No. 108 / Abril 2018
Infantil


Un libro para jugar a mirar el mundo

Sobre El libro de l@s niñ@s que usan gafas
de Alexis Díaz Pimienta


Por Caterina Camastra

No solo Alexis Díaz Pimienta, en su desparpajado dominio de los géneros literarios más disparatados, incluye varios títulos de literatura infantil, sino que además sus libros de poesía para niños terminan siendo más bien libros capaces de hablar a todas las edades. Los caracterizan la delicadeza, la sencillez, y al mismo tiempo la profundidad, misma que asoma en pequeñas ventanas de asombro que se abren en chispeante sucesión entre los versos y las estrofas.

El Libro de l@s niñ@s que usan gafas (FOEM, Toluca, 2014) no es la excepción. Como siempre, el poeta anda como por casa entre la variedad de versos y estrofas de la métrica española, para crear la alquimia rítmica peculiar de cada obra. En esta ocasión, el libro opera el efecto de un par de gafas fantasmagóricas que engrandece, multiplica, expande y desarrolla la realidad cotidiana cercana e íntima en un prisma de mil facetas insospechadas. Con un uso muy personal de un recurso tan barroco como la prosopopeya, que permite transformar cualquier cosa en personaje, la voz poética conjura un mundo polifónico –porque cada personaje tiene su voz y poema– en el que hablan lentes redondos y cuadrados, lentillas, gafas de todo tipo, uso, forma, grosor y antigüedad, sin patas y exageradas, pero también ojos y cejas y orejas, izquierdas y derechas, la nariz que está en medio y, por supuesto, niñas y niños con sus padres, madres, abuelos y oculistas. Una sinfonía de voces que, con ironía, con ternura, deshacen estereotipos, invitan a la risa y a la reflexión, celebran las gafas y a quienes las usan.

Así, por ejemplo, el simpático pleito al que asistimos entre “Gafas de leer y gafas de sol” escenifica, en letrillas de versitos de seis sílabas, una serie de prejuicios comunes sobre qué es ser serio y ser divertido, todos igual de ridículos cuando vistos a través del lente de la benévola ironía:

–¿Y se puede saber
cuál ha sido, parienta,
tu última lectura?
Dice Gafas de Leer
con cierto desdén
con voz de culta.

–¿Y se puede saber
cuál fue la última vez
que fuiste a la playa?
Dice Gafas de Sol
con un quitasol
como pantalla.

La estrofa de cierre marca el espíritu general del libro, es decir, la reconciliación amorosa de las diferencias:

Habrá que inventar
unas gafas mixtas,
altivas y oscuras,
que tengan y usen
un cristal de sol
y otro de lectura.

“Del diario del ojo derecho” usa la sinestesia como un juego para movernos el tapete, para que veamos el mundo de un ángulo distinto. Nosotros los lectores como el ojo cuyo diario leemos, a quien la visión se le ensancha más allá de sí misma:

Sábado. Veo mejor
el olor de los potajes,
la música de los pájaros,
el color que tiene el aire.
Desde que llevo las gafas
veo en todos los lenguajes.

Puede ahora entender el mundo desde todos los sentidos el ojo recargado en las gafas, así como lo figura una de las preciosas ilustraciones de Irma Bastida. Todas acompañan los poemas en el tono exacto que se requiere, son entrañables y divertidas, nunca cursis, antes con el dejo inquietante que hace falta para representar ojos, orejas y narices antropomorfos variamente columpiándose en armazones y varillas.

“La opinión de Ceja Derecha” es uno de los poemas que más me son entrañables. En sus endecasílabos encontramos uno de los hilos conductores del poemario, a saber, la cara es como una minuciosa familia, un equipo en armonía, que funciona en finos engranes de mutuo apoyo:

Ceja Derecha no habla, pero escribe
[…]
Ceja Derecha es tímida y callada,
si quiere decir algo, solo se arquea,
o, mejor, se lo dicta a la Mirada
para que Ceja Izquierda luego lea.

En este sentido, otro de los poemas, “De cómo los ojos saben guardar un secreto” comprende una cuarteta genial, de poesía tan destilada que el lenguaje es llevado a la más pulida y más conmovedora sencillez, ya sin figuras retóricas, sin trucos de ingenio siquiera, en la más familiar y narrativa de las formas, el romance octosílabo. Las Gafas de Ver de Cerca y su prima, las Gafas de Ver de Lejos, cuando hablan la una de la otra expresan opiniones diamentralmente opuestas.

Pero ninguna se entera,
pues casi nunca están juntas
y los ojos, que lo saben,
no hablan si no les preguntan.

En un poemario que me gusta, suele siempre haber un verso, un pareado, una estrofa que se me queda pegada, que voy repitiendo a solas durante días. Para este libro, fue esta cuarteta. Cuánta ternura en esa amorosa discreción de los ojos que no ven por qué enterar a las primas Gafas de qué dice la una de la otra, cuánta sabiduría en ese saber callar dejándoles a los demás sus ilusiones.

“Gafas con cristales gruesos”, otro romance, imagina, también con ternura e ironía, qué dirían las gafas anticuadas si se pusieran a disertar, como indefectiblemente terminamos haciendo los humanos, sobre el tópico “en mis tiempos”. La lectura y los lectores se asoman constantemente entre los protagonistas del poemario, tomando estos últimos aquí visos de héroes veteranos que les tienen cariño y orgullo a sus arrugas y cicatrices:

Ah, pero en la época mía,
juventud de los abuelos,
yo también bailé bastante
y fui útil en los colegios,
yo también iba a la playa
con un libro o un cuaderno,
[…]
yo he leído tantos libros
que tengo los vidrios llenos
de cicatrices lectoras
(arrugas en blanco y negro).

“El colmo de los colmos”, quién sabe por qué, se me había escapado y lo descubrí en segunda lectura. En él, un niño y una niña con gafas descubren la bendición de la autoironía (que queda muy cerca de la felicidad, cuando logra rozar ese precario equilibrio con la autoestima):

Y se ríen a coro el niño y la niña,
las gafas, las cejas, las tuberías,
hasta el ciego Casimiro que no veía:
todos se ríen a carcajadas
del colmo de los colmos que no sabían.

Quizás si de pequeña hubiera tenido este libro le hubiera ahorrado a mi pobre madre (santa) unos cuantos embarazosos berrinches y pataletas en un periplo de ópticas, frustrada en el espejo, sin poder encontrar gafas que no me hicieran sentir fea. Salvo luego, de más grande, encariñarme tanto con las gafas que escojo que nunca quise pasar a usar lentes de contacto, o lentillas como las llama este libro, porque ya me ha ido pareciendo que sin gafas a mi cara es como si le faltaran las cejas o los pómulos. Me encantó este poemario que con sabia ternura reivindica las gafas, la lectura, la infancia y la mirada poética que, como la infantil, nunca deja de maravillarse y descubrir los personajes secretos del mundo de todos los días.