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en-primera-persona-portada.jpgEn primera persona del singular
Rosa María Villarreal,
Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2007

Por Óscar Paúl Castro

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Todo libro de poemas es una puerta y un espejo. Un espacio interior en el cual se nos invita a tomar posesión de las palabras, oscuras o luminosas, que lo habitan: una gran soledad comunicante. En el libro En primera persona del singular la necesaria afirmación de la intimidad que implica el ejercicio de la creación poética apunta, inminentemente, hacia el diálogo. Desde el primer poema ―que niega el título del libro: “Estamos aquí, del lado de los truenos,/ perturbados, sin trompetas. Ciegos, a contraluz”― se invita al lector a cruzar el umbral, a reconocerse en un Yo que, al nombrarnos, nos incluye: mi Yo no te separa, en él podrías —puedes—, también, estar Tú, parece querer decirnos la poeta. Sin embargo, el testimonio de la propia intimidad, incluso su defensa, no deja de percibirse en el desarrollo del libro (“Quiero que se callen todos. / El mar también. El mundo, digo. / ¿Es pedir silencio mucho pedir?”), mas su afirmación no deja de ser una apelación a la intimidad del otro: la palabra, a veces transfigurada en exclamación ―e incluso en grito―, busca siempre convertirse en eco, en espejo. Y lo consigue.
       
Una de las cualidades ―quizás la más seductora― de la poesía de Rosa María Villarreal, es la plena conciencia, y el afortunado desarrollo poético de tal conciencia, de la propia condición de mujer. Pero si bien es cierto que la visión del mundo, y de la intimidad de este mundo, es profundamente femenina, la potencia de su seducción radica en lo que creo, una larga y meditada decantación del universo interior de la poeta: un proceso sin concesiones, en el que la experiencia fue pacientemente encarnando su peso específico y encontrando poco a poco sus palabras. El amor, el desamor, el erotismo, la infancia, la poesía misma, el insomnio, la muerte, la duda, el olvido, se desarrollan a través de una expresión femenina inconfundible: “Pagaría por ver cómo me miras,/ de abajo hacia arriba,/ o viceversa,/ de afuera hacia adentro./ Es un gozo reflejarme en tu piel/ y no me canso de repetirme en tus terrenos”. Pero ―agradecible consideración con el lector― es una visión  que nunca intenta tornarse en manifiesto, en defensa de la  mujer como abstracción, como género: sencillamente asume a través del lenguaje una individualidad plena, sin ponerla jamás en duda: “Busco el acta que me consigne viva/ quinto parto, niña, 3 kilos 300./ Puedo consignar que soy septiembre/ y virgen,/ que me impusieron la señal de la cruz,/ que soy rosa, y tengo espinas y miento”.

Otro aspecto que se suma a las numerosas cualidades literarias de En primera persona del singular es que el libro posee una belleza extraordinaria como objeto; y a una edición perfectamente cuidada, generosa con el lector, se suma la posibilidad de la experiencia de tres lecturas complementarias. A la izquierda de cada poema encontramos la reproducción de un cuadro. A la diestra del cuadro, un poema. Podemos leer de corrido los veintiún poemas que conforman el libro. Podemos recorrer  las obras gráficas de los veintiún artistas que presentan su versión pictórica de los poemas. También subyace el juego de una posible tercer lectura: la de intentar desentrañar los signos del diálogo entre pintura y poema, que invita al lector a una experiencia lúdica inesperada, a transfigurase, en cierta medida, de lector en creador en tanto esté dispuesto a recrear en un tercer texto interior una versión inédita de los posibles significados de ese diálogo.

Rosa María Villarreal decide revelarnos con este primer libro un ambicioso testimonio de su ejercicio casi secreto de la escritura por cerca de veinte años,  instalándose con pleno derecho de ciudad en el panorama de la poesía mexicana contemporánea.



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