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portada-maire.jpg Escribí estos versos de espalda
Pablo Maire,
Ediciones Cataclismo, Valparaíso, 2007
 

Por Sergio Madrid Sielfeld
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Cuando el lenguaje no dice como habitualmente dice, solemos pensar que estamos ante un producto más o menos monstruoso, una suerte de imbunche que sólo se deja ver a sí mismo, sin que nos refiera claramente las cosas. Ese producto, no obstante, suele ser poesía. Nos hallamos ante una poesía sobre todo del lenguaje: su opacidad es su efecto. Sus referencias nos indican un mundo más intuido que conocido, y de todas maneras, fragmentado.

Si Pablo Maire escribió estos versos de espalda, no fue dándole la espalda a la realidad, sino a una manera acostumbrada de significar. Toda la extrañeza de su producto radica en una suerte de experimentación, poco habitual hoy en día, que encierra un misterio rítmico, una afasia en el plano del significado, una oscuridad que viene a ser una sordidez del lenguaje, una oscuridad cuyo reverso de luz se asoma y deja ver de manera embozada el tormentoso territorio del Yo.

Una poesía del Yo, por cuanto se pregunta por el Yo, y en su afán de significarse, se encuentra con las fronteras fantasmagóricas del sí-mismo, que, en definitiva, es el centro vacío de un mundo lleno. Este Yo que ha dejado la otredad a los demás, sólo puede sostenerse en el lenguaje, que es él mismo, aunque lo excede. Me aventuraría a afirmar que este producto poético es ese excedente del Yo, o dicho de otra forma, es el vacío del yo como excedente, una nada semántica que se articula por medio de la arquitectura material del lenguaje, y que deja ver en su reverso, por intuición, por emoción, por intensidad, un territorio pleno de significado, pero contenido como zona de lo indecible. Cruel paradoja no distinta del deseo.

Una poesía del deseo, por cuanto el lenguaje, como el deseo, inventa y consume su objeto transformándolo; por cuanto el lenguaje, como deseo, se consume a sí mismo transformándose.

No es este el lugar ni la ocasión para explicitar la riqueza retórica de esta poesía, que se les hará evidente ante su lectura, riqueza cualitativa por cuanto no busca persuadir sino consumirse en su opulencia; cuantitativa, por cuanto se desplaza continuamente de imagen en imagen hasta la saturación, en una obstinación proteica que puebla las páginas con una gran diversidad sonora. El uso y abuso del neologismo, la frecuente ruptura de concordancias, la sinestesia, el oxímoron abren un zócalo variadísimo de hallazgos.

Hay algo inevitable: el ritmo. Podríamos decir: la vida: o la muerte. Hay algo invariable, luz o sombra, que como el ritmo es indecible.

 


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