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La posteridad
Juan Alcántara
Dharma Books,
México, 2017.
 Por Paola Gallo
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No. 109 / Mayo 2018


El libro de Juan Alcántara está compuesto de dos partes. Comienzo por lo descriptivo. La primera parte se llama “Poema esquimal”, y la segunda, la que le da nombre al libro. Sobre la relación entre una y otra, digamos, eso aún se encuentra suspendido, en estado de reserva.

Con “Poema esquimal” me entero del dato curioso en el nº 157 del Correo de la Unesco de que los esquimales son una población nómade por el Ártico que libra (cito la publicación en cuestión): “una difícil lucha para no desaparecer como pueblo” frente a los avances de la era tecnológica y el desarrollo económico. Me encuentro, a propósito de esto, luego con un simpático pie de foto que dice: “Saltar sobre las grietas que el hielo presenta en primavera es una diversión tradicional de los niños esquimales. Pero también puede pasar por un símbolo de la manera como esas poblaciones se adaptan a las condiciones de la vida moderna”. Lo cierto es que este grupo étnico, llamado también inuit, lleva moviéndose por el hielo, una planicie donde hay meses completos en el año de noche, y viviendo en iglús, desde hace más de dos mil años. Viven en pequeñas comunidades dedicándose a la caza de focas y a la pesca (justamente el nombre “esquimal”, dice la Unesco, significa “comedor de carne cruda”), y lo han venido haciendo a lo largo de muchas generaciones. Su supervivencia depende de alguna manera de mantener las tradiciones y adaptarse al mismo tiempo a lo nuevo. Es una cuestión de mantener ese delicado equilibrio. Un ejemplo, la tradición oral (jamás documentada de manera escrita) de conducirse por el hielo y a oscuras a lo largo de miles de kilómetros, desde Groenlandia hasta Alaska, ha tenido que modificarse con la llegada de la tecnología. Ahora con el GPS las rutas se han desconfigurado y las nuevas generaciones comienzan a perderse en el hielo. (Las antiguas camadas se orientaban en el Ártico, teniendo como puntos cardinales los vientos, de los cuales ellos distinguen 16 tipos por los dibujos que dejan en la nieve).

Dejo atrás este paréntesis Nat Geo y estoy de de regreso a La posteridad. Porque quizás de eso vaya “Poema esquimal”. Una nueva generación, la que hilvana el transcurso cómico genealógico, está perdida, ha quedado, como la palabra que elige Juan Alcántara, sordomuda después del largo e hilarante racconto de varias generaciones. Todo el peso de una tradición a cuestas que comienza por el lenguaje (así arranca el poema): “viejas palabras / anticuadas palabras / palabras que decían mis viejos”(9).

En otro lugar, y en otro registro formal, que no es afortunadamente en el que estamos ahora podríamos citar allí el concepto de Gilles Deleuze de lengua como ese “dispositivo colectivo de enunciación” que arrastramos como lastre, muchas veces. Toda la carga de moho, también, con la que vienen las palabras, y continúa Alcántara: “que decían mi padre y mi madre / palabras que suenan a mis abuelitos”.

La secuencia de la tradición prosigue con las palabras “que suenan a los poetas y / sabios que entusiasmaban a mis tatarabuelitos”, hasta desplegar el árbol genealógico completo (la ilustración que acompaña el poema, subraya también ese guiño): entre el bisabuelito número uno, número dos, el tatarabuelito número tres y la tatarabuelita número dos, y lo dije todo desordenado. Ese es otro aspecto a mencionar, la apariencia de orden, toda esta secuencia biográfica se vuelve un movimiento pulcro, ejecutado por momentos casi con el tempo de una máquina. Y decimos “casi,” porque el contrapunto lo da la corriente de humor que atraviesa todo el poema y me llevó a preguntarme mientras lo leía: ¿qué busca este humor?, ¿a dónde quiere que vayamos?

Un humor que me recordó por momentos a un montevideano, el músico y escritor Leo Maslíah que permanece desconocido, como andan tantos genios extraviados por allá abajo (también como esquimales) y que canta situaciones desopilantes, poniendo cara de póker mientras acompaña la composición con su piano. En su pieza Contemporáneo, escrita en un lenguaje atonal para piano dice: “Soy un compositor contemporáneo. / No trabajo con acordes vetustos, / y si lo hago es en tren de joda, / solamente para ridiculizarlos/ o porque no los conozco / y se me forman de casualidad”.

Un humor, como ocurre en el poema esquimal, que ayuda a sacudir el polvo de las viejas estructuras, ese mausoleo familiar de abuelitos y tatarabuelitas. Un intento por erosionar todas las zonas rígidas, como ocurre con la grafía del poema que va disminuyendo en el transcurso de las páginas. Eso es lo que creo que busca el humor en este poema, poner en evidencia y arrasar con todo lo vetusto, pasado de moda y al mismo tiempo, que la zona de lo nuevo y lo vanguardista llega, ponerla a ésta también en su lugar: la historia también nos conforma, somos una mezcla de lo viejo y de lo nuevo amalgamado (y por algo tal vez el libro decide ser dedicado a la memoria de su madre).

Maslíah, justamente sobre el humor, hace una reflexión en una entrevista que podría tener cabida perfectamente aquí: “Tiendo a adoptar la hipótesis de Freud según quien el humor, a diferencia del chiste, que es de origen inconsciente, es una expresión del superyó, es decir, es una especie de palmadita que le dan a uno los padres mentales que lleva incorporados, que le están diciendo algo así como que no todo es tan controlable ni tan tremendo como parece”.

Luego de la palmadita del árbol genealógico completo de Alcántara, llega el último segmento en el poema donde se quiebra el efecto de mantra cómico que se venía generando. Tiene razón Maslíah, no todo es tan tremendo ni controlable como parece:
 
(todos)² míos de este
ego chozno
nuevo
sordomudo      (16)

Poema esquimal es también si se quiere un ejercicio “verbivocovisual” que nos recuerda a los poetas concretos de la década de los 50 en Brasil, el grupo Noigandre integrado por Pignatari y los hermanos de Campos, donde se busca componer, en palabras de Augusto de Campos: “una organización poético-gestaltiana, poético-musical, poético-ideográmica de la estructura”. De todos modos, volviendo al texto, la experimentación con el elemento gráfico y geométrico lo veremos desplegado con mayor notoriedad en el segundo poema largo del libro, donde las formas reticulares pretenden desfondar la linealidad clásica del verso. A lo anterior se le suma el elemento performático: el poema adjunta indicaciones de cómo debe ser ejecutado: “una voz masculina interrumpida o comentada por otra voz. La segunda, de preferencia, femenina está indicada por los corchetes”. Así, las palabras, los “eventos acústicos” adquieren una significancia nueva, a la manera de un concierto con una estructura coreográfica de desplazamientos: “el uno arriba / el dos a la derecha / el tres a la izquierda” (22), que nos recuerda de nuevo a aquel concepto que proponían los concretos donde la organización poético-musical-ideogramática debía insinuar la composición de una estructura. El movimiento de una voz. La emergencia de una imagen geométrica.

Dicho esto, podríamos agregar que el azar es una palabra que no se menciona en el libro pero que, sin embargo, retumba por todas partes, como el silencio que también se vuelve presencia palpable (recordemos aquel experimento de Cage en la cámara anecoica y la conclusión: “no existe el silencio”). Vinieron aquí pues las asociaciones inmediatas, con la música aleatoria o controlada por el azar, John Cage y su pensamiento rítmico con “Music of changes”, junto a las combinaciones del I Ching, el libro oracular compuesto de hexagramas que sirven para la adivinación por medio del lanzamiento de tres monedas seis veces sucesivas, que aparece visiblemente en uno de los poemas:
 
LAS TRES MONEDAS EN EL AIRE
cada una con sus dos lados
(opuestos)
divididos ya sea en dos o tres partes
formados de líneas enteras partidas
los dos trigramas
los tres digramas    (29)

El poema se transforma en “constelaciones semánticas en cadena” (Haroldo de Campos), una partitura donde la linealidad de los versos se desacomoda y muchas veces como dijo en una entrevista el poeta, traductor y ensayista francés Henri Meschonic: “es el oído el que ve”, una palabra, la audición de una palabra hace pensar en otra cosa, como una reverberación que jala un nuevo elemento: el ejemplo más pertinente para nombrar aquí: “seis caras seis / caras seis caras / [ESCARAS]” (26).

Con estas referencias a cuestas, Alcántara desarrolla en “La posteridad” la complejidad de una escritura espacial que traza inteligentemente la figura de una incógnita: ¿es una caja? ¿una estrella? ¿un dado? Lo único que sabemos es que La posteridad siempre ha tenido y tendrá seis caras. El último poema del libro, es el que quizá produce mayor perplejidad y nos recuerda que tras haber completado la lectura y creer que hemos encontrado algunas pistas claras donde afirmarnos, seguimos sin saber qué es “La posteridad”. Las zonas de indeterminación, lábiles del texto se imponen dando un resultado desconocido, “sordomudo” y lleno de neblina, al igual que el mensaje que nos da el Maestro al componer un hexagrama, tras lanzar al aire seis veces las tres monedas: una verdad abierta siempre a la mutación o a la multiplicidad de posibilidades que conviven mezcladas en todo. Para finalizar volviendo a Cage y a una frase que le dice en 1950 a Pierre Boulez: “El azar interviene para darnos lo desconocido”, o bien aquella otra del tatarabuelo de toda esta genealogía experimental, “una tirada de dados jamás abolirá el azar”.