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plexilio-01.jpg Plexilio
Ángel Rafael Nungaray
Editorial La Zonámbula, 2008

Por Abril Medina

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“Ver es dejarse enceguecer por lo mirado”: último y primer verso- sentencia del poema número trece en éste, nuestro Plexilio, y  digo “nuestro” porque después del encuentro con la mística sensible, con la palabra y páramo que nos revela Ángel Nungaray a partir de su libro, el lector no tiene más opción que dejarse desterrar y contemplando lo dicho, dejarse  enceguecer  por la compañía plácida y el tránsito de su pendiente; porque Plexilio es además, una ruta vertical donde el verdadero descenso es siempre la sospecha del ascenso solitario, vaporífero, postreflexivo y no por ello menos casual o repentino, indispuesto a  convenciones del espíritu.

La sequía del ojo, no ya de lo mirado; la luz como dardo, como flecha, como dios y asesino del desierto, de quien se ve verse y entiende la dificultad del reconocimiento, son algunos de los escenarios y personajes planteados por el autor. Un rasgo inherente de su poesía es la búsqueda sabia o agudamente intuitiva de las universalidades más inaccesibles en lo que se manifiesta como ordinario. Cito: “El arco del cuerpo, la velocidad de la vigilia, el centro y su reflejo, el fuego y su encomienda”. Podría decir que este breve poema enumera los principales ejes temáticos de Plexilio y en su calidad titular, abre laberintos dentro de la boca,  mientras nos exhorta a subir, como en el epígrafe de Angelus Silesius “aun más arriba que dios, a un desierto”; desierto que por lo demás, gracias a la mano firme y armoniosamente entreabierta del autor, es un espacio generoso de manantiales y espejismos, donde la fuente, es la fuente que se resiste a la humedad.

Nungaray, amoroso evidente con la palabra y la sugestión, canta desde su ángulo (el rincón blanco de la hoja) no su experiencia sino verdad, esa que se repliega o expande y en versos atómicos abre espacio a la bondad interpretativa. “En algún sitio se doblegará la aridez” dice, y con las “palabras para un plexilio” de Marco Fonz, repito: “como un rezo, como una invocación”: “En algún sitio el desierto permanece inalterable”.

Hablar de este libro es un reto de proporciones íntimas e intimidantes, ya que la comunión emotiva y sensorial que con su poesía, llevan el sueño y la cavilación del afortunado leyente, es también, guardián irreductible de sus secretos, por lo que aseguro: este empastado no sólo invoca a la sed y la saciedad; hermano proscrito de la filosofía en su quehacer carne-adentro, nos demanda un silencio puntual para que las piezas de cada verso o mantra, se configuren en nosotros -complicidad mediante- y se dé la nutrición violenta o cariñosa, pero siempre indispensable de los propios extravíos.

Plexilio es pues, una forma de descifrar al mundo, de mirarse a sí mismo desde la frontera retraída, a veces sutilísima, pero siempre determinante del poeta que habla al cotidiano como vigía  y distancia.



 


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