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portadasordidopaso.jpgSórdido paso
Rubén Gil, Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2006 

Por Víctor Manuel López Soberanes
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[…] la misma devaluación de la palabra “lenguaje”, todo aquello que,
por el crédito que se le concede, denuncia la cobardía del vocabulario,
la tentación de seducir sin esfuerzo, el pasivo abandono a la moda,
la conciencia de vanguardia, vale decir la ignorancia.

Jaques Derrida


Rubén Gil (Guadalajara, 1972), autor de Sórdido Paso, hace lo que por debilidad obliga la poesía: hiende el rótulo del pensamiento conceptual erigido en palabras. Toda alusión a un concepto —determinado o indeterminado— es inherente al vocablo. Lo que comete el poeta, en este caso, es entrecortar el orden de esta facultad inducida en la oración.

De este libro y su presentación en cuatro partes: I. Testudo”, Isletas”, Sórdido paso” y II. Gramarismos”, es posible decir que todos ellos han sido una elección acertada, ya que lo que titulan es consecuente de lo que contienen. Limito mis conjeturas a los tres primeros encabezados. Como se sabe, todo poema enuncia y todo verso resulta una forma rítmica; y no siempre el convenio poético va acorde al esquema de un lenguaje delineado por el intelecto. No debiera entonces causarnos asombro que el poeta jalisciense no considere el artificio en la forma convencional del lenguaje escrito. Es decir, Rubén Gil prescinde de criterios sintácticos como: la distinción impresa entre mayúsculas y minúsculas, la alineación horizontal del enunciado y, el uso consagrado de los signos de puntuación. Aun así —sin el oficio de estas herramientas— el relato y el ritmo son omnipresentes.  El poeta escribe:
batallón
batallón
cambio
batallón
batallón

El furor en esta traslación épica es un alarde, se afirma una estructura: el poema (sí, el poema) es una columna loable y no una hilera simple. Sórdido paso es una invención visual donde la palabra es equidistante al silencio, intérprete del blanco en la página. Y sus continentes son todos ellos breves (el arte menor en el metro de cada verso, a veces de una sola palabra). Libro, en cierta forma, atípico (en alusión a la ínfima cantidad de autores que practican esta disposición del poema).

En Reflexiones sobre la poesía, Enrique González Rojo menciona: Los dos elementos definitorios de la poesía, la forma y el contenido, constituyen, se ha dicho muchas veces, una unidad indisoluble, lo cual, en cierto sentido, no puede ser negado.Esto es de tal manera y contrario a lo que se dice en la cuarta de forros de este poemario: “Quien se acerque a este libro y funcione como lector de Sórdido paso tiene que hacer a un lado sus muchos o pocos prejuicios. Y uno de tales prejuicios —y quizá el más importante— es que la poesía consta de fondo y de forma.”  Yo continúo sin poder hacer a un lado el prejuicio que se jacta.

El contenido en Sórdido paso es resultado de su continente. Así como en el ser resulta la experiencia que cincela nuestra alma —y esto sólo sucede a partir de un cuerpo que experimenta— así el poema en Rubén Gil resulta a partir del símil del cuerpo: el vocablo, su forma, su tono y su extensión; e incluso y decididamente, de los vacíos entendidos como silencios. Un ejemplo:
movimiento
la
z
espinal
extendiéndose

Así, lo que se halla en todos los poemas de Rubén Gil es la conciencia de una palabra epicéntrica. La creación pura (sísmica) a partir del punto en que se encuentra su voz intuitiva. Parece decir en  Medio Oriente de I. Testudo”:
judea

animal
con
esófago
par

Inhóspito el poema, aún inteligible. Judea es tierra palestina y está entre dos mares. Mas allá de decir que uno de ellos es el Mar Muerto, lo que vuelve dramática la imagen de Judea es que también está entre dos identidades: la israelí y la árabe. Y así se alimenta. Así sobrevive.

Apotegma ciertamente. El poema puede ser también una sentencia.

El paso del poeta —sórdido, dice él— afirma el efecto telúrico. Y todo es asimetría: las evocaciones breves en contraste a la avidez de los vacíos; la forma abstinente del poema en relación al uso que hacemos de las palabras como voces ruidosas que comunican aliteradas, pero que no enuncian. Gil, en el sismo, deja que el espíritu retome su inercia aún dentro del discurso, haciendo que la intuición actúe ante la imagen (escrita o mencionada) resistiéndose naturalmente a que ésta imponga su pretensión única y exacta de la verdad. La intuición se conforma jamás, se desata… atrás queda lo concreto.

Predispuesto, y haciendo uso de la metáfora, el más altivo de los tropos, el autor disloca la realidad. He aquí otro ejemplo, tomado de Sórdido Paso”:
            cetro
materia
                cuajada

El bastón insigne de mando es objeto que resulta de animadversiones y empatías en torno a una figura monárquica. Antes del cetro todo es historia de semejantes en la penumbra; después del cetro todo se ha fraguado, hay un ideal enaltecido al cual rendirle pleitesía.

Mención distante merece II. Gramarismos”, la ultima parte del libro. Pienso que es más un ejercicio en espera del numen ininteligible que una consumación de probidad. Aún así los textos "eton” y "la tristeza de sibelius” son singulares. Los inverosímiles ritmos que provocan sus lecturas, sin el aprecio de sintaxis alguna (riesgo que celebro) desarrollan espectros sonoros y traslados de la voz sincopada que agradan en verdad. Logros encomiables.

Si la palabra es una abstracción, entonces lo que se establece en Sórdido paso es la redención de las propias palabras en palabras puras (“instrumentos de poesía” dirá el filólogo Raimundo Lida) garfios que escinden “la tela hábilmente urdida por nuestro yo convencional” (Henri Bergson). Sin recurrir a léxicos de tonos alegres o a elocuentes entonaciones de lo solemne, Rubén Gil hace lo que todo poeta: fabrica el mundo.

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