No. 109 / Mayo 2018

Tienda de fieltro

 
 Mayo del 68 aún


Miguel Casado


Los cuadernos de Paul Celan en mayo y junio de 1968 se llenan de notas sobre lo que ve a diario en las calles del Barrio Latino; con fama de hermético y de permanecer recluido en un mundo fijado por el exterminio de los judíos en los campos, su libro Parte de la nieve parece sensible a imágenes del presente: “yo también, a la calle, / salgo, para no recibir ningún corazón, / hasta mí mismo en lo pedregoso / múltiple”, “rebelde como / el ánimo de piedra / ofrecido por lo que dijo la mano, / y que se elevó al mundo / a la orilla del silencio vuelto”, “en el megáfono / la Historia agujerea, // en las avenidas orugan los tanques, / nuestro vaso / se llena de seda, // estamos ahí en pie”. Y, con sus piedras y megáfonos y tanques, se puede oír la descripción que Gilles Deleuze —una de las mejores cabezas de nuestra época— hace de ese momento: “fue un fenómeno de videncia, como si una sociedad viese de repente lo que tenía de intolerable y viese al mismo tiempo la posibilidad de algo distinto”. De la mano de los dos escribo ahora, no ya por la cercanía de algún aniversario o circunstancia inmediata; solo por el impulso de las lecturas de las últimas semanas y quizá de una raíz personal del pensamiento.

¿Cuáles fueron los hechos? “Mayo fue —resume Kristin Ross— el mayor movimiento de masas en la historia francesa, la mayor huelga en la historia del movimiento obrero francés y la única insurrección ‘general’ que el mundo desarrollado ha conocido desde la segunda guerra mundial”. Es verdad que, desde entonces, las versiones que más han circulado lo reducen a una algarada de estudiantes (borrando los diez millones de obreros que hicieron huelga y ocuparon las fábricas), o a una cuestión juvenil y generacional (enlazando con la ola de este signo que recorrió el mundo, pero tampoco lo de Praga, por ejemplo, fue cosa de la edad), a un cambio de hábitos sociales, a unas ingeniosas pintadas. Para la composición de ese relato único han confluido la derecha neoliberal, la socialdemocracia y la izquierda oficial, en una especie de ensayo conjunto de la posverdad. No cabe extrañarse: solo con repasar la historia reciente de cualquier país —incluidos los que presuntamente tienen mayor crédito democrático— se encuentran estas zonas de silencio clamoroso. Quizá una arqueología de los años 50 y 60 vaya siendo necesaria para sacar a la luz los estratos omitidos de lo que tan enfáticamente llamamos Europa.

La brutalidad policial en la tarde del 3 de mayo de 1968 es lo que de hecho desencadena el movimiento, y la violencia social del sistema económico favorece su generalización; nuestra experiencia reciente de cómo el desamparo y empobrecimiento de capas enteras de población coexiste con la brusca aceleración de la riqueza de otros, ayuda a entender la idea de rechazo tal como la elaboró Maurice Blanchot en aquellos años. Es similar a lo que ahora se llama antisistema. Se trata —dice— de un “No certero, inquebrantable, riguroso” que, siendo el único consenso de partida, no es nunca fácil de sostener —al contrario de lo que se cree— y, en esa dificultad de resistir a fuertes presiones, genera algo para vivir en común, algo que une con más fundamento que cualquier discurso positivo. Es así, pensaba Blanchot, porque apunta verdaderamente a lo insoportable y bloquea las tentativas de recuperación que la lógica del sistema siempre tiene a mano —“rechazamos que se empaquete con un lacito nuestro rechazo y se le ponga una etiqueta”, escribió entonces Marguerite Duras.

Repasando los documentos y también los análisis posteriores, se diría que la masiva comprensión espontánea e inmediata de esto dio a Mayo del 68 su sello, pues impidió a la vez la manipulación del movimiento por discursos previos y controló los liderazgos con el ejercicio de una democracia directa —“no se trata de saber quién estará a la cabeza de todos, sino más bien cómo formaremos una sola cabeza”, dice un panfleto anónimo. Si algún precedente histórico hay, será sin duda la Comuna de 1871, también en París. Pero la Comuna entra sin reparo en el catálogo de las revoluciones y no sé si sucede lo mismo con Mayo. El rechazo, la negación hicieron un vacío y lo que en su seno alentó era necesariamente otro tiempo. Algo ocurre y, en ese tener lugar, descubre su posibilidad a la vez que su existencia; como propone Deleuze, “lo posible no preexiste al acontecimiento sino que es creado por él. Es cuestión de vida”. Y por eso lo imposible se da a veces. Quizá la palabra revolución solo concreta su significado y encuentra un referente cuando la realidad los produce.

El término que usan muchos testigos es acontecimiento y, al calor de esas semanas, se consolidó como un concepto decisivo de la reflexión contemporánea, sea en la voz de Deleuze o en la de Badiou. El acontecimiento es un desajuste de la causalidad, una desviación de las leyes, una torcedura, inestabilidad que abre un nuevo campo de posibilidades; en la ciencia, Prigogine estudia un tipo análogo de estados físicos, las estructuras disipativas, en que los desfases mínimos se propagan en lugar de anularse y los fenómenos más dispares entran en resonancia. Por eso, anota Deleuze, “aunque un acontecimiento sea contrariado, recuperado, traicionado, reprimido no por ello deja de implicar algo insuperable”. Aunque se diga “ha quedado superado”, no es así; deja abierto —insistamos— un nuevo campo de posibilidades.

En él se inscribirían las largas horas de discusión colectiva, el fin del miedo y la docilidad ante los discursos, o, en fórmula de Michel de Certeau, la “toma de la palabra”. La comprensión del poder a la manera de Foucault, como una energía que lo atraviesa todo; la necesidad de una distancia entre la revuelta y sus propios canales institucionales, y la interacción crítica que esto supone. La aparición de lo común en torno al núcleo impersonal y anónimo del rechazo compartido, esa comunidad sin comunidad en la que insistía Blanchot como modo de mantener activo el pensamiento. Porque este solo se genera donde no hay fijeza, como en aquel título que firmaron juntos Toni Negri y Felix Guattari: Las verdades nómadas. Las que reaparecen.
 




Lecturas
 

Paul Celan, Partie de neige. Traducción al francés y notas de Jean-Pierre Lefebvre. París, Seuil, 2007.
Gilles Deleuze, “Mayo del 68 nunca ocurrió”, en: Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995). Traducción de José Luis Pardo. Valencia, Pre-Textos, 2007.
Kristin Ross, Mayo del 68 y sus vidas posteriores. Traducción de Tomás González Cobos. Madrid, Acuarela & Antonio Machado, 2008.
Maurice Blanchot, Escritos políticos. Traducción de Diego Luis Sanromán. Madrid, Acuarela & Antonio Machado, 2010.
Emmanuel Burdeau, François Ramone, “Pensar el surgimiento del acontecimiento” (entrevista con Alain Badiou). Traducción de Coto Adánez. Achipiélago, 80-81, mayo 2008.
Toni Negri, Felix Guattari, Las verdades nómadas. Por nuevos espacios de libertad. Traducción de Raúl Cedillo. San Sebastián, Tercera Prensa, 1996.
Jacques Baynac, Mayo del 68: La revolución de la revolución. Traducción de Marisa Pérez Colina. Madrid, Acuarela & Antonio Machado, 2016.
Daniel Blanchard, Crisis de palabras (Notas a partir de Cornelius Castoriadis y Guy Debord). Traducción de Álvaro García-Ormaechea. Madrid, Acuarela & Antonio Machado, 2007.