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portada-sonia-masoliver.jpg Sònia  
Juan Antonio Masoliver Ródenas, El Acantilado, Barcelona, 2008
 

 
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QUE ESTE OLEAJE AZUL
no te lleve al recuerdo
de la muerte. La lejanía
de la luz en los ojos
prendidos
en las sombras del día
como en las redes
agonizan los peces.
O las sombras del cielo
en la arena de junio
quemadas por la luz
de los cohetes.
Cuerpos que la música
oculta el corazón.
Despedidas. O sus voces
que ya no oímos
en la verja que abres.
Tus pies en la arena
amarilla. Los búcaros:
tus senos y sus sombras
azules. Mis manos
cubriéndome las lágrimas.
Tiempo. Papel de seda.
Ceniza de la luz
que tanto nos cegaba:

vacío como las tardes
en las calles del recuerdo.
Olas que crujen en la cal.



LA DISPOSICIÓN DE LOS CUBIERTOS
en la mesa según la disciplina
simétrica de nuestro padre.
El jarrón con mimosas
regalo de la efímera estación
del año: engañosa luz
en el comedor de los postigos
cerrados. Los servilleteros
numerados según la jerarquía
familiar. Sin número
los abstractos padres.
La del número uno ha muerto
por razones de edad, a golpes.
El dos y el tres viven
en sus temores y sus apaciguadas
pasiones. La cuatro busca
la muerte con torpeza y miedo.
Y el cinco soy yo
que nada espero, sólo
que todos gocen de salud
eterna o lloren alegremente
en mi funeral y entierro,
que olviden pronto lo que he sido
y les consuele el engaño
de los recuerdos que sembré
con egoísta e inútil astucia.
El cinco nada espera
en la rayuela, en el caracol
en las cuatro esquinas
o en los juegos de cartas.
No espera porque ha visto
los juguetes y los juegos
abandonados en el jardín
que nos robaron o perdimos
y el derrumbe
de las escasas esperanzas
que nos fueron concedidas.
Busquemos en la Cruz
y entre las cruces. ¿Dónde
están los servilleteros?
¿Dónde están los anillos de boda
de nuestros padres, los misales
de nácar, los zapatos olvidados
debajo de la cama? Y,
¿dónde estamos nosotros?
¿Por qué? ¿Por qué se repite
la simetría de los cubiertos,
las iniciales de las servilletas
los servilleteros rodando
por el pasillo hasta el mar
sin fondo?



EL DESDÉN DE LOS CABALLOS
que con sus ojos de piedra
aman la indiferencia
envueltos en moscas del sol
y el polen de las yeguas
lejanas aullando la ausencia.
El día blanco en que el amor
se incendia y es ceniza.
El mar que busca calles
y casas y espejos
donde se besan los hombres.
Sí, los caballos. Los altos postes
de la luz sin luz. Los hilos
y las hileras de pájaros.
Lejos, cerca de mí
que huelo el aire espeso
del deseo, aúllan las yeguas.
Deseo sin nostalgia.
Ansiedad de futuro.
Y las moscas del sol
incesantemente.



LA NIÑA ZENOBIA
—aunque se llama Sònia—
tiene el cuerpo rosado
como un pétalo.
Como una lluvia de pétalos
en mis ojos. Camina
como los ríos entre las casuarinas
y no habla ni es muda,
es como son las joyas en los espejos
de las casas vacías.
Es también una puerta
que se abre a mis ojos
y los llena de lágrimas.
Lágrimas de lujuria
de amor sin yo saberlo.
A la niña Zenobia
—que es Sònia y que no es otra—
la quise mucho antes de que naciera
y queriendo otras casas y otros días
he esperado. Y en la puerta
De musgo que se abre
entre pétalos
se ilumina una plaza
donde pronto habrá baile
y mucha noche.
La niña Sònia
camina de puntillas
para no despertarme,
apaga las cortinas,
me susurra en el vientre
lo que escucho,
sus maullidos de niña
y mis gemidos.
Y enfermo de placer
cierro los ojos cerrados,
abro la vida,
soy de nuevo una plaza
marítima. Y soy sal.
Y soy ella.


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