...........................................

cuerposinmi.jpg Cuerpo sin mí
Eduardo Moga
Madrid, Bartleby, 2007

Por Andreu Navarra Ordoño

............................................
He aquí una reseña insuficiente, escrita en un lenguaje totalmente incapaz de encapsular lo que cien páginas de intensa poesía puede llegar a sugerir.

Ya el primer poema de este nuevo libro de Eduardo Moga viene a dejarnos claro, en primer lugar, que el autor continúa sumergido en la aventura metafísica a que nos tiene acostumbrados desde la publicación de Ángel mortal (Barcelona, Serbal, 1994); en segundo lugar, que va a recontarnos esta historia desde una perspectiva menos abstracta o elevada (elevada en el aire, quiero decir, elevada en su balcón o punto de apoyo y no en su léxico) que en otras entregas u ofrendas o gritos o lo que sea cada nuevo poemario de Eduardo Moga.

Porque lo que caracteriza la poesía de Cuerpo sin mí respecto a la de El barro en la mirada (Barcelona, DVD, 1998) o Soliloquio para dos (Barcelona, La Garúa, 2006) es la perspectiva desde el propio y más radicalmente cercano cuerpo, desde lo más inmediato que puede rodear al poeta y, a la vez, a nosotros: nuestra calle, nuestro coche, nuestra mano, nuestro hígado mismo. El espléndido poema VIII del libro está dedicado a recorrer lo que ontológicamente es el cuerpo humano y contra qué se enfrenta. No es infrecuente que el último verso de un canto moguiano sea una tajante sentencia de extinción para nuestra materia viva.

No es que en su poesía anterior no palpitara. Cualquier lector de Moga sabe que en sus largos poemas habita el escalofrío, la tensión que deriva de tener un búho alucinado a dos escasos palmos de nuestros ojos. Quizás no haya ningún poeta en lengua española que consiga mantener durante más tiempo una intensidad lírica como la que logra mantener el autor en sus escritos. Esta intensidad es como el largo solo de un virtuoso de la guitarra. Nos anonada. Nos aplasta. Nos fatiga como un orgasmo de cuatro horas. Intensidad que noquea, machaca, aterciopela, entierra en algodón y en lógica ilógica demasiado humana. Algodón impregnado de sangre. Lógica conducida por nuestra propia impotencia estrábica.



Cada poema de Moga nos zambulle en una extrañeza personal, e invita a demorarnos en la maravilla de que seamos algo; mientras esperamos, podamos leer un libro o pasear por los lugares que nos indica el poeta, que han sido sitio de inspiración (es curioso este pequeño aviso espacio-temporal situado en la cabecera de muchos de sus poemas). Moga insiste en los lugares concretos, los espacios que rodean y moldean a su persona, espacios que le suscitan la pregunta metafísica, la pregunta ontológica, la pregunta sobre nuestros límites y nuestra ridiculez divina: y también la protesta por la indigna agonía cotidiana en la que no sabemos por qué nos encontramos abocados.

La maravilla de nuestro cuerpo vive condenada, y ya en el primer poema de Cuerpo sin mí queda claro que desde tu coche, casualmente, un día como cualquier otro, puede asaltarte la certeza de que estás desapareciendo. El miedo a estos momentos de lucidez es cerval y constituye uno de los pilares temáticos del libro.

Por lo demás, el mismo Moga (especialmente en forma) de siempre. Como siempre, cierto aire barroco ultradepurado en los temas y el tono; como siempre, esta construcción torrencial pero encauzada, caótica y arquitectónica a la vez, mezcla del tono tropical de Vicente Aleixandre con el extremo rigor formal de Blas de Otero o Dámaso Alonso, con idénticas preocupaciones existenciales.

La primera diéresis del libro nos confirma con qué extremo rigor pule y lima Eduardo Moga sus versos. Cómo retoca y tuerce las preguntas que lo conforman hasta encontrar la pregunta con toda precisión, la pregunta-serpiente que atenaza la conciencia y exprime el licor de sus versos, una pregunta nunca denotativa o fría. Cuentan que los poetas barrocos alemanes se refugiaron mentalmente en la estructura racionalizada del soneto, para evadirse de la completa destrucción de su país durante la Guerra de los Cien Años. En esta sociedad de la velocidad y la estupidez, sociedad descrita en trazos rápidos en los poemas, la primera diéresis es una invitación a transitar por mundos más normales, en los que es posible que uno se explore con cierta lentitud y recreación, se llore, se reconozca, se haga saltar por los aires, si cabe, o sencillamente, escuche lo que tiene que decirle otro ser humano. Esta declaración queda sometida a la verdad estética de la poesía y la palabra con diéresis.

El murmullo de lo radicalmente personal es lo que retrata con absoluta maestría Cuerpo sin mí; glosar en qué consiste el lenguaje de Moga resulta un empeño absurdo. Es mucho más honrado declarar que el lenguaje de uno es incapaz de lograr una definición de lo que es depuración y vida pura, incrustadas en veinticinco cantos.




 


Leer poemas...



{moscomment}