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Arde el aire
Traducción de Fabienne Bradu
Ediciones Sin Nombre,
México, 2005.
Por Francisco Segovia
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No. 108 / Abril 2018


 
 
El magma y la piedra
 
 
Al principio, una poesía de los principios; material pero algo ingrávida, inasible; una poesía en que los contrarios se tocan y se atacan y se funden uno al otro, pero nunca uno en otro. Lava y magma, escarcha y nieve. Gargantas y cavernas que arrojan los suyo con violencia contra lagos y brumas impasibles. Pareciera que el mundo que amanece en los “Fragmentos del despertar” emerge aún candente de la fragua de Vulcano y se enfría en el aire de la aurora. Lo que tiñe el horizonte es pues una aurora mineral, un canto que aún no rueda, una piedra primigenia. En esto la poesía de Soucy hace pensar en la Jorge Cuesta, pero sólo a contrapié, como si fuera el negativo del positivo que es el “Canto a un dios mineral”. Eso se echa de ver desde el principio: lo que en Cuesta es concreción (todo), en Soucy es abstracción... (Y habría madeja en sólo esto para decir que la poesía de Soucy es filosófica, y la de Cuesta no; al menos si damos en pensar que toda la poesía-poesía es concreta y que sólo la poesía filosófica es abstracta, pero no voy a desenredar esa madeja). Con esto quiero simplemente señalar que ahí donde Cuesta encuentra un cimiento firme donde apoyar versos estrictos, ahí mismo Soucy entrevé apenas un lugar donde poner a vagar su mirada y susurrar algo sobre unas “huellas débiles”. En esto, como se ve, son contrarios. Pero los une, creo yo, una misma intuición —y vale la pena señalarla, por lo rara que es—: la de que el origen del mundo (o el comienzo del día que lo figura) es un asunto mineral, algo que atañe a las piedras y a los yunques, cosa de choques y chispazos, de ascuas soterradas y quemaduras en los labios de la aurora. Él mismo lo dice en un verso extraño: “el relámpago antecede a estos paisajes”. Digo que es extraño porque nada en el poema nos permite adivinar este relámpago, esta luz de antes de la luz; es decir, este relámpago que no destella en el aire, y ni siquiera en las cavernas de Vulcano, sino en el Tiempo. El relámpago del Tiempo, que es tiempo, pero no ocurre en el tiempo. La cuchillada íntima de Zeus en el pecho de su padre...
 
Estoy divagando, lo sé. Pero es la única manera en que puedo comenzar a decir algo mínimamente coherente sobre una poesía que es hasta aquí toda sugerencia y alusión, sin asideros firmes para quien quiere hablar de ella. Si aun así me atrevo a hacerlo es porque no siempre es así. Cambia con el paso de las hojas y a medida que se abre el tiempo. El comienzo magmático y abstracto se va enfriando poco a poco y la lava echa al fin su costra, se planta en tierra firme y nos da piedras que podemos tocar y hasta levantar con ambas manos. Por ejemplo ésta, que tomo del poema V de “El espacio soterrado” —el cual, a su manera, legitima retroactivamente (como el relámpago) la lectura que aquí he hecho de la primera parte del libro. Dice el poema: “En el origen, el paisaje fue íntimo; pero poco a poco el ojo se ensanchó en la aurora”... El mundo se ha desplegado y el poeta está despierto. Habla ahora de la evolución del mundo y, al hacerlo, habla también del desarrollo de su libro: ambas cosas se despliegan. Aquel origen violento y apretado se ha explayado en el tiempo y el espacio, y ahora se ve allá la lejanía. El poema XIII de esta sección dice: “A lo lejos dormita el reino de los rumores abandonados a los presagios de los sentidos [...]”... Estamos ya lejos de los exabruptos tectónicos, y uno presiente la aparición del mundo humano, del mundo de carne y hueso de las mujeres y los hombres. Por lo pronto, en esta sección aparece ya un Tú, aunque aún vago e indeciso. Quiero decir que no sabemos todavía si la segunda persona sirve aquí para que el poeta le hable a otro o para hablarse a sí mismo como si fuera otro: “¿Quién quemó aquí las estacas de tus sombras?”... Sólo en la sección siguiente ese Tú cuaja plenamente como un Otro. Hay ahora un interlocutor y las palabras ya no sólo aluden a cosas más imaginadas que vividas sino que cobran cuerpo. ¿O hay algo en el mundo más de veras palpable que un Tú? Quizás es aquí donde comienza de veras la Creación, pues es aquí donde el amor comienza. Primero el amor y la memoria de los muertos. Luego el amor-amor. Eso dice el final del primer poema de “Arde el aire” y el principio del segundo; es decir, el tránsito entre uno y otro:
 
la luz te graba     traza tus ojos
y tu sangre dibuja ríos ebrios
de un recorrido sin fin      extranjera eres
estremecida con la gravitación de los fuegos
 
... ... ...
 
Despojada     de lo infinito
te amarras a lo que te escolta a lo que
te eleva sobre los páramos    y te levantas
a la hora en que el poniente te pronuncia
 
No sé si puede darse una mejor imagen del triunfo de la presencia que la que hay aquí, donde ella se yergue en el momento en que las sombras comienzan a adormecer el mundo y todo se mezcla y se confunde; el momento en que todo se tiende, derribado por las sombras, y forma un amasijo informe. Es algo que el francés subraya y que el español aquí sólo puede sugerir, pues el poniente no da todo lo que da le couchant: ella, la extranjera, se levanta cuando el sol se acuesta. Y, por si eso fuera poco, más adelante dice Soucy: “el sol salió en ambos polos”. No es ella misma ese sol naciente —al que él le pide que “divise”—, pero sólo porque ella se ha hecho presente puede el sol alzarse “en ambos polos”, que es como decir que no se levanta a la vez en el Este y el Oeste sino también en el Norte y el Sur; que sale, en fin, en todas partes. Y entonces
 
con cuánta arena tus herencias se visten
de espacios al sol de piedras las estaciones
regresan      revuelven tu errancia
 
Porque, recordémoslo, ella es extranjera y está “colmada de errancias”. Es “morena y rebelde”, es “la del viento”... En ella se muestra el tiempo, las estaciones vuelven... No sé si haga falta decirlo, pero Pierre-Yves Soucy dedica esta parte de su libro a Sara Vales, mexicana, por quien él ahora corre aquí, en México, “los altos riesgos de los meridianos”... O, para ponerlo prosaicamente, por quien él ha aprendido a decir: “Suchislifein thetropics”...
 
Lo digo así por diversión, pero no de balde. Creo que el amor, que tiene cuerpo, también da cuerpo, y que esto se nota en los poemas que forman la penúltima sección del libro —la mejor, para mi gusto—; en la última sección, en cambio, los poemas recuperan algo de la vaguedad del principio; o quizá debiera decir, mejor, algo de la oscuridad del principio; una oscuridad que aquí parece más buscada que de veras natural. Es como si Soucy quisiera ponernos a adivinar algo que voluntariamente oculta, o que él mismo no ha querido dilucidar del todo. La sección, por ejemplo, se titula “Un temblor”. No lleva fecha —como la llevan en cambio otras secciones del libro (no todas, no sé por qué)—, de modo que uno no puede asegurar que los poemas que contiene se haya escrito en México. Pero puede sospecharlo, porque “un temblor” de ésos que se dan aquí —un terremoto, pues—, produce una fuerte impresión en un extranjero. No se me escapa, desde luego, que ese “temblor” pueda no ser “de tierra” sino del cuerpo, o del alma, pero en ese caso me parecería extraño que no jugara con los dos sentidos de la palabra. Después de todo, en esta sección hay dos dedicatorias a dos poetas mexicanos, Pedro Serrano y María Baranda... Pero otra vez divago, quizá porque también los poemas divagan un poco. Un poco... Con esto quiero decir que la última sección del libro no vuelve exactamente al tono de la primera sino que recoge de allá cierta vaguedad de los temas, pero no la bruma que allá se daba además en las metáforas puntuales... O, como lo ponía uno de esos poemas: “Todo está allá / en la indiferencia”...
 
No sé si me explico. Es como si Soucy no les pusiera título a sus poemas (y es verdad, nunca les pone título) y con eso nos dejara sin aviso del tema que va a tratar —quizá porque el poema mismo parte sin tema previo, o porque el poeta sigue a Mallarmé y piensa que es una tontería “declarar con candidez el tema”. El caso es que nunca nos anuncia de qué va a hablar. Pero en los primeros poemas omitía además algunas cosas, que no omite en los últimos. Por decirlo de algún modo, la acción de los primeros ocurre descarnadamente y en abstracto, expresada en verbos en infinitivo y sin sujeto (abrir la puerta); la acción de los últimos, en cambio, ocurre también sin declarar abiertamente el sujeto, pero se da en un verbo conjugado (abrió la puerta). Aquí hay alguien. Es lo que la gramática española llama sujeto tácito. Tácito, sí, pero sujeto a fin de cuentas. Hay aquí una persona, por más que sólo sea la persona del verbo; y hay un tiempo, por más que sólo sea el tiempo del verbo... Abrió la puerta: tercera persona (él o ella) del pretérito perfecto... No digo que esto ocurra literalmente así en el libro. Me valgo del símil para mostrar que no se pasa en vano por el cuerpo del amor, por la encarnación de la palabra, y que acaso esto se refleje en algunos actos inconscientes —tan inconscientes como la gramática. Y esto no es poco. Si es legítimo suponer que detrás de una obra hay siempre la Vida de un hombre —como declaraba abiertamente Ungaretti—, entonces valdrá decir que “el riesgo de los meridianos” es, en efecto, a life in thetropics; una vida que los últimos poemas dejan adivinar como un temor, “Un temblor”... Los versos que cierran el libro lo dicen así:
 
vuelven los fermentos
la conminación de un temblor
que la sangre inmoviliza
a fuerza de palabras arrojadas
adentro     afuera
hasta perderse
adentro
 
Al final las palabras se pierden adentro... No es raro que un poeta exprese así su soledad (porque la escritura en que la expresa es ella misma un acto solitario), y no es raro tampoco que se queje de la inutilidad de sus palabras, que todo el mundo parece pasar por alto. Pero aquí esas dos cosas vienen después del triunfo de la presencia y de la carne, y son por eso especialmente dolorosas... Uno presiente que el cráter del volcán primigenio es la puerta del averno, la entrada al Infierno, donde se lee: “Abandonad toda esperanza”...
 
Pero quizá me equivoco y después de todo esto el amor ha vuelto a sentar sus reales, que son los reales de un Tú y la realidad de otra presencia (porque sólo la otra presencia, la presencia de otro, es verdadera presencia)... Quizá me equivoco y la presentación de este libro aquí, en México, sea un buen ejemplo de que la poesía no se queda nunca del todo adentro, de que el poeta nunca predica de plano en el desierto. Siempre hay otros oídos que se tienden a escucharlo. En general son pocos, es verdad, poquísimos. Pero qué le vamos a hacer: Suchislifein thetropics.