, lo reconocen, saben y les interesa opinar. Yo me salto con frecuencia las tendencias obligatorias y pedagógicas, y sé bien que no hay clase de lingüística o gramática en que los chicos no participen, realmente interesados. Lo mismo sucede cuando leemos sus poemas en una dinámica de galería expositiva, con textos anónimos, enmarcados a modo de cuadros que se pegan por el aula, y frente a los que ellos se pasean, observan y comentan; se sorprenden, regresan, releen. 

En México hemos sido importadores de tendencias pedagógicas, y somos incapaces de contemplar (o proponer) métodos que funcionen para nuestra realidad: de las políticas de SEP —entre las que está prohibido reprobar y se regalan los certificados—, a los grupos de más de cuarenta chicos por salón y su mosaico de características (lingüísticas, económicas, sociales, familiares e individuales), el enfoque centrado en actividades ‘por proyecto’ resulta una utopía.

No pienso, claro, que el maestro vuelva a ser esa figura que impone y que golpea, ni que “la lengua con sangre entra”, pero la huida de recursos mnemotécnicos y de ciertos conocimientos viejos (en materias de redacción o sintaxis), que los chicos no concluirán por sí solos,1 ha desembocado en alarmantes niveles de analfabetismo ‘funcional’ (o alfabetismo disfuncional), que incumple con la idea de sociedad letrada que se reporta en números: México aparece en el lugar 73 de 172 países registrados, y ostenta porcentajes poblacionales del 94.5 (2015) en Indexmundi2 en términos de alfabetización. Sabemos en cambio, que somos un país de no-lectores, y más allá de ello (comparto la idea de que no todo el mundo tiene que disfrutar de la literatura), nuestras incapacidades expresivas, comunicativas y críticas son graves: “Los bajos niveles de alfabetización y educación en general pueden obstaculizar el desarrollo económico de un país en el mundo actual, en constante cambio y orientado a la tecnología.”, dice la página citada, pero también aclara que el concepto de alfabetización refiere únicamente a “la capacidad de leer y escribir a una edad específica”, y no a la calidad de esta capacidad. Habla de una mera decodificación de caracteres.

Volviendo al poema, considero que se trata de una abundantísima herramienta de enseñanza e intercambio, que desconoce la mayoría de los maestros (quienes crecieron ya con las carencias de programas bien intencionados pero absurdos). En contraste, los chicos están mucho más dispuestos a integrarlo en su conocimiento debido a que puede situársele en un terreno de juego que los adultos hemos olvidado, o consideramos como una pérdida de tiempo.

Existe un abandono de la relación del poema con la gente en tanto objeto de expresividad social y como medio de cohesión, de la memoria colectiva, la oralidad y la recitación familiar; herramienta que no ha desaparecido en culturas no occidentales o en países como Colombia, donde goza de un enorme prestigio. Desconozco si esto implica mejores resultados; sabemos que el desarrollo del arte no garantiza sociedades perfectas, ni 'buenas personas', pero me consta que su desaparición asegura el empobrecimiento de las relaciones humanas, del tejido social, de la construcción individual.

La escritura en talleres de poesía para chicos es una clave con la que, conducidos por su propio lenguaje y por la capacidad de abstracción estética de sus emociones, la lengua les funciona como materia prima que conduce al reconocimiento de uno mismo y a la consciencia social de la expresión, del poder de la oralidad, su riqueza y articulación; es, pues, un invaluable recurso de libertad. 

Entiendo que habrá quien pueda acusarme de retrógrada al no compartir del todo las tendencias pedagógicas, sin embargo, pretendo más bien invitar a la participación en la lectura, abierta y lúdica, pero también profunda, que apele a comprender(se) y cuestionar(se), con el poema que recitaban nuestros abuelos.

 
 
 
Ligas de interés: selecciones de poesía infantil y juvenil publicadas en Periódico de Poesía


1 En este sentido, coincido con Isabel Solé quien en su libro Estrategias de lectura (Colofón, 4ª reimp., 2013), formula una crítica y propuestas con base en el constructivismo, entre las que asegura que los alumnos no pueden aprender lo que no se les enseña. Considero que hay ciertos aprendizajes que adquirirán empíricamente, entre pares, y ciertos conocimientos por los que esperan (y necesitan) ser guiados.
2 https://www.indexmundi.com/g/r.aspx?c=mx&v=39&l=es.