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portada-hay-batallas-rivera.jpg Hay batallas
María Rivera,
Planeta/
Joaquín Mortiz,
México, 2005

Por Balam Rodrigo
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Logomaquia, religión y deicidio en Hay batallas,
de María Rivera*


La religión de la fe como acto de escritura:
apología de la palabra


Articulada en un discurso confidencial y con una incesante preocupación por la forma, la poesía de María Rivera busca dar sentido a la experiencia vital a través de la otra experiencia capital: la escritura. En Hay batallas se encuentra el resultado de una poética beligerante librada contra Dios, el tiempo, el silencio, la muerte y el desamor a lo largo de cinco años, pero que ha sido emprendida por la autora a lo largo toda una vida: “Mi poesía es la pérdida de un mundo revivido por la palabra”.

Dividido en cuatro partes, Hay batallas mantiene una sólida unidad lírica y poética de apariencia fragmentaria, y ya desde “De rota”, el primer apartado de poemas, asistimos al remanente de otro libro, uno que perdió la batalla crítica con Rivera misma. Los apartados “Hay batallas”, “Antes” y “Caídas” son, en esencia, un largo discurso fragmentario que aborda las mismas preocupaciones existenciales que en “De rota” y remite a las mismas tribulaciones estéticas y espirituales: una fe en la escritura, una fe salvífica, una certeza ciega que nos ofrece la posibilidad de ser salvados por la poesía.

Hay batallas
es una apología de la fe en la escritura. Asimismo, toda lucha, toda batalla, toda defensa de la fe genera dolor, agonía. Este es el precio necesario para alcanzar la salvación, el elemento purificador, catártico; sería imposible ganar una batalla espiritual sin haber pasado antes por el sufrimiento: “En mi cuerpo, espinas ardorosas” (p. 14).

Pero en Hay batallas no hay una poesía mística o de corte religioso tradicional. Hay, sí, una enorme carga simbólica cristiana, pero también una impronta existencial de lo absurdo y una búsqueda de sentido a través de la experiencia del lenguaje como forma de conocimiento. A diferencia de los poetas místico-religiosos que hacen de Dios o de la divinidad su vía de salvación y conocimiento, en Rivera el ritual de ascesis es la práctica de la escritura en la escritura misma, lo que significa que eleva el objeto de su religiosidad por encima de su Creador, al que desdeña, del que descree: escribir sobre la escritura, universalizar la palabra, hacerla objeto y sujeto de veneración.



Elementos rituales, símbolos y objetos

La purificación del cuerpo por medio del agua es un antiguo ritual necesario para entrar en contacto con lo sagrado de la forma más pura. Y en Hay batallas el agua aparece por todos lados: “…y a la vera del río te confunden sus aguas bien  mentidas, su terco parecer espejo, el incesante afán de no ser agua sino cielo. No te mires en ese río que se viste según el orden de tus ojos [...] : muy pronto el río es rumorosa canción de lo ya ido” (p. 11), lavándolo todo, limpiándolo, o bien, ahogándolo: “…si la lluvia pudiese, si la lluvia. Si la lluvia pudiese escribir este poema, decir todo el amor que soy, que fuera. Si fuera la lluvia, si fuera. Corto de riendas, corto, este amor se me hizo piedra, se me hizo. Como si el hacer fuera este fruto. Corto mis muñecas, me hago grieta y no apareces, no aparece Dios sobre las aguas. Si la lluvia pudiese, sí, la lluvia sonreírte con mis labios, si pudiese. Acercar mis palabras a tu oído, rescatarme de los voraces agujeros que me tienden. Tender un puente de voz para mi muerte, si la lluvia, si pudiese.” (p. 20).

Este como la mayoría de los poemas de Rivera conmueve no sólo por el nivel de belleza formal y la fuerza rítmica de su construcción, sino también por la búsqueda de perfección que aumenta en el lector el placer estético. La factura de los poemas procura dotar de plena forma al sentido y alcanza una música verbal poderosa. Además del nivel formal, se encuentran en este poema elementos simbólicos que son constantes en la poética de Hay batallas, es decir, son las cosas de las que habla: el amor, la piedra, la sangre, Dios, la muerte.

La piedra es un elemento simbólico revelador pues Dios-Cristo es la piedra angular de la fe cristiana y representa la verdad. En Hay batallas la piedra es utilizada metafóricamente como el material de construcción del poema:es la palabra angular de la escritura. De este modo Rivera huye de Dios mediante la fe en que la piedra filosofal de la poesía le ofrece salvación, incluso, de la muerte. La piedra es también utilizada como símbolo/signo en la poesía de Rivera: Pero, ¿qué es un signo? Sonoro. Si es sonoro, es esta música inaudible. La música de las piedras, también”.

En el poema de la página 20 aparece la figura metafórica del suicidio como el sacrificio de sangre necesario para alcanzar los favores de la divinidad. Pero Dios no aparece a pesar de la sangre ofrecida y continúa cayendo el agua de la muerte. Rivera no se opone a Dios a través del ateísmo, sino a través de una fe distinta, una fe en lo humano, en lo poético. Se subleva y se rebela contra Dios con su propia libertad de elección y su pasión por el ejercicio de la escritura.

De esta forma la poesía de Rivera manifiesta la necesidad de expresar lo sentido, lo vivido, y trasminarlo todo a través del dolor penitente: de la contemplación del propio dolor y del dolor del otro (que es también el “yo lírico”)nace la experiencia de la poesía. No hay aquí sino la imposibilidad de Dios y Rivera propone una fe opuesta, una fe en su apenas presencia (¿ausencia?) a través de un acto pagano de adoración a la palabra. Y esta experiencia, más terrenal, más agónica y dolorosa, más humana, puede ser palpable únicamente a través de los otros símbolos: las cosas mudas, las piedras, el agua, las palabras: “He vuelto como la noche vuelve sobre sus pasos de sombra, con su follaje de gritos; una oquedad silenciosa acecha mis pasos, mientras llueve sobre el corazón de tierra que llevo entre las manos, y el agua misma, el agua toda, desborda su triste cabellera. ∕∕ He vuelto, como una madre antigua y dolorosa, a buscarte en los rincones de este cielo, anestesiada y pura. […] patria de niebla, patria mía, ∕ qué larga fue la noche, que larga y oscura ∕ fue la noche, ∕ que río más hondo el del olvido.” (p. 25).

Pero yo, mi Dios, quisiera una vez escuchar tu gran voz, y de ello, morir”; son éstas las palabras de Samuel, personaje de la novela histórica La tierra del profeta1 de Raúl Dorra, que ejemplifican el sentimiento de orfandad y abandono que siente Rivera por el Dios mudo, figura y símbolo inasible, terrible, inquietante, eternamente ausente. En el poema “He vuelto”, es patente que a pesar haber pasado por el ritual lavatorio del agua, no hay más cielo que el polvo y la tierra, y la respuesta de Dios a todo sacrificio es el olvido. Sostiene W. H. Auden que “Si obedecemos a Dios, debemos desobedecernos a nosotros mismos; y es en el acto de desobedecernos a nosotros mismos donde radica la severidad de obedecer a Dios”2 ;Rivera se rebela contra esto y se obedece a sí misma ya que la vida no tiene sentido trascendente en la figura paternal de la deidad, y reconoce esto porque intuye que absolutamente todo está impregnado por la muerte, así que busca salvación en el Amor: “Estábamos en eso de salvarnos, estábamos∕ amargos y oscuros∕ sobre el caballo del tiempo […]∕ porque estaba en eso∕ de caminar sobre la cuerda,∕ y era nada más salvarse,∕ para no poner el pie sobre el vacío, poner∕ el pie sobre la cuerda.∕∕ Fue por eso,∕ porque la muerte tenía∕ la blancura toda para ella [...]∕ porque estábamos heridos y solos∕ en esa desventura, en esa∕ tierra donde los hombres∕ se conocen a sí mismos [...] ∕ porque vi, cayendo, todo el amor ∕ desbordado y cierto una noche sin palabras.” (pp. 26-29).

La pérdida de Dios está al parecer asimilada, pero del mismo modo es también inevitable la pérdida de los seres y los bienes más amados por causa de la muerte: el amor que tenemos y nos tienen es momentáneo, así como la vida, que es breve, finita. Es pues la batalla de la existencia un constante cosechar derrotas y pérdidas, una infinita serie de caídas. Rivera lo sabe y lo paladea no sin amargura, pero levantándose una y otra vez y subiendo los peldaños de la página como única forma de prolongar la vida en la vida misma: metafóricamente, siendo fiel a la poesía como única dadora de sentido a la existencia.



Logomaquia, deicidio y existencialidad

La existencialidad ronda los temas de la poesía en Hay batallas. Sin embargo, el ejercicio de escritura de Rivera es siempre un acto religioso, solemne, inmerso y sujeto a las leyes del lenguaje como herramienta de lucha contra el olvido: el poema es un prodigio místico, metafísico, un milagro. Esto es lo absurdo. Y las batallas que libra Rivera en el acto creativo son una verdadera logomaquia, una lucha contra sí misma como si luchara contra su propio Dios y propone la ascesis metafísica de la escritura para lograr el conocimiento de lo terrenal, del dolor humano y del amor a través del lenguaje. En el poema “Día de muertos”, encontramos el campo de batalla espiritual y metafórico de Rivera: la piedra, nuevamente, pero la piedra-cardio, vale decir, el corazón, el lugar de las aflicciones del alma:“Nómbrame ‘piedra’, escritura mineral,∕vaho de los solares que perdimos […]∕ ¿Qué emboscada cayó sobre nosotros, trocó∕ por panes amargos nuestras piedras?∕∕ ¿Qué dios maligno∕ Ató nuestra barca en el diluvio?” (pp. 30-31).

En este poema la palabra “dios” está escrita totalmente en minúsculas. No se habla aquí del Dios cristiano, sino de ese “dios maligno” que es el olvido. Otros dioses forman también el panteón mítico de Rivera, como el revelado en el poema “Envío”: “Escribí para el sol∕ desnudo de tu nombre,∕ para nombrarte∕ mío y de los hombres,∕ para salvarte∕ de las cosas mudas∕ del lenguaje: [...] Tú∕ que estás en todo y ∕ todo te conforma. ∕ Escribí para ti, ∕ ánima del mundo, ∕ piedra mía.” (p. 35).

Es la poesía, aquí, el dios de Rivera, porque para ella el Dios verdadero está presente como un absoluto que está en todo y todo lo conforma —Dios visto como algo absoluto, inmanente, extendido en la naturaleza y sus cosas, Dios como una realidad inexpresable. Esto nos recuerda la concepción del dios mineral y panteísta de Villaurrutia y algo del Dios de Muerte sin fin de Gorostiza: tribulación existencial a la manera del Job bíblico. Y al igual que en la poesía de Vallejo, hay un deicidio del Dios cristiano, una negación de su existencia que se hace necesaria para instaurar el culto a los nuevos dioses, revelados ya no en La Escritura, sino en la escritura: “Y Dios está aquí, entre nosotros,∕ muriendo [...]∕∕ Y Dios estuvo aquí, entre nosotros,∕ muriendo∕∕ Dios nacía a cada paso cada bocanada∕ de un aire imaginario […]∕ y era mi madre∕ un árbol frondoso∕ plantado∕ en el centro de nosotros.”  (pp. 43-44).

Rivera propone en este poema que Dios está muriendo a imagen y semejanza nuestra. Si bien la muerte de Dios-Cristo fue necesaria para la salvación del mundo, aquí el deicidio es necesario para poder salvarnos de ese Dios y de su muerte. Curiosamente, la única figura paternal en Hay batallas es Dios, mientras que el personaje femenino memorable e inmutable es la madre. Incluso Rivera pasa de un tono neutral y colectivo (el “nosotros”)en el poema, al “y era mi madre [...]”, que no es ya sino una confesión personal. La madre viene a ser aquí la piedra angular, la palabra —entendida ya como deidad femenina—, refugio temporal contra la desesperanza, el silencio de Dios, la muerte, el olvido y el desamor. Y la ausencia de amor, la saudade amorosa es otra constante en la poética de Rivera: “tuve∕el pensamiento∕ como daga helada creciendo,∕el color amarillo del odio∕ al mirar cómo se pudren en el lodo∕los milagros,el amor que éramos tú y yo,la victoria más simple y perfectay honda y sola∕ sobre las cosas,y puse pan,todos mis panes,∕∕ Y Dios estabamuriendosobre mi mesa,sobre mi mesa.” (p. 46).

En Hay batallas la única victoria momentánea en el maremágnum de muerte (“Tengo ya las horas de la muerte”) y olvido, es el milagro de la relación amorosa. Hay una búsqueda del amor en la poesía de Rivera y la consiguiente desesperanza por su efímera brevedad: Dios es Amor, pero si muere el amor, Dios también muere. Pero este amor en Hay batallas es el Eros —objeto de su deseo— mientras que en el sentido cristiano el amor (“Ágape”) tiene a Dios como su principal objeto y se expresa en una implícita obediencia a sus mandamientos. Así, la poesía de Rivera, aunque religiosa, no busca el ágape sino el amor terrenal. Por ello, al ejercer la propia voluntad y complacer los deseos personales —el acto de la escritura— niega el Amor/Ágape que se debe a Dios (Ágape que no es causado por ninguna excelencia en sus objetos).

Ante este panorama desolador de muerte y desamor, a Rivera no le queda sino el camino del anatema: la blasfemia. Así, propone otra vía de búsqueda y conocimiento del amor en la que el objeto del deseo no es Dios, sino el Amor (con mayúsculas) que de Él mana (un Amor libre de Áquel de quien procede el Amor): “Acuérdate de nosotros, Dios, los que sufrimos,Los que quedamos tendidos al paso del camino.Recuérdanos, no olvides levantar nuestros corazonesTorturados, por esta sed maldita, por esta sed de maldecirte.∕∕ Solos, en ti estamos solos, entregadosal lento manar de la sangre, malheridos.∕∕ Abre tu mano imposible, tu corazón imposiblepara estos corazones horadados, ay, tan temibles,por ti, por el Amor que fuimos.” (p. 60).

Siendo el amor y la felicidad implícitamente inseparables —y estando tocada la experiencia de Rivera por el desamor— es entendible que no pueda escribir de manera feliz: De ahí que Rivera no escriba poemas felices, pues la felicidad está limitada por el infinito silencio de Dios, por la carencia de sentido en el mundo, pero sobre todo, por la terrible ausencia del Amor.



Hay batallas: doxología final

En Hay batallas no es la felicidad lo que se busca, porque no hay insinuación moral en su poesía. Hay una búsqueda de sentido a través de una serie de derrotas logradas por vía de la asimilación y la perfección del dolor, del autosacrificio y de la constante relectura del desamor. Asimismo —y no obstante la blasfemia—, Rivera libra una batalla contra el olvido para establecer el eterno reino de la memoria entre nosotros: a través de la palabra, de la escritura, es que podemos salvarnos, o cuando menos, hacer de nosotros verdadera memoria, poesía.

La escritura de Rivera es una pelea que se libra metafísica, espiritualmente, de ahí su religiosidad y las pulsiones de su fe en la palabra por la palabra misma. Pese a su intento por prescindir de Dios y blasfemar contra Él, Rivera sabe que Dios no necesita de nosotros para demostrar su existencia: acaso podamos palparla a través del milagro de la poesía: “A veces ∕ vuelve Dios la cara,∕ arroja una cuerda ∕ al mar ∕ como quien arroja ∕ al aire una  moneda” (p. 80).

Finalmente, alguien —cuyo nombre no recuerdo—, escribió unas palabras que bien podemos destinar a la realidad metafórica y la fe poética (y por tanto, salvífica) en la escritura de María Rivera: “Por aquí ha pasado el espíritu más sublime de la poesía lírica mexicana y ha dejado su impronta inasible, su lengua furtiva y fugitiva”.


* Esta reseña es una versión reducida del ensayo “Logomaquia, religión y deicidio en Hay batallas, de María Rivera”, publicado originalmente en la revista Viento en Vela.


1 Dorra, Raúl. 1997. La tierra del profeta. UAM-Colección Molinos de Viento, núm. 118, México. 400 p.
2Auden, W. H. 1996. Iconografía romántica del mar. Colección Poemas y Ensayos (Trad. de Ignacio Quirarte). UNAM, México. 182 p.

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