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estudiodelovisible.jpg Estudio de lo visible
Mariano Peyrou, Pre-textos, Valencia, 2007

 

Por Eduardo Moga
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Mariano Peyrou (Argentina, 1971) ahonda en Estudio de lo visible en la línea de desarticulación del discurso poético que ya está presente en sus poemarios anteriores, sobre todo en A veces transparente (2004) y La sal (2005). Y digo, con plena conciencia, «discurso», y no «lenguaje», porque no hay en su poesía vestigio alguno de minimalismo vanguardista —ése que inventa términos, hace malabarismos con prefijos y sufijos, y descoyunta la sintaxis—, pero sí una constante ruptura del flujo discursivo, gracias a los saltos cronológicos —plasmados en una pluralidad de tiempos verbales—, a la mezcla de registros y puntos de vista, y a la omisión, o veladura, de los referentes. No se advierte en los poemas de Estudio de lo visible empeño metafórico, ni la voluntad de cincelar las palabras con los recursos de la retórica clásica (aunque a veces asomen imágenes luminosas: «Tendrás que ejercitar los ojos / recogiendo las nubes que te envío, / la limpia altura de las chimeneas / que diseminaban olor a azúcar»), sino un sutil torbellino de sintagmas interrumpidos o aislados, de retazos de conversaciones, de preguntas y exhortaciones, que conforman, como teselas desordenadas, un mosaico elocutivo sin origen ni final. Los versos de Estudio de lo visible parecen desprenderse de alguna historia, o historias, cuyo desarrollo se nos escamotea, y juntarse de acuerdo con una lógica fragmentada y oculta, hasta llevarnos a un callejón sin salida, a una resolución del poema carente de moraleja y de fronteras. Sin aparente vigor lírico, encajados en espacios ambiguos o lánguidos, flotando en una nebulosa media res,los poemas suscitan, a menudo, el estupor. Reza «El terror a la belleza»: «Tienes una cara agradable, pero no sabemos nada / de tus frustraciones. Hablaremos / cuando sea de día. Ahora te toca mover a ti el tejo. // Hola, llámame cuanto antes, suplicó. / El suelo está lleno de castañas, es antidepresivo / darles patadas y seguir su trayectoria. / Justo lo que deseaba. Todavía me sorprende / que la vida se filtre de ese modo entre tus cosas». Pero este meticuloso desasimiento, esta deliberada laxitud, obedece a un propósito muy firme: el de comunicar el resquebrajamiento —o la inexistencia— de la identidad, y la imposibilidad de que establezca lazos satisfactorios con otras identidades; un propósito, por otra parte, que recorre la poesía de Mariano Peyrou desde su nacimiento. Las circunvoluciones verbales de Estudio de lo visible se constituyen en testigos del fracasado edificio de la conciencia, sometida a la imperfección del lenguaje, a los azares de la memoria y a la fragilidad de las emociones. Los cambios del punto de vista, materializados en voces poéticas que se alternan, reflejan el agrietamiento del yo y su inaprehensible multiplicidad. En «La violencia nocturna» leemos: «Como antes: ser otro, / o dos, convertirse en alguien / que persigue lo que más desea / sentado junto al río, y volver / todos por la misma calle tranquila / hasta la casa donde alguien más / espera, lejos del río / y de la gente que está sola». Los poemas de Peyrou guardan siempre la discreción: nunca gritan, nunca exploran grandezas innecesarias; confinados en la cotidianidad, hurgan en las cosas grises, que son las cosas esenciales. Sin embargo, lo diario, aun lo banal, se mezcla con lo existencial, o lo sugiere: «También eres un huérfano aunque nadie / haya muerto, llevado sin esfuerzo / por la marea de las noches cotidianas / hasta un desierto de arena verde…», leemos en «La imposibilidad de mentir». Abundan las alusiones al sueño, a la noche, al ocaso y al amanecer, símbolos todos ellos plurisignificantes, pero que encarnan aquí el ciclo de la vida, su apagón y su encendimiento, y, en último término, hacen de la oscuridad metáfora de la muerte. Sin embargo, lo nocturno es también excipiente del amor, y resulta revelador que el libro incluya una albada, una composición de origen trovadoresco en la que se lamenta la llegada del día, porque ello implica la separación de los amantes. De hecho, si un tema abunda en Estudio de lo visible, son las relaciones de pareja. En sus poemas se suceden —pero en penumbra, con la delicadeza que caracteriza a todo el libro— los enamoramientos y los idilios, los encuentros y las rupturas, acaso porque las inacabables turbulencias del amor translucen la zozobra de la conciencia y su incapacidad para hacerse sustancia cierta y compartible. Aunque, de nuevo, no enamoramientos e idilios, no encuentros y divorcios, sino la arena dolorosa que todos ellos han dejado en el yo: frases susurradas, mensajes dejados en el contestador, evocaciones fugaces, alfilerazos de ternura, en un vacilante rompecabezas cuya composición final revela un rostro de sosegado desconcierto, que es el del poeta, pero también el nuestro.

 


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