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pagoxver.jpgPago por ver
Virgilio Torres Hernández,
Secretaría de Cultura del Estado de Oaxaca, 2008
 

Por Abelardo Gómez Sánchez
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I. Menesteres de un lector contiguo.

De primera impresión, el título Pago por ver me remitió al de otro poemario publicado en 1995, Juego de dados, de César Benítez —poeta cogeneracional y cofrade frecuente de Virgilio en cierta época—. ¿Sería el caso que la afinidad de títulos y la filia compartida nos llevaban a poéticas similares, interseccionadas o interpoladas? Eso tengo que verlo -me dije, y también, pago por ver. Por un momento, pensé que estaba frente a una reaparición (ahora sólo centrada en mensajes librescos, de la hoy dispersa Canalla de La Ópera).

Muy pronto, al sacarle la vuelta al título y toparme con la cuarta de forros, tuve que tomar precauciones, debido al brevísimo santo y seña que daba Héctor Carreto —también poeta cogeneracional y cofrade frecuente de Virgilio desde los tiempos de la Facultad unameña—. La temática de este voluntario pagano y poeta tenía poco que ver con el azar barriobajero, la empatía por lo bajomundano, lo sórdido y lo popular mediático y urbano de Benítez que, por cierto, también cultiva parcialmente el campo semántico de otro de los miembros de la Canalla; me refiero al Armando González Torres de Conversación Ortodoxa, su primer libro.

Hasta aquí me doy cuenta de que mis pesquisas y asociaciones no son más que tentativas de quien no pasa de los forros y del recuerdo de una posmoderna versión de la bohemia. La tertulia del bar La Opera de la segunda mitad de los años ochenta. Tertulia, porque nunca constituyó un grupo literario sino un grupo de amigos.



II. Las cartas sobre la mesa.

Efectivamente, las imágenes de Virgilio recurren certeras y elocuentes a lo visual; en la primera parte  "Mirada circular" traza: “Dominio de la forma en la higuera/fruto transitorio en la levedad/” o “Pájaros nacen en el aire,/despiertan a ras de hoja/ para ser azul o verde,/esfera o noche./. En efecto, también en la tercera parte “Historia espiral” su paleta verbal describe con soltura el contorno de los objetos: “Cuando llegué a la terminal de las palmeras/y los platanares,/ ya había extraños pájaros que llenaban/ las aceras del puerto;/negros y chillones pájaros/picoteando los despojos de la brisa (...)/.

Este cultivo de la vista es un ver que es un absorber que es un transponer con cierta alquimia de la palabra cuya composición integra:  la reflexión, lo cognitivo, la ironía de distintos matices o tonalidades y (en textos como "Corbata" e "Hidrofobia") el discernimiento de lo ambiguo, entre otros elementos propios del autor.

El libro tiene una multiplicidad de registros que en “Mirada Circular” van: de la contemplación paroxística, de un arbusto, que termina siendo diapasón y cómplice de su contemplador, a la sorna displicente ante la vacua y cósmica promesa positivista y su oferta vitalicia de confort pueril, o la constatación admirativa, con incendiario pretexto y flamígero contexto de un fan de Kim Novak.

En la segunda parte, cuya resonancia evangélica del título no nos engaña “Buenas nuevas” va: de un Ícaro aventajado, gracias a la metonimia, que en lugar de acercarse demasiado al sol, como en el mito griego y derretir sus alas, nos dice: “abrí el viento para hacerme fuego”; a la lectura de la naturaleza como libro sacro, según san Anselmo; o a la elocuente metafísica del sí mismo. Esta es la parte que marca una constante en la poética de Virgilio. Ya en la reseña de otro de sus libros: “Contraseñas de la Esperanza” (Instituto Politécnico Nacional-SEP, 2001) habíamos señalado que el también autor de “Canción Armenia Ditirambo” (UAM Azcapotzalco, 1983) “(...) pasea su mirada desde columpios heterodoxos” y que “Su recreo en varias tradiciones le otorga destellos culteranos, pero no un cultismo fantoche, que se pavoneé como un autócrata de los saberes.” Y aquí vemos otra vez esa naturalidad, sin perder tensión poética, para convidar las referencias literarias y filosóficas.

En “Historia espiral” —con todo y la circularidad prehispánica que supone su epígrafe— va del misterio que envuelve a lo inmediato de la naturaleza, al patrimonio mítico y a la sensibilidad de ese horizonte civilizatorio que es Mesoamérica. En el poema “Gestalt Juarista” se logra una suerte de panegírico antiescolar, antisolemne, distante de la melcocha patriotera y la manía por la multiplicación de las estatuas que suele acompañar a este personaje; lo canta más en el tono de la íntima disipación de un ciudadano común que revela, por decirlo así, la estructura histórica profunda y a la vez la desgastada y museográfica, de la mercadotecnia oficiosa, de la figura de Juárez.

En  Pago por ver hay dominio del oficio, seguridad en el manejo de sus herramientas y recursos. La economía verbal que pauta el texto le otorga pulcritud, precisión formal y diafanidad expresiva. Hay mesura, o mejor, tensión controlada en la mano que mueve la pluma: ni lo lírico, ni lo cultural, ni lo histórico, ni lo lúdico, ni lo asombroso, ni lo teofánico, ni lo filosófico; todos elementos de la significación de su escritura requieren de aspavientos —ni fónicos, ni sintácticos, ni semánticos, ni tipográficos— tan característicos y a veces tan eficaces de la generación compilada por Gabriel Zaid, en su multiconcurrida Asamblea de poetas jóvenes de México: generación que por primera vez despliega una enorme dispersión de apuestas y tradiciones poéticas y a la que pertenece Virgilio Torres; por lo mismo a Zaid, no le quedó de otra que definirla como una asamblea.

La acumulación de vistas del poemario nos da, ya puestas, las cartas sobre la mesa: una colección muy diversa de objetos literarios cuya constelación no responde a otra cosa que a la interioridad fragmentaria y contemplativa, interrogante, dubitativa y asombrada del poeta.

 


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