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portada-porgraciadehombr.jpgPor gracia de hombre Verónica Zondek, LOM,
Santiago de Chile,  2008

Por Pedro Serrano

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En el primer texto del libro, a la vez poema en prosa y pequeña overtura aclaratoria, Verónica Zondek dice: “Esta falta de comprensión que me abrazó y por favor concedido resultó inevitable, hizo que sucumbiese en las aguas que ahora derramo. Así fue. Así formamos familia estos poemas que ahora construyen mi piso. Mi juntos no sabemos por qué. Mi sabemos que volverá a ocurrir.” En esta declaración están comprendidas muchas de las cosas que hacen a la vez fuerte e inestable la poesía de Verónica Zondek: la descompresión interior para abrirse a lo ininteligible en principio, y desde dentro de ella, soltar las aguas y producir organismos hechos  de sístoles y diástoles abruptas en donde el lenguaje se descoyunta y abraza otras realidades.

Es precisamente en esta discoyuntura, en los intersticios que abre, por donde sus poemas abrasan más realidad y más corazón. Como los ciclistas profesionales, poseedores de una capacidad cardiovascular exorbitada que les permite alcanzar cumbres y avanzar infatigables por carreteras inauditas, así Verónica Zondek en una relación con el lenguaje que yo llamaría ciega, se empuja a entrar en espacios de una oscuridad inaudita y deslumbrada para, de ahí, salir de nuevo a la superficie abierta y entonces sacar los trapos al sol. Al salir, con ella salen todas esas historias, todos esos tiempos, todas las desolaciones y mínimas ternuras que juntas van, para formar, como ella dice en ese mismo texto de apertura, “un solo y grande animal que respira”.

Este animal se parece a los monstruos del director japonés de dibujos animados Hayao Miyazaki, que recogen en sus cuerpos, en una sola deformación unitaria y amorfa, todo el dolor, la rabia, el odio y la desesperación que han ido tragando o recibiendo, pero que también, en un proceso de desgarrada purificación, logran reconvertirse en suavidades amorosas. En este libro, esta ascesis poética empieza por el recorrido de la casa de adobe infantil, suplantada hoy por un edificio de 15 pisos, recorrida ahora por “una entonces bravucona y vociferante/ una hinchada en llanto y risa y nervios de principiante/ una colgada como todos en el ojo del tiempo propio”.*

Verónica Zondek, con un poema que es a la vez topográfico y vertiginoso, recorre en una sola transparencia superpuesta una casa afianzada a la tierra y un edificio volatilizado. Este afianzarse en el aire y en la tierra, en lo que es y lo que ya no existe, en lo que es hueso y lo que se evapora, pasa de ahí, porque tiene que pasar por ahí, (aunque el orden que estoy recorriendo no es el que el libro despliega) por la muerte del padre (“se hunde papá la ceniza la parte carne de mi historia en cuerpo tan fiero de piel azul”), la memoria de la abuela, sus amigos poetas muertos y el recorrido la lleva a espacios habitados por otros poetas del dolor, como Olga Orozco, Paul Celan, Marina Tsvetaieva, Georg Trakl, Alejandra Pizarnik, entre otros.

El discurso digamos declaratorio de este libro, es que la experiencia personal es la experiencia familiar es la experiencia del poeta y es la experiencia del mundo, real e histórico, y entonces, las recuperaciones o culminaciones no se centran sólo en poetas, sino que también van al aura de figuras históricas entrañadas, como Salvador Allende o un “Detenido-desaparecido” de la que ella es testigo. Por eso el título: “Por gracia de hombre”, porque por gracia de la humanidad recogemos estos pedazos y vislumbres de Saturno devorando a sus hijos, viendo aterrados y participando de lo que se come inevitablemente y de lo que simultáneamente se es.

Esa historia terrible de la que nos alimentamos y escribimos encuentra su dimensión más justa en los versos e imágenes que Verónica Zondek dedica al horror del holocausto, donde los muertos son a la vez peces cocinándose, para demostrar que sí se puede contar, que hay que contar, y hay que traer a la cazuela de las brujas de Macbeth esos congrios y esos asesinados, para comerlos y para digerirlos. Es decir hay que traer a la cazuela del poema eso que sólo así se puede decir, que sólo así se puede reponer, activar en lo oscuro de la comunicación humana, en el tacto ciego necesario, en el bocado que nos llevamos.

 


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