Defensa de la poesía

Pedro Serrano

Toda elección en poesía parte de una arbitrariedad y nunca dejará de ser una acción subjetiva. Tanto si nos referimos a una palabra, a un libro individual o a una traducción, lo elegido es determinante y a la vez siniestro. Los motivos o impulsos que llevan a escoger unos poemas y no otros, determinada palabra y no aquella, son resultado de una acumulación distorsionada de razones, empatías y sesgos...

__________________________________________________________________________________________________ 

 

Defensa de la poesía 

Pedro Serrano

Toda elección en poesía parte de una arbitrariedad y nunca dejará de ser una acción subjetiva. Tanto si nos referimos a una palabra, a un libro individual o a una traducción, lo elegido es determinante y a la vez siniestro. Los motivos o impulsos que llevan a escoger unos poemas y no otros, determinada palabra y no aquella, son resultado de una acumulación distorsionada de razones, empatías y sesgos. Esto pasa cuando incluimos un verso, cuando decidimos qué poema forma parte de un libro o cuando ponemos un título a una selección. Claro que todo depende precisamente de esos actos. Escoger unos poemas o unas palabras cumple una función que, bien hecha, centra la construcción de las valoraciones literarias. A partir de ahí se argumenta. Al poner sobre la mesa común eso que elegimos se abre a una discusión sobre su pertinencia o desatino. Por eso una mala elección no tiene repercusiones, ni réplicas ni derivadas. Una buena elección presenta una propuesta, produce una oferta y argumenta una reacción. Y es en la elaboración que sus distintas lecturas produce donde se labra su repercusión y obtiene prestigio y resonancia. Ahí tienen sentido, porque tienen una continuidad consistente, palabras como “autoría” y “autoridad”. No hay autoridad en poesía fuera de la autoría, incluida la del lector, que hinca el diente en lo real, si es que lo hay. Si no, da mordidas en el aire, insípido, incoloro e inodoro. Lo mismo que quien escribe. La autoridad, digamos, no se impone. Mark Rothko decía que nunca se entra en un cuadro de la misma manera. Tampoco nunca se lee un poema de la misma forma. Quizás por eso ha tenido mucha rodada la incierta expresión de que un poema no se termina, sino que se abandona. La primera frase es cierta, la segunda es banal, o publicitaria. Un poema no se termina nunca porque siempre está cambiando. Pero un poema se acaba, si no, no es. Ahí está su elección. Un poema que se abandona es un poema inacabado, es decir informe. Sin autoría y sin autoridad.