No. 109 / Mayo 2018
Revistero


Del río que corre. Blanco Móvil.
Treinta años de poesía


Claudia H. de Valle Arizpe

Celebro este libro que reúne poemas seleccionados de las revistas que a lo largo de 30 años ha publicado Blanco Móvil, bajo la dirección de Eduardo Mosches. ¿Qué va a encontrar su lector? Por supuesto, diversidad de voces poéticas y de temas humanos. La diversidad se da por descontada al tratarse de una antología poética, precedida por una presentación del propio Mosches, y de una introducción de la escritora mexicana Carmen Boullosa. En su breve texto, Eduardo es, como siempre, entusiasta. A pesar de ser crítico y de dolerse con los graves problemas que aquejan al mundo de hoy, parece mantenerlo muy vivo su fe en los amigos y en los poetas; en la literatura, en el arte, y en la necesidad de estrechar vínculos entre personas de culturas y de lenguas diferentes. De hecho, asienta en su texto que la reunión de todos los poemas que conforman este libro celebratorio fueron creando “un largo poema único”, “conjunción de creadores en diferentes idiomas: español, inglés, italiano, náhuatl, francés, hebreo, ídish, zapoteco, guaraní, danés, catalán, euskera, mazateco…” La voluntad de abarcar y de incluir han sido y son importantes para quienes han hecho Blanco Móvil. Así, asuntos poéticos que se repiten en este libro, como los ríos, el río con nombre propio o metafórico —torrencial en medio de la selva, como el río Guaire de Venezuela, en el excelente poema de William Osuna, o el río evocado con fuerza por Eduardo Milán en su texto “Versión de la primera forma” y que corre y crece ante su pluma y ante los ojos del lector— aparecen una y otra vez construyendo ese solo y largo poema al que se refiere Mosches. “Planea una hojita de álamo/ y se apoya,/ sobre la corriente del río”, escribe la argentina Diana Bellesi. El agua, sea de río o de mar, bebida en jícara o rodeando al que nada, es una constante en estos poemas. El amor y el desamor, la calle y los perros, también. Todo ello tiene bocas y ojos distintos, pero la misma necesidad expresiva; la misma urgencia de ser nombrado; sea el perro del libanés Joseph Isawi, los de la israelí Dhalia Ravicovitch o los del mexicano Fabio Morábito. La extranjería, la migración, el destierro, también es un mismo tema para todos, pero a la vez un tema único e irrepetible para cada uno de los que escriben. Lazos, vasos comunicantes junto a la unicidad inherente al discurso poético. Vida y muerte, entonces; péndulo en el que va y viene el hombre sin remedio, o con él; un juego —parafraseando a Juan Gelman—. Ese juego muy serio que también es una danza. La danza del fuego de Rocío Gonzáles; la danza de una bailarina conocida, como la Waldeen von Falkenstein de Juan Bañuelos.

Así puede leerse esta antología: siendo testigos de cómo el agua desemboca en el juego de la vida y de la muerte; en un devenir que baila. También se leen los polos irreconciliables de la guerra y de la belleza porque en este mundo magnífico que a su vez es miserable, todo convive y todo ha de nombrarse: ciudades del mundo, voces del mundo, cuerpos del mundo, formas del mundo. De todo hay en estas páginas. Destaco los poemas en los que se evidencia la voluntad de entender al otro, a los otros, a quienes son distintos, se comportan de otra manera, nos resultan asombrosos o inquietantes. Después de todo, el poeta es y será siempre un curioso que merodea, se acerca demás o se aleja para poder respirar, para tomar aire y poder traducir lo que ha visto y escuchado, o lo que no vio y hubiera querido escuchar. Del italiano Valerio Magrelli destaco, en ese sentido: “Amo los gestos imprecisos” (pp.48), y del querido Antonio Deltoro, “Taxonomías” (pp.185).

Aunque el libro incluye más poemas de autores argentinos, argenmex, uruguayos y uruguayo-mexicanos, y después, en número, de chilenos, hebreos, cubanos, brasileños y venezolanos, siendo menor el número de poetas colombianos y peruanos (países, por cierto, muy ricos en buena poesía), sí hay presencia de Bolivia, Nicaragua, Costa Rica y Guatemala. De los números de la revista dedicados a otros países, retoma varios poemas de catalanes, portugueses y puertorriqueños. Por supuesto, son muchos los mexicanos incluidos. Lamento que no haya más jóvenes pero celebro la presencia equilibrada de mujeres y de hombres. También, y mucho, las páginas consagradas a los poetas en lenguas indígenas, entre ellos, Natalia Toledo, Briceida Cuevas Cob, Juan Gregorio Regino, Víctor de la Cruz, Ruperta Bautista e Irma Pineda. Vale la pena leer Del río que corre. Poesía en Blanco Móvil a través de 30 años, publicado recientemente por Textofilia.