No. 109 / Mayo 2018


Cine y poesía


Poesía sin fin



Ángel Miquel


Poesía sin fin (2016) es una autobiografía cinematográfica de uno de los primeros tramos de la vida de Alejandro Jodorowsky. Como secuela de La danza de la realidad (2013), en la que se abordaba su infancia en el pueblo chileno de Tocopilla, ahora se cuentan episodios de su adolescencia y primera juventud en Santiago, donde vivió con sus padres y le nació, a partir de la lectura casual de unos versos de Federico García Lorca, el deseo de convertirse en poeta. De acuerdo con la historia contada, si el adolescente Alejandro creció modelado por la figura dominante de su padre, un comerciante codicioso y despótico de cuya casa terminó por escapar, el joven fue arropado por una fascinante tropa de bohemios, quienes le mostraron, con sus creaciones y comportamientos, que era posible andar por una ruta distinta a que le tenía reservada el conservador entorno familiar. De ese grupo, en el que había un “supratenor”, un “ultrapianista”, unos “bailarines simbióticos” y un “polipintor”, resultarían para él influencias decisivas dos poetas: Stella Díaz, con quien vivió algún tiempo, y Enrique Linh, con el que mantendría una profunda amistad.

Según aprendemos en las secciones extra integradas al DVD con la cinta, Jodorowsky emprendió esta filmación, a sus 86 años, con el propósito de presentar un producto artístico “que sane”. En un primer nivel, esa sanación se dirigió claramente al propio director, quien puso en escena, para curarlas de forma simbólica, sus difíciles relaciones con su padre, con Díaz y con Lihn —y con ellas, de paso, con su juventud y quizá con Chile mismo. La asignación del papel del padre a su hijo Brontis, y la del papel de Alejandro a su otro hijo Adán, planteó de entrada una reasignación de roles familiares, para trascenderlos a la manera en que ocurre en terapias como las constelaciones familiares o la psicomagia practicada por el mismo Jodorowsky. Pero en otro nivel, la cinta fue diseñada para enfrentar de algún modo al “cine enfermo” de Hollywood, que ha colonizado el planeta, dice el director, con obras plenas de destrucción, amores ridículos y pasión por el dinero. El proyecto encarna, como ocurrió con La danza de la realidad y sus otras cintas previas, Fando y Lis (1968), El topo (1979), La montaña sagrada (1973), Tusk (1979), Santa sangre (1989) y El ladrón del arco-iris (1990), en una obra muy atractiva desde las perspectivas visual y auditiva, y recorrida de arriba abajo por elementos simbólicos.

Poesía sin fin cuenta cómo Alejandro persigue sus ideales, a pesar del rechazo familiar y de la indiferencia social, para convertirse en poeta. Su desarrollo inicia cuando, en un momento de crisis, recibe de un vagabundo borracho la siguiente información misteriosa: “Una virgen desnuda alumbrará tu camino con una mariposa que arde”. La frase, que lo intriga y anima, se encadenará con posteriores revelaciones ocurridas en encuentros inesperados, en las palabras de una tarotista o en los consejos que el mismo Jodorowsky, ya viejo, da en compasivas apariciones repentinas al joven que fue. Alejandro escucha, descifra y obedece esos signos, que a otros hubieran parecido casualidades o juegos, y encuentra en ellos la fuerza para seguir.

Con esa estructura parecida a la de un cuento infantil, la película rebasa el nivel de un simple ajuste de cuentas familiar para situarse en un plano general o, si se quiere, arquetípico. Pero esta elevación también sucede gracias a su textura formal. Como en otras de sus cintas, Jodorowsky presenta en Poesía sin fin una mezcla altamente estilizada de componentes (animales, enanos, payasos, exhibicionistas) y temas (el corte ritual del cabello, la humillación, la sexualidad, los nazis, la liberación de traumas), que tienen raíces visuales en el comic, el teatro de títeres y la estética surrealista y, en el ámbito del cine, en la obra de Federico Fellini y el realismo poético francés. Hay de hecho una referencia explícita a esta corriente cuando Alejandro descubre que se exhibe en Santiago Los niños del paraíso (Marcel Carné, 1944). En esa espléndida recreación de la escena teatral parisina del siglo XIX, cuyo guión fue escrito por Jacques Prévert, aparece un personaje que actúa el papel de Pierrot. Este personaje noble y enamoradizo, resaltado en el anuncio de la película en el cine visto por Alejandro, es una nueva marca simbólica que prefigura su propia transformación, en las últimas escenas de Poesía sin fin, en un Pierrot alado que, en el bullicio de un carnaval, lo muestra ya como la “mariposa que arde” de la primera profecía.

La película recrea de forma clara, aunque un tanto esquemática, el difícil acomodo de la generación de Jodorowsky y Lihn a un ámbito subordinado, por una parte, a la influencia de Pablo Neruda y, por otro, a la de Nicanor Parra. Según cuenta la trama, una primera solución de los amigos para escapar a esas poderosas presencias fue llevar la poesía a la acción, manifestándola en gestos provocadores como arrojar trozos de carne cruda al público que asistía a escucharlos o practicar un antihomenaje al “viscoso poeta nacional” pintando de negro una estatua de Neruda ante un grupo de indigentes. En correspondencia con ese acento en la performatividad, se otorga en la historia poca atención a la escritura: los personajes dicen versos que recuerdan o improvisan, pero los únicos que se ven son, sintomáticamente, los grafiteados, borrados o tachados por Lihn en las paredes y el piso de su habitación en la casa familiar. Ante las obvias limitaciones de la acción poética, una segunda solución práctica encontrada por Alejandro al dilema de cómo escapar a las indeseadas influencias dominantes fue desterrarse en París, a principios de los años cincuenta, con los propósitos de unirse al grupo de André Breton y “salvar al surrealismo”. Y en ese corte de amarras termina la cinta.

Buena parte de la versátil e influyente obra de Jodorowsky en el cine, el teatro, la novela, el comic, el ensayo y hasta el tuit ha sido marcada por sus ideas acerca de la poesía. La vertiente más notable de éstas se manifiesta, claro, en la densidad simbólica de buena parte de sus obras, que exige una permanente disposición interpretativa; otra, no menos característica, engancha con el imperativo de liberación individual y colectiva presente en la tradición surrealista. Respecto a esto, en una charla también incluida en el DVD con el escritor sirio-francés Adonis —partícipe en el proyecto de la película—, el chileno expresó:

Una de las misiones de la poesía es despertar a otros, buscando primero en la psique interna profunda y abriendo luego a los demás ese mundo interior. De hecho, la otra persona podría estar presa. Entonces, tu libertad poética funciona como una llave para abrir su prisión. El otro se libera, como individuo, a través de la belleza —y no de una belleza común y corriente, sino espiritual.
Grijalbo publicó en 2011 la obra poética reunida de Alejandro Jodorowsky, en un libro que lleva el título, justo, de Poesía sin fin. Varias de sus películas se han vuelto de culto y son fácilmente accesibles. Es previsible que la más reciente, de una inquietante belleza, tenga una suerte parecida.