El bosque de San Cosme
Voy metido en el torrente de ruedas y jumo de San Cosme
y en le alto miro sólo una casuarina gris y un triste fresno
de los muchos que había, un bosquecito de ancianos y de niños
en esa esquina entonces inocente de la ampliación del arroyo
a donde mi abuela me llevaba y se sentaba
para ver mi vendimia afuera del salón de bailes,
casa señorial, alto portón, fachada recia, balcones
imponentes,
ante la que se detenían los coches, privados y de alquiler
para depositar princesas y chambelanes que compraban chicles
y que luego se volvió la sede del partido oficial
y más tarde edificio mocho por la necesidad prolija de
enderezar Insurgentes que era chueca
y ahora, muñón urbano, es restorán de plástico.
Una pura casuarina queda de tantas que tiraban las varitas
vueltas en mis dedos nerviosos diminutas flechas
y ningún alcanfor, ocalitos los llama don Aurelio,
de los que se quitaban el sombrero al paso del viento.
Una casuarina sola, un fresno triste, y dos o tres palos sin
hojas.
Reluce el verde del semáforo como dogal de amor.
|