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portada-sergio-loo-100.jpg Sus brazos labios en mi boca rodando
Sergio Loo, Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2007

Por Andrei Vásquez
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Sergio Loo (Ciudad de México, 1982) abre el libro con Bocadillos, breves poemas que lindan entre el erotismo y el juego “Trituraré/ nuez/ tu cabeza entre mis piernas” y nos muestra los recursos con los que intentará atraparnos: una atmósfera cálida y sudorosa, largos versos para contener la respiración, diferentes ritmos -algunos efectistas- con los que aterriza sus imágenes: a veces jadeos, a veces lamidas: “alabo cómo/ colgando tienes/ entre las piernas/ suaves cuelgan/ tiernos/ para lamer”; y la sinestesia que producen sus poemas en el lector, el olor a sudor inevitable, los sabores agridulces del sexo: “Mi cuerpo sabe/ gajos de mandarina abrirse”. Echando luz únicamente en la experiencia carnal, nos dibuja, sin ser evidente y quedándose sólo en la superficie, los encerrones de un personaje atrapado en su hedonismo, a la vez que nos presenta la voz poética del resto del libro.

La segunda parte, Sus brazos labios en mi boca rodando, inicia con un epígrafe de Genet a manera de anzuelo: “Escribir es el último recurso cuando uno/ ha traicionado”. A partir de aquí, no se puede dejar a un lado la intención narrativa de Loo. Cada poema es utilizado como pieza de una narración no lineal, al tiempo que le atribuye sensibilidad poética y originalidad discursiva a la forma de avanzar en la acción. Por ejemplo, poemas que fungen como arranque, revelación o peripecia, pueden estar cargados de metáfora: “De un solo golpe Jesús sembró sus cuervos dientes/ negros en mi oído / me lo dijo”, y otros, cuya función es entintar la trama, le otorgan contexto a la historia ayudándose de atmósferas o referencias culturales: “Te imagino Luis ebrio de cerveza fría y estoica la Piaf/ te canta a lo lejos”. La presentación de los personajes va desde una descripción física obvia, con alguna pincelada poética, hasta otros en los que intenta prefigurar el estado de ánimo, sobre todo el del narrador, con el efecto del ritmo, el hipérbaton o la interrupción de las frases.

La mayoría de los poemas son mero flujo de pensamiento, soliloquios que también sirven a la historia que corre debajo “Calcar tu rostro hasta que sea otro/ recordar/ recordar es la forma correcta de tergiversarte”.

Aunque la trama es el centro, cada poema gravita con sus propios valores de forma y contenido. A lo largo de la lectura, si el final de la historia se sospecha obvio, si es claro o ambiguo, si la voz se dirige hacia lugares comunes, puede soportarse por la gracia que adquieren los poemas por sí solos. Loo tiene un peculiar uso del silencio para otorgar el ritmo adecuado a lo que narra, a lo que pinta, a lo que alude; se sabe aliado de la barra espaciadora.

Si bien sus imágenes a veces no corren con la fortuna necesaria cuando se acercan a la exaltación melodramática: “Te he colocado en un altar para que me encuentres vestido de negro arrojándote piedras”  es porque la verdadera fuerza de sus poemas radica en la atmósfera erótica y en la nostalgia de la carne. La historia que corre debajo es una apuesta a Eros frente a la muerte: “Para ti el mejor de los lutos       el de cuero/el del cuarto negro”. El personaje –la voz poética– enfrenta la muerte de su pareja sexual, Luis, con un luto singular que a la postre lo arroja a los brazos de Jesús, la pareja emocional del extinto, es decir, la muerte como sirviente de Eros como combustible del sexo. “Un día       para matarte de veras        Jesús y yo nos veremos”. Después de tanto intercambio carnal, el personaje se topa con lo que Baudrillard llama el intercambio imposible, es decir, el destino.

En este momento en que las fronteras se difuminan y las referencias culturales aglutinan, más que ubicar a Sergio Loo en la verticalidad de una tradición literaria mexicana –en donde puede vislumbrarse la sombra de Villaurrutia y la respiración de Tablada– me atrevo a intuir la superficie, la horizontalidad del ambiente referencial que ha tocado su forma, cercana a la lírica de Patti Smith; la estética del fotógrafo Wolfgang Tillmans, o la narrativa del cine independiente de Julián Hernández. Veo una exploración a los valores universales desde los códigos y las reacciones de la homosexualidad. Ignoro si sea ésta su búsqueda, ignoro cuál sea el camino que haya decidido andar con su poética pero sin duda tiene los recursos y el coraje para, sin despegarse del erotismo y el sudor, darle más intensidad a su voz, levantarla a favor de sus pulsiones.


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