Poemas de Patrizia Cavalli
Versiones al castellano de Fabio Morábito*
También cuando se cree que el día pasó como un ala de golondrina, como un puñado de polvo que arrojamos y que no es posible recoger y la descripción el relato no hallan sustento ni oídos, hay siempre una palabra, una palabrita que decir aunque sea para decir que no hay nada que decir.
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No tengo simiente que esparcir en el mundo, no puedo inundar los meaderos ni los colchones. Mi avara simiente de mujer es demasiado poco para un agravio. ¿Qué puedo dejar en las calles, en las casas, en los vientres infecundos? Palabras, esas sí, a montones, pero ya no se me parecen, han olvidado la furia y la maldición, se han vuelto señoritas, tal vez de baja laya pero señoritas al fin. ***
Cuántas tentaciones me encuentro en el trayecto que va del cuarto a la cocina, de la cocina al baño. Una mancha en el muro, un papel que hay que recoger del suelo, un vaso de agua, mirar por la ventana, decir hola a la vecina, acariciar al gato. De esta manera olvido siempre la idea principal, me pierdo en el camino, me descompongo día a día y es inútil que intente regresar sobre mis pasos.
De Le mie poesie non cambieranno il mondo
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Miren cómo se deja cautivar por el bastón que se mueve, por el minúsculo aleteo de una mosca, por el ruido de una puerta que se abre. Y cuando se acomoda en mis rodillas, parecería que es para siempre, sus uñas casi penetrándome la carne. Pero si un pájaro cruza frente a la ventana, adiós caricias, adiós besos. Ella desaparece. Y a lo mejor, después, regresa.
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A veces me finjo enamorada: ¡cómo se inflama la vanidad de mis víctimas! Un rubor oculto, cierto donaire, me dan las gracias, una evasión honesta: “Te lo agradezco, pero no puedo y además ¿qué es lo que ves en mí?”. Nada, en efecto, más que un cuello algo gastado, cierta curva de los labios o una saliva por un segundo olvidada entre las comisuras de la boca y reabsorbida en el acto.
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¡Cuán miserable es el destino de los viajes de los milaneses en tierras de ultramar y en medio de los mares! Ahora lo veo, me doy cuenta, la gente cuando viaja no me gusta. Prefiero que estén quietos y al repetirse alcanzan cierta dignidad, como una casa fea que está siempre ahí, idéntica a sí misma y poco a poco se torna un punto estable para la mirada y en la ternura de los años se gana un sitio necesario.
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La ola que se retira y se aleja de la orilla en donde al levantarse y derrumbarse hizo su salida sin saber nada de las otras que le abrían camino y la seguían y que eran su avanzar y su quedarse, perdió la superficie y al entrar de vuelta en las aguas profundas se revolvió en su propio cuerpo donde prepara en los milenios por venir su próxima idéntica salida, su próximo idéntico derrumbe.
De Il cielo
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¿De verdad que para salir de la cárcel hay que conocer la madera de la puerta, la aleación de los barrotes, establecer la gradación exacta del color? Se corre el riesgo, volviéndose un experto, de encariñarse. Si quieres salir en serio de la cárcel, hazlo en seguida, incluso con la voz, conviértete en canción.
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No te encomiendes a mi imaginación, no te confíes, yo no te conservo, no te voy a guardar para el invierno, yo te abro y te como de un bocado.
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La casa. Dichoso aquel que es dueño de la casa, no me refiero a la casa catastral, sino a la casa, a la casa real. Durante quince años he sido huésped de mi casa, un huésped no querido. Oscura, más luces pongo y más se vuelve oscura. Dichoso aquel que no ve las curvas, las esquinas, las sombras, dichoso quien, auténtico propietario, usa y abusa de aquello que le pertenece. Yo vivo intimidada por los rígidos cojines, los libros abiertos, los pasillos inútiles y feroces, los cuadros colgados, los cementerios de camisas y bufandas que en cada habitación yo misma he ido sembrando.
De L’ io singolare proprio mio
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Atrás, de pie, de lejos, de paso, taxímetro en espera, la miraba, sus cabellos miraba, ¿y qué veía? Teatro mío obstinado, rechazo del telón, siempre abierto teatro, mejor marcharse con la función ya comenzada.
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Inmóvil en el centro de las cosas sin jerarquía en la materia toda materia dulce en varias formas y cada una fuerte noble y absoluta dúctil me entrego a la naturaleza, sin propiedad alguna, otra vez suya.
De Sempre aperto teatro
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¿Qué les importa a los muertos ser olvidados? Nada saben, ni siquiera que están muertos. Pero somos nosotros que sabemos que no saben, o al menos creemos que no saben, y así creyendo los salvamos. Sin embargo, bien poco de esto sirve: en efecto, los vivos se imaginan muertos, más aún, muertos que ya olvidamos, y con un fatuo dolor anticipado, aun creyendo que una vez muertos no sabrán, se desesperan sin razón por ser tan prontamente abandonados.
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Caigo y vuelvo a caer, me tropiezo y caigo, me levanto y caigo de nuevo, las recaídas son mi especialidad. ¿Qué más he hecho sino fingir que salgo y recaer adentro? Jamás a nadie arrastro yo al caer, me rodean grandes equilibrios que, sin embargo, no me sostienen, es más, precisamente porque caigo se mantienen. Qué hermosa la pareja aquella de viejos enamorados que, tomados del brazo, queriendo medirse llenos de entusiasmo con la cadena que cierra Ponte Sisto, seguros de que por estar juntos podrían brincarla, cayeron al parejo y entrelazados, no avergonzados pero un poco sorprendidos de haber perdido el equilibrio estando unidos, y aun con todo agradecidos mutuamente de haber caído juntos, de que ninguno de los dos fuera testigo, de pie y a salvo, de la caída ajena.
De Pigre divinità e pigra sorte
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