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Del archivo de 
Periódico de poesía 

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En este, el cabalístico número 13 de nuestra publicación electrónica, compartimos con los lectores dos poemas de Coral Bracho, poeta fundamental del México contemporáneo, publicados en el número 4 (verano de 2002) de la época encabezada por David Huerta.

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Hay lugares


Hay lugares que se tocan
con el borde
de lo que somos; otros
que son la casa. En ellos
se abre este sol. En ellos entra, incontenible,
el torrente. Llena
de voz los cuartos, de murmullos
encendidos el patio, de avidez
el umbral. Su sigilo es oleaje
'y rastro. Su acaecer
el brillo suave de las piedras;
su placidez. Un palpitar de fuego,
un manantial incandescente
ilumina el tiempo, y en él,
en su copiosa mansedumbre,
la noche es rapto y caudal.
Un rescoldo de luz sobre este fruto
que toca el viento.
Sobre este cosmos que engendra
el espesor de una voz; el huerto ahondado
de un aroma. Hay lugares ardientes
que son la casa. Por ellos cruza
esta frescura.

 



Con hilos de ansiedad

Con hilos de ansiedad
se teje sobre la nada. Electrizados hilos
multicolores. Todos, a la vez, incidiendo
y tratando de llenar con movimiento
    enmarañado
el vacío. Son razones
delgadas, como cabellos,
pero tienen el brillo de entrelazarse
y de tornear un espacio.
Algo
sabe
que su celo es ficticio. Que su irascible
solidez es la voz que se curva,
el trazado aguijón.
Algo lo sabe, pero insiste. Busca
entablar con sus vidriados espesores
un nido, el cordel de una esfera, blancos
que la rodeen; quizá tibieza o una claridad,
o curvaturas en un volumen.
Pero algo sabe
que ese cuenco es ficticio.
Que si lo acerca hasta su vientre
para sentir su espectro o su calor, o si
lo ciñe como certeza, por él cruzará
la nada
con inquietantes mordeduras. Algo
en él hará muecas
y afectados mohines, como espadazos
de insensatez, como avisperos
en la niebla.

Sabe, también,
cuáles son sus relentes,
cuál su cuerda verbal. Y cómo,
entre incontenibles filamentos,
irrumpen toros
y filtran su maraña sin huella
como un filón
de contumaz bisutería, como un puñado de
    cristales
contra el vitral.
Son cascarones, tábanos, refugios tristes
bajo el vacío, techos
de arena o naipes, vencimientos. Son
(y algo lo sabe, pero así juega) los ígneos
filos del ansia, su cavilar.       Sabe
que cederlos los tensa, los alimenta.

Vienen al cuenco de su mano y ahí
         se muestran
y lo despiertan;
lo hacen temer.

Periódico de Poesía, nueva época, núm. 4, UNAM / Conaculta / INBA, verano 2002.

 

 


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