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el-carritode-eneas.jpg El carrito de Eneas
Daniel Samoilovich
Ediciones el Tucán de Virginia,
México 2004

Por Claudia Morales

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El carrito de Eneas no es alguno de los regalos que la Venus de Virgilio dio a su hijo Eneas. La imagen del carro se empequeñece, se convierte en un carro pequeño, un “carrito” de un Eneas deformado.

Daniel Samoilovich nació en Buenos Aires Argentina en 1949. En este libro de poesía nos traslada a un paisaje urbano, a un Eneas urbano que atraviesa las calles de un Troya destruida, pestilente, con un “carrito” cuya imagen Samoilovich presenta literalmente en la portada y que sirve de “guía” a lo largo del poemario.

El Eneas de esta historia es un ser silencioso, lo observamos sin que él nos diga nada, a través de una ciudad que mezcla todas las ciudades destruidas y caóticas, desde Troya y Babilonia a nuestros días. El poeta nos introduce a un espacio atemporal y polifónico: Aquiles convive con Mao, Lao Tsé, Ho Chi Minh y Hernán Cortés  en un escenario de ruinas y desesperanza. Recorremos la periferia de todas las ciudades que han existido y que se siguen sucediendo. Las naciones cartoneras son retratadas con sus propios héroes: “Mira, mira bien en la niebla se distinguen los rostros de los héroes:/ Agamenón con una bolsa negra/ erizada de vidrios, Héctor/ con sus envases de plástico aplastados…/”

El Eneas de Daniel Samoilovich no es el victorioso, es el Eneas que huye de Troya, el que conoce sólo la impresión de ver su ciudad atacada y destruida. El eneas de la desesperanza que no conoce a Dido ni a Lavinia y no reconoce aún su estatus de héroe. Un Eneas que transita entre la basura de los siglos de historia.

Todo esto hace al poemario una mezcla interesante de la cultura clásica y el medio urbano. Utiliza un lenguaje de desprecio hacia el ambiente que describe, sin dejar de ser una reflexión poética sobre la vida cotidiana y periférica: “Ahora son palomas,/ Aquí en la triste Asia se apartaron/ De su destino reptiliano para volverse,/ Sin provecho alguno, aves, símbolos/ De la paz del espíritu santo, cagando/ Sin cesar a través de los siglos./”


 


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