No. 109 / Mayo 2018
Leer un poema...


“Dédalo habla”, de Shimon Adaf


Carmen Villoro

 

 
La lucidez es la herida más cercana al sol
René Char


No sé hasta dónde alzaste el vuelo, Ícaro, si estás detenido en el instante o ya te derrumbaste, o acaso transitaste hacia otra luminosidad que desconozco. No sé qué pasó con tu cuerpo, pero tengo tu sombra, su palpitar de sangre y huesos sobre estas hojas de papel que leo como quien adivina, como quien interpreta las manchas de Rorschach, esas mariposas de tinta que abren sus alas heridas por la Historia, la personal y la del pueblo que nos acompaña en el lenguaje que somos. En este libro, la sombra que es espejo de la sombra habla en hebreo y habla en castellano, con un ala pisa el territorio que abarca desde el Río Éufrates hasta el Nilo, la otra sobrevuela el suelo hispanohablante para ser, además de sombra, voz que se haga oír.

No sé si entiendo el libro de Editorial Trilce, Lo que creí sombra es el verdadero cuerpo, de Shimon Adaf, en su alta simbolización, en su abstracto lenguaje, pero sus imágenes poderosas fueron cayendo al fondo de mi fondo, al terreno que protege el olvido, el mío, y me conmovieron y me invitaron a inventar la crónica de un Éxodo, el del yo poético que sale de su pueblo Sderot camino a Tel Aviv, dejando atrás la atmósfera cargada de violencia y muerte de la infancia, aspirando a una respiración más trasparente, un aire nuevo para el corazón atravesado. Este libro es un viaje y es también la travesía de los migrantes que llevan como única pertenencia su lengua cargada de preceptos y presagios, lengua viva que canta a través de las generaciones, rezo que se manifiesta con Dios o sin él pero que es parte de la identidad como es la piel y el nombre que la tiñe. ¿Cómo no hablar en hebreo cuando llevas a cuestas la carga simbólica de las generaciones?

Se trata de una poesía que gana peso y alcanza hondura por la presencia de lo sagrado, las connotaciones bíblicas, su pasado literario que hace eclosión en los labios.

Tammuz, kislev, marjeshván, elul, av, meses del calendario que necesitan ser pronunciados para conjurar los designios de la naturaleza. Lo orgánico aparece todo el tiempo como una fuerza terrible. Cito algunas imágenes:
 
“(…) colapsa / como las estrellas bajo la bota de las tropas de la aurora”   
“pulimento intrigante de alas de curruca”
“susurro obstinado de ardientes dientes de león”
“sollozante se abre el mar”
“la floración irrumpe,
tos de las gargantas del follaje”
“El cielo próximo y pesado
con respiración de violador”
“los inútiles respiradores artificiales de la primavera”
El poeta se vale de las figuras de la mitología occidental para representar con ellas el drama personal. Ícaro, Orfeo, Casandra, Dédalo. Ícaro ya se fue. Se atrevió. Dédalo, el padre, se duele por la pérdida del hijo que, curiosamente para él, es también la pérdida de la esperanza.
 
Dédalo habla

Yo tenía un hijo y todo yo era un cansancio
malo. Mi hijo fue un retazo de humo.
No sucede en casa, ni en el jardín, ni durante las comidas,
no pasa en las canchas, en la escuela,
en las fotos.
Se disemina por el mar.

Una tarde lejana calculó calles, invirtió
brújulas abalanzándose contra él
un camión de estrellas y abandono.

Yo tenía un hijo y ahora fábrica de
abril, cielo plomizo y pájaros maduros
para el plañido, aire calcinado en su florecer.
Todo eso
son los inútiles respiradores artificiales de la primavera.
La “luz pavorosa de la poesía” es inevitable. Persigue y acompaña al poeta con sus picotazos. La poesía es representada a lo largo del libro por las aves. El poeta dice:

La recurrencia de un poema puede clamar:
sí, no estabas destinada a agonizar, ave inmortal, las generaciones
hambrientas no te pisotean con sonoro paso, tu voz con
aluvión de tiempo es
lo que oigo.
De lo sagrado se avanza a lo profano en donde también se manifiesta lo sagrado. El apartado “Carne” es un aterrizaje de alas no derretidas, disueltas a voluntad. El corazón perforado por el que se derrama el mundo cobra otra dimensión en el amor. El verbo se hizo carne. Pero el deseo asusta y es motivo de clamor: “Ay ma”, se lamenta el poeta cuando “todas las palabras del diccionario no le bastan para decir yo”.

Al término de la Historia, de esta historia, el discurso enloquece y enloquece al lector que ha perdido la brújula. Yo soy ese lector que se confunde. El vuelo me da vértigo. Quiero asirme al principio, regresar de la carne al canto, agarrarme de la tradición para salvarme de este dolor del parto, el nuevo parto que me arroja al mundo y me deja huérfana, desasida y desagarrada. Maldita sea.