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No. 109 / Mayo 2018

Laura Wittner
(Buenos Aires, 1967)



Amplían fotos en un chat

Mi padre manda fotos de Brasilia.
Dos días después vemos La Paz
desde su habitación de hotel.
En el medio pasó por Buenos Aires
y nos saludamos por teléfono.
¿Todo bien? ¿El trabajo? ¿El avión?
Fotos de San Francisco.
Fotos de Honduras. De Vancouver.
Se mezclan verde y árido
y enseguida se mezclan blanco y cristalino
desde una y otra y otra
ventana en piso alto. Conozco
Toronto a través de su relato,
(lo puse en un poema, la di por conocida).
Mi padre viaja por trabajo.
Por el trabajo que es vivir,
mi padre viaja. A nosotros
nos hace sentir quietos
casi inmóviles
tanto despliegue paterno
incluso a sus setentaipico.
A contrahora nos llegan las imágenes
y nos decimos ¿todo bien?
¿el trabajo? ¿el avión?
¿Es correcto que estemos
siempre acá donde estamos?

 
 

Caminan siete cuadras hacia el subte

Van mis hijos unos metros adelante. La vereda
se irisa, decrece, distrae
y hay columnas, la pared, el árbol.
Los hermanos se ríen de las cosas:
de las cosas propias que son cosas del mundo.
Ella lo empuja con el brazo, él
le encaja la cadera.
La bolsa con cerezas, el vano lemon pie
que les encomendé ya perdieron el aura
rozan los bordes
desafían los nudos
no hacen más que estar a punto de caerse.
Les miro las espaldas y calibro
esa certeza de que ahí van con todo:
mi ánimo, mi voluntad, mi corazón
las frutas y la torta. Los niños
olvidan la fragilidad de lo que llevan.


 

Hacen vibrar la voz a las 6

Incluso en la tormenta
incluso en este amanecer oscuro
los obreros de la construcción vecina
bromean a los gritos.
Hace dos años que son existencias
meramente sonoras. Ahora
el edificio que hicieron surgir
llega hasta mi balcón: a las risas
se les suman los cuerpos.
Ya sospechaba yo
que no podían ser puro sonido
quienes trenzaban semejante materia. 

 


Interrumpen la charla para hacer algo urgente

En la parte de arriba del mundo
están las amigas emigradas:
heroínas románticas
aventureras con gorro de piel
mujeres físicamente poderosas
que cuando llega navidad
mi cumpleaños, los actos escolares
en lugar de adormecerse de calor
salen a la puerta de sus casas
–el rostro agudo de la decisión
los puños prontos–
nada más y nada menos
que a palear nieve.

 


Se ciegan un momento mientras corrigen un poema

Adónde nos lleva ese eclipse
esa estridencia súbita de luz
de sol que choca contra luz
de lámpara. Estaba nublado
y estará nublado en dos segundos.
Ahora, lo que se dice ahora,
entró un fulgor y nos abdujo
hacia cierto lugar que no sabemos
y nos volvió a dejar en nuestras sillas.
Nadie contó una sola sílaba
sobre su viaje.