No. 108 / Abril 2018

Criticón


Paul Valéry, profeta del postmodernismo
y patriarca de la esterilidad


César Belan


Paul Valéry (Séte, 1871-Paris, 1945) es sin duda alguna uno de los más grandes referentes de la poesía moderna y, una cima en el horizonte literario francés. Asceta de la palabra, es conocido por la disciplina y el rigor con que abordaba el acto creativo. Dan cuenta esto sus Cahiers, o cuadernos de poesía, en los que vertió sus angustias, reflexiones y pareceres, y con los cuales se ejercitaba poéticamente con el tesón de un científico o un místico, o mejor dicho, de un alquimista. Esta extensa y diversa obra contenida en sus cuadernos aún cautiva y sorprende a los críticos, quienes tendrán en ella un pozo sin fondo para la reflexión. Cees Nooteboom, reflexionando ante la tumba de Valéry en el cementerio marino de Séte sobre estos cuadernos, señalaría que junto al mármol que contenía su cuerpo deberían erigirse otros dos túmulos más que contengan sus enjundiosos Cahiers, a la vez que tomaría una vida leerlos todos.1 Sin embargo, dentro de su amplia y dispar producción, Valéry siempre será recordado por dos obras luminosas y universales, que a decir de Eliot constituyeron sus dos triunfos: La joven Parca (1917) y El cementerio marino (1920),2 el último de los cuales centra su acción en el camposanto en que años después sería enterrado el autor.

Más aún que su irregular obra –con grandes cimas y algunos abismos3– el pensamiento filosófico de Valéry también se inscribe en el ámbito de lo ambiguo y lo paradójico. De esta manera se nos recuerda que, pocas veces, un buen poeta –y sobre todo un libertino del pensamiento como era, con razón Valéry– puede ser buen filósofo. Filosofía y poesía –dos caras de una misma moneda: la realidad– que aunque se han opuesto las más de las veces, en conjunto permiten aproximarnos a la compleja faz del universo.



Valéry, poeta.

Como ya hemos dicho, nadie cuestiona el prodigioso talento de Valéry como poeta, entendido este como un artesano de la palabra. Alguien que busca crear estados o realidades mediante la evocación sonora, visual y semántica de frases que, cinceladas con pulso firme por la maestría del poeta, introduzcan al lector en un experiencia integral, en la que se enlace lo afectivo y racional. Por el contrario de sus ideas, Valéry es un escrupuloso de la palabra. Su acercamiento a ella es sistemático, disciplinado, constante… tan demandante que se asemeja a San Jerónimo traduciendo las Sagradas Escrituras mientras lucha con los demonios que lo atormentan. Al respecto diría el propio Valéry: “un poema no está nunca acabado –siempre es un percance que lo termina”.4

En su obra, especialmente por su adscripción a lo clásico en tanto métrica, rima, y tópicos, asoma la idea del Ser como realidad total, incuestionable, estable y creadora: la Palabra (Logos) que estaba antes de todas las cosas y que por ella fue creada.5 La constante alusión al acervo griego no es únicamente una muestra pedante de erudición, en esta referencia a lo mítico encontramos un deseo de aferrarse a lo inmutable y eterno, a la conciencia antes del tiempo. Como él mismo señaló alguna vez, pretenderá hacer poesía pura, artificio de la palabra sin más referencia que ella misma, y por lo tanto se hunde en el tiempo a-historico desdeñando lo circunstancial: “las obras bellas son hijas de su forma que nace antes que ellas”.6

Así pues, más allá de la “heterodoxos” planteamientos que vuelca en sus versos (y sobre todo fuera de ellos: en diarios, entrevistas, cartas), Valéry se aferra algo imperecedero, y que ha hecho de su obra universal: la forma clásica (siendo famosa su pericia en el uso de octosílabos y alejandrinos). Rigor que imprime el ritmo al verso, y que permite la plasticidad de la imagen sin desbordarse en la anarquía textual que conduce a la nada poética, es decir, lo incomprensible. Así pues, más allá que críticamente Valéry defendiera la vigencia del no ser, su propia poesía es una exclamación de angustia por la aprehensión del sentido último.



Valéry, pensador.

El racionalismo temprano, al centrar su atención y destacar las facultades intelectuales del hombre, hace surgir en el ser humano una conciencia de superioridad (la caña pensante de Pascal, el método de Descartes). Este enfoque con el tiempo se va radicalizando hasta llegar al total ensimismamiento por la total ruptura con ese mundo “que no piensa, pero es pensado por el hombre” (Hegel). Al concentrarse en uno mismo, el hombre pierde la perspectiva de la contemplación por escindirse del objeto de conocimiento.... hasta el punto de hacerlo estéril y por lo tanto negar o despreciar esa facultad. Allí nace el irracionalismo, vitalista, nihilista o pesimista (Valéry, Nietzsche y la vanguardia), resaca de la borrachera de autosuficiencia humana que se vivió en los siglos posteriores. Así pues, para el momento en que Valéry hilvana sus versos, se considera en el ambiente de la academia que "la conciencia es una enfermedad" tal como lo señalaría Unamuno.7

Así pues, siguiendo la cosmovisión de su tiempo –y en las antípodas de su ejercicio poético– vemos a un Valéry filósofo convertido un vitalista ambiguo e ingenuo, cuya falta de método, espíritu lúdico y afán provocador y paradójico lindan en la superficialidad. El pretender que sus poemas alcancen connotaciones de carácter filosófico, sin plantearlas como mero artificio –como lo haría su maestro, Mallarmé– provocaría entre muchos escritores un rechazo (injusto, creo) de su obra.8 El poeta filósofo, así se torna fatuo, ingenuo y petulante; tal como lo catalogaron algunos de sus contemporáneos. Se contenta con repetir de forma a-sistemática y hasta contradictoriamente mucho del pensamiento filosófico contemporáneo, discerniendo sus preferencias por un ánimo meramente afectivo.

¿Y cómo es este pensamiento? Su aproximación a la realidad pareciera ser una cruzada –con timbres ingenuos– por mostrar la belleza del triunfo prometeico de la ciencia, conciencia y autonomía humana. Es decir, se torna un cruzado de la utopía moderna. Sostiene de este modo un discurso que, según el propio Valéry, se asienta en la "lectura y digestión" en uno de los libros matrices y que inauguran la modernidad como es el Discurso del método; obra en el que se plantea una nueva forma, fondo e inquietud humana de pensar el mundo.9 Afirmando el triunfo del cerebro humano, transfigurado como único corazón posible, nuestro poeta se entronca con la tradición francesa del intelectualismo. A la vez se opone, a la tensión entre razón y sentimiento, típicamente alemana, tal como sucedió con Lutero, Goethe, Nietzsche. Estas diferencias profundas de perspectiva entre lo germano y lo franco, puestas de relieve por Valéry, pueden ser la génesis de sus escritos "geopolíticos" sobre la inminente confrontación entre esos países, y su afiliación al liberalismo (nacionalista) francés.10

Uno de sus objetivos intelectuales consistió en pretender abarcar al espíritu mediante el método científico, dada su absoluta devoción (pero no talento) por las ciencias exactas. Singular meta que se puede catalogar como una de las expresiones más extravagantes, orgullosas, pero a la vez ingenuas, de la historia del pensamiento moderno. En su búsqueda racional del espíritu, en la cual pretende superar al positivismo radical, reduce –paradójicamente– las realidades trascendentes a meros objetos de estudio: las quiere pesar, contar, dividir (mane, thecel, phares) con la horma de un sombrero llamado razón:

Como Fechner, Lange y Mach él quisiera determinar las leyes que rigen las relaciones de interdependencia del cuerpo y del espíritu y edificar una psicología, no sobre la moral o la fisiología, sino según la física moderna de su tiempo. Es un manifiesto contra el espiritualismo pero sin caer en el materialismo. Se trata de sobrepasar la oposición entre estos dos elementos, de conseguir una psicofísica.11

Existe en valor llamado “espíritu” como un valor petróleo, trigo u oro […] pretendo por mi cuenta y riesgo lo que han intentado y conseguido Faraday en Física, Riemann en matemáticas, Pasteur en biología y otros en música… un método bastante riguroso para disminuir el número de fantasmas…12

Su aversión, casi por inercia, del mundo judeocristiano le impedirá otro acercamiento a la realidad que pudieran ampliar su marco de interpretación, por ejemplo el esencialista. Desdeña por igual, y de manera caótica el progresismo positivista y lo cristiano: “…la tradición el progreso son los dos grandes enemigos del género humano”, señala.13 Sin adoptar ninguno de estos dos planteamientos, se tornará progresivamente hacia la exaltación de la contradicción. En esa línea señalaría, por ejemplo, que “existiría mayor pobreza de espíritu que la de los que siempre están de acuerdo consigo mismo”.14

Así pues, sin alejarse del todo del credo que confiesa la superioridad de la razón humana, comienza a aclamar al hombre como posibilidad e individualidad: esto le hace adorar la ambigüedad, la paradoja, la irrealidad y la no militancia, escudándose como un eterno niño en su maravilloso mundo interior. Sus ideas, como impostura, harían que se rebele contra cualquiera realidad total: religiosa, filosófica; algo que él llamaba el espíritu fiduciario.15 La mayor fe que tenía, además de su “religión del lenguaje”, era en el hombre… y en particular en sí mismo. La adoración a su identidad, que por ser evidentemente fallida y limitada, termina por afirmar y hasta venerar la inestabilidad, el límite, la incongruencia y lo estéril, en un estilo postmoderno avant la lettre. No es tan honesto como Nietzsche, con quien tiene similitudes, pero a quién desprecia por la que el alemán desechaba de plano el racionalismo, algo que para Valéry, aún devoto de la diosa razón, era insoportable.16

Este juego –o regodeo– infecundo (y hasta irresponsable) en la indefinición, luego de haberse disuelto la perspectiva del progreso o de la tradición, lo remiten a la tradición postmoderna.17 Se esconde cómodamente en la nada, porque afirmar algo será aceptar su fracaso... igual que confrontar de lleno la modernidad y sus dogmas. Es por eso detestado por Ortega y Gasset por su falta de seriedad en la búsqueda de la verdad al no poseer una explicación sistémica del mundo.18 De igual manera, en el “hay que intentar vivir”19 del Cementerio marino (presentado como una máxima del “activismo irracional” del que no tiene otra referencia o sustento que su propia actividad, ya sin sentido), se puede rastrear la génesis del existencialismo. Se así ilustra la tragedia del hombre moderno, pero que por otro lado es la trágica y ridícula consecuencia última del pensamiento iniciado en el s. XVIII.

Hablamos de un hombre en la encrucijada. Alguien que compartió la visión contemporánea de su tiempo y asimiló de lleno –con ojos de maravilla, estupor y sorpresa– las promesas de las grandezas humanas traducidas en ciencia y progreso; pero que por su oficio de poeta se vinculó a ese absoluto que no puede ser el hombre. Esta tensión –presente en otros escritores– no es tan dolorosa y hasta se logra superar en Valéry, gracias quizás a su espíritu juguetón y a-sistemático. No obstante, en muchas de sus obras, como en la más grande que hubiera escrito (El cementerio marino) palpita el dolor del hombre moderno, que disfruta lo eterno y absoluto de la belleza de la naturaleza, pero por su espíritu racionalista, materialista y ateo, sufre la parálisis existencial producto de sus propias premisas filosóficas; aquellas que sostienen la mortalidad del ser humano. Hablamos de un exponente (en el ámbito poético) del un racionalismo ya exhausto, aquel que no cree del todo en las sirenas del desarrollo y autosuficiencia humana, pero que se escuda en la negación sistemática de todo lo que no sea un voluntarismo individualista.

Sorprendentemente, este nada metódico “filósofo” ha sido la fuente de muchos filósofos posmodernos. Octavio Paz lo consideró “el verdadero filósofo francés de nuestra época”, por encima de Sartre,20 quién también lo considera como su precursor. Otros pensadores contemporáneos muy imbuidos en su heterodoxia serán Lacán, Malraux, Levi-Strauss, Barthes, Adorno, Lyotard, Derrida… etc. Algunos de ellos han canonizado a partir de los juegos traviesos de este poeta, cuyos arabescos no tuvieron más función que decorar, y no fueron esbozados para sostener. A pesar de esto, mucha de la teoría actual cuelga sus argumentos de sus piruetas y contorsiones verbales. A él podríamos endilgarle lo que él mismo dijo a propósito de otro poeta moderno: “Sus accidentes son admirables, pero su sustancia vale poca cosa”.21 Y como sabemos la mala filosofía –y la buena poesía– solo se ocupa de accidentes.22



**

I

Ce toit tranquille, où marchent des colombes,
Entre les pins palpite, entre les tombes;
Midi le juste y compose de feux
La mer, la mer, toujours recommencée!
Ô récompense après une pensée
Qu’un long regard sur le calme des dieux!

Ese techo tranquilo –campo de palomas palpita
entre los pinos y las tumbas.
El meridiano sol hace de fuego
el mar, el mar que siempre está empezando...
¡Es recompensa para el pensamiento
una larga mirada a la paz de los dioses!


V

Comme le fruit se fond en jouissance,
Comme en délice il change son absence
Dans une bouche où sa forme se meurt,
Je hume ici ma future fumée,
Et le ciel chante à l’âme consumée
Le changement des rives en rumeur.

Como la fruta se deshace en goce
y su ausencia en delicia se convierte
mientras muere su forma en una boca,
mi futura humareda aquí respiro,
y el cielo canta al alma consumida
el cambio de la orilla y del rumor


VIII

Ô pour moi seul, à moi seul, en moi-même,
Auprès d’un cœur, aux sources du poème,
Entre le vide et l’événement pur,
J’attends l’écho de ma grandeur interne,
Amère, sombre, et sonore citerne,
Sonnant dans l’âme un creux toujours futur!

Para mí solo, a mí solo, en mí mismo
cerca de un corazón –fuente del verso–
entre el suceso puro y el vacío
de mi grandeza interna espero el eco:
hosca cisterna amarga en que resuena
siempre en futuro, un hueco sobre el alma


X

Fermé, sacré, plein d’un feu sans matière,
Fragment terrestre offert à la lumière,
Ce lieu me plaît, dominé de flambeaux,
Composé d’or, de pierre et d’arbres sombres,
Où tant de marbre est tremblant sur tant d’ombres ;
La mer fidèle y dort sur mes tombeaux !

Me gusta este lugar –reino de antorchas de
oros y piedras y árboles umbríos,
ofrecido a la luz, cazo terrestre,
fuego cerrado, sacro y sin materia,
trémulo mármol bajo tantas sombras
donde el mar fiel entre mis tumbas duerme


XXIV

Le vent se lève !… Il faut tenter de vivre!
L’air immense ouvre et referme mon livre,
La vague en poudre ose jaillir des rocs!
Envolez-vous, pages tout éblouies!
Rompez, vagues ! Rompez d’eaux réjouies
Ce toit tranquille où picoraient des focs!

El viento llega... ¡Hay que intentar vivir!
¡Abre y cierra mi libro al aire inmenso,
la ola en polvo salta entre las rocas!
¡Volad, páginas mías deslumbradas!
¡Olas, romped con las aguas del júbilo
el techo en paz picado por los foques!

 

*Traducciones de Renaud Richard. (La joven parca. Cementerio marino. Madrid, Cátedra, 2000.)


1 NOOTEBOOM, Cees (2009) Tumbas de poetas y pensadores. Madrid: Siruela, Debolsillo.
2 ELIOT, T.S. (1998) «Escila y Caribidis». En: Cuadernos hispanoamericanos, n. 576, jun 1998.
3 Al respecto DANTZIG, Charles (2005) Dictionnaire égoïste de la littérature française. Paris: Grasset. p. 646, diría: «Paul Valéry est un écrivain de fragments. S'il ne restait de lui, comme certains écrivains antiques, que des morceaux et que ce fussent les bons, on le prendrait pour un des génies du monde. Et c'est peut-être cela sa perfection». («Paul Valéry es un escritor de fragmentos. Si no quedara de su obra, como ocurrió con ciertos autores de la antigüedad, mas que los pedazos buenos de su obra, todos lo tomarían como uno de los más grandes genios literarios de la historia. En esto quizás radica su riqueza». Traducción del autor)
4 VALÉRY, Paul. (1957-1961) Cahiers. Paris: Centre national de la recherche scientifique (CNRS) N° VIII, p. 657, (escrito en 1922).
5 En su obra Alphabet Valéry pretende sondear «el origen de los posibles de una escritura, alfa y omega del acto de escribir, inicios, modulaciones entre sonido y sentido, entre pensamiento y signo arbitrario, ese poder de la letra como fundadora de la escritura según Lacán». ALLAIN-CASTRILLO, MONIQUE, «Introducción» En: VALÉRY, Paul (1999) [1917-1920] La joven Parca. El cementerio marino. Madrid: Cátedra. p. 23.
6 Cahiers. N° XI, p. 898, (escrito en 1926). También refirió: «No hay más poesía que la realizada en el poema… poesía pura es matemática y química –nada más–».
7 UNAMUNO, Miguel (1984), El sentimiento trágico de la vida. Madrid: Sarpe. p. 19
8 Existen testimonios de la mayor o menor reticencia hacia el poeta por parte de Pío Baroja, Azorín, Machado, Cernuda y García Lorca entre otros. De él señaló Ortega y Gasset en el diario La Nación (dic 1940): «de aquí la situación tragicómica del pobre Paul Valéry… corto de resuello… De este hombre que habría sido un excelente colaborador de una revista más o menos regional, se hizo, por fulminación, el Poeta de Francia». Citado en ALLAIN-CASTRILLO, MONIQUE, Opus cit. p. 40.
9 Le comentó a André Guide sobre esta obra: «He releído el Discurso del Método… es la novela moderna… habrá que escribir la vida de una teoría como demasiado se ha escrito la de una pasión». Citado en ALLAIN-CASTRILLO, MONIQUE, Opus cit. p.13.
10 De esa vena se pueden rastrear sus textos «políticos» como: La Conquete Allemande (1896) y L’Art militaire (1896).
11 ALLAIN-CASTRILLO, Monique. p. 18
12 Obras Completas. Paris: Gallimard. Tomo II. p. 1080; Cahiers. N° II, p. 102, (escrito en 1900).
13 Obras Completas, Tomo II. p. 1035.
14 «Il y a de la pauvreté d'esprit à être toujours d'accord avec soi-même». Obras Completas. Tomo II. p. 1503.
15 Es por ello que Valéry exalta la sofistica presocrática, y su negación de las esencias y estabilidades, frente al pensamiento clásico pagano y su secuencia judeocristiana.
16 Valéry dirá de él (a sabiendas de la gran deuda que le tiene: «cristiano, demasiado cristiano», «tan poco más allá del bien y el mal», «trágico vecino del simulador», queriendo «ser trans-Wagner-meta-Cristo sabio y fauno». Cahiers. N° I. p. 568. Citado en: REY, Jean-Michel (1997) Paul Valery. La aventura de una obra. México D.F: Siglo XII Editores.
17 El postmodernismo podía bien definirse como el tiempo de lo judío, por su incapacidad de abrirse a la posibilidad de un destino total y definitorio (la Unión con Dios: Cristo), y una idolatría a la búsqueda, al camino, al éxodo... a lo cambiante y ambiguo.
18 ALLAIN-CASTRILLO, Monique, Opus cit.
19 «Il faut Tenter de vivre», es el grito desesperado del personaje del Cementerio marino de Valéry. Este poeta-filósofo que, paseándose entre las tumbas de un cementerio frente al mar, desdeña la idea de la inmortalidad que le ofrece el espectáculo de la naturaleza y las imágenes cristianas. Ante el vértigo que siente por aferrarse a su próxima desaparición sólo atina al voluntarismo… o «pesimismo activo» como lo señaló Renaud Richard. El personaje –el alter ego de Valéry– solo atinó a lanzar esa exclamación y asirse a la vida desechando el pensamiento sobre la muerte y actuando en ella… sintiendo la frescura del mar y corriendo hacia él.
20 Diario ABC (31-5-86), citado en: ALLAIN-CASTRILLO, Monique, Opus cit. p. 44.
21 VALÉRY, Paul (1943) Tel Quel. Paris: Gallimard. Disponible en https://ia800302.us.archive.org/25/items/telquelv02valuoft/telquelv02valuoft.pdf. Consultado el 22/02/18.
22 «No hay ciencia del accidente» ARISTÓTELES (1984) Metafísica. Libro VI. Madrid: Sarpe. p. 1025.