cornisa-inditos.jpg


No. 108 / Abril 2018

Diana del Ángel
(Ciudad de México, 1982)



Mar de adentro

Sólida sustancia amarilla: residuo del sol de mi cerebro. Según su consistencia, húmeda o seca, el cerumen puede ser herencia genética dominante o recesiva: mis oídos segregan la segunda, perteneciente al genotipo asiático y amerindio. Igual que ese desecho, cuyo resplandor seboso corona mis mañanas, soy lo que resta de genes, palabras y rostros que cruzaron por el estrecho gélido para asentarse en tierra nopales. Minúsculo y cerúleo, concentras el color de flores no vividas, de fuegos apagados por la huida y mangos saboreados en la primaria. Minúsculo y viejo mar manando por el caracol de mi oído. Pertenezco a una raza pronta la extinción, estamos de más. Como en el cerumen mueren los sonidos que prefiero no alojar en mi memoria, yo me deslizo entre palabras, me segrego de los gritos, cerilla me consumo.

 

Honda fuente

Hay un agua quieta en mis adentros. Se despierta con un roce o un acorde. Canta por lo bajo una canción de muchas horas, se pinta con la sombra de los pájaros sobre su superficie, se evapora buscando la punta de los árboles. Soy la del manto enjoyado, la del manto cubierto de preciosas piedras, de semillas lágrimas de Tláloc, soy la que tiene en el cuerpo un manantial de jades. Nocturna, luna tibia, agua de hierba, barro dulce, légamo blanco, lluvia perenne, música pura, espejo en que te quiebras y renaces, triángulo solar, estrella de agua donde hierven todos los nombres. El mar oculto bajo mis músculos se me agolpa entre los labios, brilla entre mis piernas: abertura en que se forma la “a” inicial de todo mi alfabeto: asombro arrullo alarma ancestral aún hay atl ay

 

Baldío

Yo no sé decir mi cuerpo,
se me quebró una noche
y sus nombres se perdieron.

Sangró por finos cortes,
fue quemado en días ebrios,
pero yo no estuve en él;
no sentí  el dolor,
sólo vi su piel con marcas.

Entre mi cuerpo y yo
no había palabras,
lo habitaba como se vive
en una casa abandonada:
temiendo el desalojo.

A veces venían a verme, 
oía que me llamaban,
tal vez me acariciaron.
Oculta en el sótano
o al borde de la azotea
esperé su partida
para llorar su ausencia. 

Yo no sé decir mi cuerpo
por eso digo barranca,
grito escombro,
asco de humedad,  lo  proclamo
hilo en que me deshilvano a diario;
lo declaro campo de sal,
donde las palabras
mueren sin dejar huella.

 

II

Hubo una puerta
lo sé, como se sabe de un hueso roto
como se sabe el sabor de la saliva,
como se sabe el hervor del agua,
como sabía en la infancia cambiar de nombre,
como supe un día cómo cruzarla.