No. 109 / Mayo 2018

Los Beats


Los abatidos


Roberto Vázquez



En los confines boscosos de White, Georgia, se encuentra el mayor cementerio de automóviles de Estados Unidos. Los más de 4000 oxidados clásicos son parte de la impredecible resaca de una época que creyó en la eternidad (con las refacciones y mantenimiento adecuados) de estos hot rods. El final de la Segunda Guerra Mundial marcó la transición de la economía bélica a una de manufactura masificada de bienes consumibles. El sueño de Henry Ford, otorgar un coche a cada ciudadano, parecía pronto a cumplirse: de 25 millones de vehículos registrados en 1950 se pasó a 67 millones en 1958. El auto se convirtió, al mismo tiempo, en símbolo y promesa de prosperidad; con una estilización tipo Cadillac, la estética de la era espacial prometía una próxima utopía de jetpacks al estilo Supersónicos en donde todos los problemas sociales y económicos estarían resueltos. La debacle social y económica por venir en las siguientes décadas no fue siquiera considerada por los norteamericanos en una época llena de crecimiento, productos baratos, autocinemas, publicidad colorida y optimismo. Fueron únicamente los pesimistas beats quienes vieron detrás de la paz americana el horrible precio del american way of life: tomaron el templete para profetizar lo imposible.

El repetido concepto de “generación” busca definir el ethos de un grupo artístico agrupando por fechas de nacimiento y obviando muchas veces coincidencias o discrepancias técnicas e ideológicas. Más que una coincidencia calendárica, la llamada generación beat nace con un grupo de desencantados de la Universidad de Columbia, Nueva York en 1944. Ese año Lucien Carr, que vivía en una residencia estudiantil del West 122nd Street, escuchó que tocaban a su puerta: Allen Ginsberg (1926-1997), un joven de Newark que estudiaba para ser abogado sindical, quería saber quién era el estudiante que escuchaba Brahms en su tornamesa, la coincidencia musical forjó la amistad. Carr conoció ese año a Edie Parker, novia de Jack Kerouac (1922-1969), un marino mercante de ascendencia francocanadiense que dejó Columbia por considerarla “pretenciosa”; la pareja compartía departamento con una joven llamada Joan Vollmer a quién Carr le presentó un amigo de la infancia, William S. Burroughs (1914-1997), hijo de una acomodada familia de Saint Louis, Missouri. Una coincidencia era que Kerouac, Ginsberg y Carr habían asistido a la misma clase universitaria del crítico literario Lionel Trilling (1905-1975) en diferentes momentos. Las fiestas de estos seis personajes llenas de literatura (Carr hablaba obsesivamente de Rimbaud), alcohol y drogas conforman la primera “alineación” de los beats (abatidos). Los juicios por obscenidad en contra del poemario de Ginsberg Howl and other poems (editado por City Light Books en 1956) y Naked Lunch (1959) de Burroughs cimentaron, junto con la novela On the Road (1957) de Kerouac, la fama del grupo.

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Eisenhower estableció en 1956 el plan de autopistas interestatales (Interstate Highway System), el presidente buscaba mantener la comunicación y movilización rápida de convoyes militares inspirándose en gran medida por la eficiencia bélica de la Reichsautobahn de la Alemania nazi. El pragmático plan de infraestructura militar para la Guerra Fría fue usado por Kerouac como metáfora del autodescubrimiento. Los beats manejando furiosamente a altas horas de la madrugada es la estampa por excelencia del movimiento. La itinerancia, incitada principalmente por problemas con la ley, extendió los sitios y personas asociadas a estos. Por ejemplo, la fuga de Burroughs y Vollmer a Ciudad de México en 1950 o la escapada de Ginsberg a San Francisco el mismo año; esta última generó vasos comunicantes con otros poetas incipientes: el vagabundeo es un motivo recurrente en la narrativa y poesía beat.

Sobre el lenguaje frenético y las imágenes fragmentarias que se asocian con estos escritores, Kerouac diría a la revista Playboy (a ritmo de jazz y movido por el adderall):

Se remonta a las cantaletas de las viejas historietas (Krazy Kat con el ladrillo irracional) — a Laurel y Hardy en la Legión Extranjera — al Conde Drácula y su sonrisa al Conde Drácula estremeciéndose y siseando ante la cruz — al Golem sembrando terror entre los perseguidores del ghetto — a la sabiduría serena de una película sobre la India, a la que no le importa la trama — al viejo Chino Tao risueño que trota por las banquetas de la vieja Shanghái de Clark Gable — al viejo Árabe sagrado advirtiendo a los impetuosos que ya viene el Ramadán...1
Aliteraciones, poemas de largo aliento, puntuación escasa y largos versos, los bajos fondos urbanos, el jazz, la cultura popular, la alienación social, el racismo, el alcohol, las drogas (todas las que estén disponibles) y la experimentación técnica son otras de sus constantes. La mayoría de ellos también comparten la noción de que la convergencia vital entre hedonismo y vaciamiento lleva al autodescubrimiento: el Dzogchen chino y la tradición zen japonesa traída a norteamérica por el académico japonés D. T. Suzuki (1870-1966) es estudiada obsesivamente para encontrar en ella la espiritualidad que occidente perdió con la secularización. Esta filosofía de la nada se transforma en material poético y herramienta creativa. Oriente permea también gracias a la adopción técnica del haiku por parte de Kerouac. A pesar de estas coincidencias la heterogeneidad está a la vista, el realismo crudo de Ginsberg en Howl:

I saw the best minds of my generation destroyed by madness,
starving hysterical naked,
dragging themselves through the negro streets at dawn looking
for an angry fix


Vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura,
         hambrientas histéricas desnudas,
arrastrando sus cuerpos por calles de negros al amanecer buscando
         un furibundo pinchazo
Contrasta con el onirismo de la californiana Lenore Kandel (1932-2009):

First they slaughtered the angels
tying their thin white legs with wire cords
and
opening their silk throats with icy knives
They died fluttering their wings like chickens
and their immortal blood wet the burning earth


Primero masacraron a los ángeles
ataron sus delgadas piernas blancas con alambres
y
abrieron sus gargantas de seda con cuchillos gélidos
Murieron revoloteando sus alas como gallinas
y su sangre inmortal bañó la Tierra encendida
Asimismo la ironía cáustica de Burroughs en Naked Lunch poco tiene que ver con el intimismo de la nieta de anarquistas italianos Diane di Prima (1934) en Song For Baby-O, Unborn.

En Nueva York Anne Waldman2 considera como parte del movimiento al expresidiario de Greenwich Village Gregory Corso (1930-2001), al estafador Neal Cassady (1926-1968, inmortalizado como Dean Moriarty en On the Road), a la oriunda de Brooklyn Diane Di Prima y al afroamericano Amiri Baraka (1934-2014, quien a la muerte de Malcolm X enterró su antiguo nombre LeRoi Jones). En San Francisco William Carlos Williams (1883-1963) presentó a Ginsberg con poetas del “San Francisco Renaissance”, ahí conoció a la que sería su pareja de toda la vida: el poeta neoyorkino Peter Orlovsky (1933-2010). Lawrence Ferlinghetti, migrante cansado del alto precio de los libros, abrió en 1953 City Light Bookstore: la urbe californiana fue la cuna de la primera librería en el país dedicada únicamente a los libros de empastado rústico para los bolsillos que no podían pagar las caras ediciones encuadernadas. Fue el mismo Ferlinghetti quien expandió su negocio con City Light Books para editar los poemas de desterrados, prostitutas, migrantes europeos y latinoamericanos, fugitivos de la ley, etc. En esa ciudad Anne Waldman relaciona directamente con los beats a John Wieners (1934-2002), Peter Orlovsky, Lawrence Ferlinghetti, Joanne Kyger (1934-2017), Lew Welch (1926-1971?), Lenore Kandel (1932-2009), Philip Whalen (1923-2002), Bob Kaufman (1925-1986), Michael McLure (1932) y Gary Snyder (1930). Iniciativas como el Berkley Poetry Conference (1956), primer festival poético nacional en Estados Unidos son producto de la organización de esta generación.

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Otra de las consecuencia de la popularidad del automóvil fue la creación de gigantescos complejos suburbanos en sitios inalcanzables para el transporte público, la construcción masificada permitió que las casas se abarataran lo suficiente para ser asequibles; como consecuencia de este éxodo masivo hacia los suburbios, los centros urbanos se conformaron en el imaginario de las buenas conciencias como sinónimos de clases bajas, poco educadas, migrantes, afroamericanos, altos índices de criminalidad y sitios de “perdición”. El escándalo de los poetas citadinos reforzó la opinión: los juicios de obscenidad que el gobierno estadounidense emprendió contra Howl... y Naked Lunch, los asesinatos cometidos por Burroughs y Carr,3 la drogadicción, la homosexualidad, la prostitución y el narcotráfico enfurecieron a quienes vieron en este derroche escritural no una crítica profética sino una señal de degeneración social a erradicar. Para los críticos las instituciones artísticas norteamericanas y la cultura de consumo eran suficientes para sostener el status quo de la creciente clase media y alta. A pesar de este escarnio la apuesta contracultural se extendió entre la población, muchas veces como motor de denuncia y otras de manera frívola como un producto domesticable más: por ejemplo, Time Magazine describiría al budismo zen (popularizado por los beats) como la next cool thing de 1958.4 La domesticación por parte de Time no dista mucho de la que hizo Playboy; vio en el jazz y la literatura de los beats una “revolución” al alcance del hombre blanco con los medios para pagar una vida de hedonismo, mujeres y drogas. Dicha fama y parodia eran poco importantes para los que se identificaban con la contracultura.

El sentimiento de abatimiento (beat) ante una sociedad de apariencias permeó en la sociedad de diversas formas: tanto en el espíritu de lucha vital de la counterculture norteamericana en los sesentas como en la fundación del Naropa Institute: The Jack Kerouac School of Disembodied Poetics que hasta la fecha colabora con la Schule für Dichtung de Vienna en la promoción de nuevas técnicas escriturales y artistas emergentes de contextos diversos. Combustible de punks, hippies, yuppies y expresiones contraculturales diversas a pesar de la voraz asimilación que el mercado ha realizado de todos sus rostros y eventos. A más de medio siglo de distancia, su vitalidad y rebeldía continúan prendiendo la hoguera; los incontables tributos a esta generación en cine, televisión, literatura y música son el resultado de la fascinación que genera una literatura total: una poética de la resistencia y la búsqueda vital. Un viaje que implica la itinerancia del cuerpo a través del vagabundeo, pero también el vagabundeo del yo intentando encontrarse a sí mismo.



1 Kerouac, Jack, “The origins of beat generation” en The beat book, Anne Waldman (ed.), USA: Shambala Press, 1996.
It goes back to the inky ditties of old cartoons (Krazy Kat with the irrational brick) ― to Laurel and Hardy in the Foreign Legion ― to Count Dracula and his smile to Count Dracula shivering and hissing back before the cross ― to the Golem horrifying the persecutors of the Ghetto  ― to the quiet sage in a movie about India, unconcerned about the plot― to the giggling old Tao Chinaman trotting down the sidewalk of old Clark Gable Shanghai ―  to the holy old Arab warning the hotbloods that Ramadan is near.]
2 Waldman, Anne (ed.). The beat book, USA: Shambala Press, 1996.
3 El primero mató a Joan Vollmer en 1951 intentando recrear la hazaña de “Guillermo Tell”, el segundo a su amigo David Kammerer en 1944, Carr siempre alegó defensa propia ante un intento de violación.
4 “Religion, Zen. Beat & Square” en Time Magazine, semana del 21-Julio-1958 http://content.time.com/time/magazine/article/0,9171,868663,00.html