No. 109 /  Mayo 2018
Salpicaderas


La traducción como origen de la literatura en español


Pedro Serrano



Primera parte

No existen literaturas nacionales. Eso que llamamos literaturas nacionales son pozas, estanques, vados, a veces grandes lagunas o mares, en las que se contiene y asimila esta multiplicidad de movimiento. Pero las aguas nunca están quietas. No solo las así llamadas literaturas nacionales, sino las literaturas en cualquier lengua, son receptáculos de una acumulación palimpséstica, que además, y por eso mismo, nos pertenece a todos. No existiría, por ejemplo, la literatura en inglés tal como la conocemos hoy sin la traducción que hizo William Tyndale de la Biblia, y que le costó la vida. El hallazgo en su trabajo de traducción, empanizado luego como obra colectiva en una traducción que retomó la suya en un noventa por ciento, y que quedó oficializado como la Biblia del rey Jacobo, dándole ahora sí un carácter monárquicamente y una legitimidad nacional, lo que determinó en mucho el modo de la escritura literaria en inglés. Esta revolución causada por la Biblia en una lengua no la tenemos en español, a pesar de que para el momento de su primera traducción al inglés existían ya en español por lo menos seis o siete traducciones distintas. La diferencia se debe a que la Biblia en inglés, oficializada por la institución de la monarquía, se convirtió en lectura común y parte de un proyecto nacional. Las biblias en español, en cambio, fueron todas traducciones privadas, en muchos casos secretas o patrocinadas por algún noble, y no tuvieron nunca el alcance y la repercusión e influencia que tuvo en inglés la Biblia del rey Jacobo. La primera Biblia en español que tuvo una cierta difusión fue la de Reina-Valera, publicada a finales del siglo XVI

Sin embargo, esto no quiere decir que la poesía en español surgiera de la nada, o para no ser tan absolutos, que viniera únicamente de sus propios orígenes. Es más, no hay tales orígenes. Las primeras manifestaciones poéticas en español, como todo mundo sabe, son las jarchas mozárabes, y los primeros que fijaron el español fueron los judíos que manejaban además el hebreo, el arameo y el latín. Del mismo modo, las primeras fijaciones de una métrica tradicional en español no surgieron, como la tradición esencialista quisiera, de un supuesto verso respiratorio original que cae mayoritariamente en octasílabos, sino de las influencias cruzadas de la tradición árabe, de la galaico portuguesa y, principalmente, de los vientos líricos que venían del sur de Francia. Pero para no andarnos por las ramas, o, para ser más precisos, por las raíces, si nos fijamos en el tronco ya sólido de la escritura poética en español de esos mismos años, nada de lo que conocemos existiría si un tal Garcilaso de la Vega no hubiera logrado de una manera no diestra, sino siniestra, es decir, desde la más total y absoluta inconmensurabilidad, hacer en español lo que en poesía estaban haciendo los italianos. Y eso que hizo Garcilaso se llama traducción. Quienes desconozcan esto, cierren los ojos ante esto o nieguen esto, están teniendo, a final de cuentas, una visión muy pobre, reducida, ciega, de la historia de la literatura en español.

Pero no es necesario ir a estas traducciones de lo poético para mostrar cómo la poesía en español viene de la traducción. Para quienes estos saltos no sólo de una lengua a otra, sino de un poema a otro les cueste un poco de trabajo entenderlos desde la perspectiva de la traducción, si nos adentramos un poco más en la historia de la poesía en español, descubriremos que uno de los poemas fundamentales de nuestra literatura se llama El cantar de los cantares. ¿Les suena? Bueno, El Cantar de los cantares es un poema escrito en español, plasmado en español, dado a la luz en español, por Luis de León. Ese poema no es la traducción de un poema anónimo en hebreo que, como todos sabemos, es parte de la Biblia que san Jerónimo tradujo al latín. La traducción al español de ese texto, ya sea del latín o del hebreo es obra de muchos esforzados traductores. Pero en todos estos casos no estamos hablando de literatura, no estamos hablando de poesía y no estamos hablando del español. Estamos hablando de la traducción de un texto religioso para su utilización en, de nuevo, espacio religioso. Lo que Luis de León hizo fue otra cosa.

Cuando hablamos del Cantar de los cantares, cuando leemos el Cantar de los cantares estamos entrando y estamos hablando de la poesía en español y de la historia de la literatura española. Luis de León, que sabía hebreo era, como sabemos, descendiente de conversos. Y cuando digo que sabía hebreo y sabía español, no estoy hablando de un conocimiento comunicacional, sino de capacidad escritural. Luis de León, como lo podemos ver en sus poemas así llamados propios, logró hacer cosas en poesía que son consideradas relevantes para los estudios de la poesía en español. Muchas tesis se han hecho sobre la poesía de Luis de León, desde el punto de vista histórico y su realidad, ya sea dentro de la universidad de Salamanca, ya sea desde los estudios sefarditas, ya sea desde los estudios de métrica, ya sea desde los estudios religiosos. Todo esto es considerado, muy legítimamente, como parte curricular de las carreras de letras hispánicas en el mundo. Si El cantar de los cantares es obra de este señor, como lo es también su espléndida escrituración del Libro de Job, ¿no es válido, no es necesario, no es obligatorio, no es forzoso incluir, o por lo menos, echarle un vistazo a la reflexión en traducción como parte de los estudios de la literatura en español? Digo, por lo menos en el caso de este poeta. Claro que hacer esto cambia los paradigmas de los estudios literarios, y eso es incómodo de aceptar para quienes se han apoltronado en sus conocimientos.