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tramas-01.jpg Tramas
de Alicia García Bergua

Por Carlos López Beltrán

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Los poemas de este libro son la confirmación, el ahondamiento y clarificación de una maduración poética. Con ellos se consolida un estilo y una codificación de la experiencia personal, personalísima, en un modo de escritura que es capaz de capturarnos, prendernos  y transformarnos. En una escritura engañosamente sencilla y poderosa, cuya eficacia emana de haber logrado, con los años, lo que pocos consiguen. Se trata de la cartografía de un mundo interior, de una experiencia que el lector puede, al frecuentarla y discernirla, ocupar para nutrir su vida de belleza y sabiduría. Una codificación construida, tejida, tramada con palabras comunes y referencias cotidianas, que en el espacio poético que articula, adquiere hondos tonos, capacidad evocativa y precisión quirúrgica.

Quizá la nota más inmediata de la lectura de los poemas de Tramas es su capacidad, casi inaudita, de entristecernos; o mejor, de atraer nuestro ánimo hacia el dolor y la viva percepción de la honda fragilidad de la vida humana. Digo inaudita porque los poemas consiguen esto como “efecto secundario” sin declaraciones dramáticas, sin pirotecnia verbal o emocional, sin malabarismos ni aspavientos.

Los poemas en Tramas acumulan descripciones y percepciones en apariencia directas, que suelen venir puntuadas por relampagueantes intuiciones metafóricas, o montadas sobre tenues alegorías, que evocan o sugieren mares o atmósferas densísimas y complejas, pero que siempre sabiamente la autora contiene, o purga. Su efecto es hondo.

Si no fuese un adjetivo gastado, uno podría llamar minimalista la poesía de este libro. Pero para entender lo que Alicia García Bergua está haciendo en él, es mejor atender a sus propias declaraciones, ya que entre lo que se observa, se analiza y se registra en Tramas está la propia vida de la autora con, o en, la escritura.

Escribir, nos dice directamente en un poema, “no es fingir,/ es tan sólo sumirte en pensamientos/ y sin que ellos te abrumen/ ver el fondo:/ las algas que ondean porque sí,/ pendientes del coral de tu memoria.”

Escribir en la práctica de Alicia García Bergua es atender el devenir, detenerse y sorprender al espíritu, al alma, al corazón, al “yo”; a ese flujo interior que entre adormecido y alerta nos hace gente. Atenderlo, digo, y delinearlo con palabras; acorralarlo con descripciones que, como fotones, de regreso, nos lo hagan sensible, palpable, así sea muy parcialmente. Escribir “con la marca de sólo estar aquí, atrapar ese flujo continuo con que pienso”.

La dificultad de la escritura, la elusividad de lo vivido ante las torpezas o limitaciones de las palabras, es también en Alicia García Bergua una fuente de inspiración y cuidado; y nos lo dice así “No puedo conformarme,/ como lo hacía mi abuela/ imaginando que las palabras surgen sólo para dar forma al pensamiento./ necesito que me hagan tropezar,/ que me fije en que no puedo ver así de golpe/ y me obliguen a estar, a detenerme.”

La escritura de Tramas, en su atención cuidadosa al ser interior, y a las palabras y los escenarios capaces de conjurarlo, adopta regularmente un tono suave de interlocución a menudo conversacional. Les habla y les da voz en un hábil giro del soliloquio al diálogo, a sus seres queridos. En este libro la poeta conversa con su padre, con su madre, con sus hermanos, con su yo-de-niña, con sus semejantes. Y estos diálogos-soliloquios adquieren en mi opinión, gran fuerza, porque los reconocemos inmediatamente como la forma destilada, literaria y sabia, de lo que todo el tiempo, a menudo inconscientemente, solemos vivir. ¿Quién no conversa etéreamente con su padre en su fuero interno? ¿Quién no mide y calibra su vida, su dolor, su amor en contraste con las vidas que vio vivir en su infancia? Lo excepcional aquí es el destilamiento poético eficaz y controlado. La autora escribe por ejemplo “Papá: tras toda esa niebla que dejaste/ está la inmensidad de cuerpo entero”. “Mi mente siente nudos que conducen a él”, nos dice elocuentemente en otro poema.

De hecho el luto y el duelo por la muerte del padre instauran el espacio inicial de este libro. Y con una entrada tan fuerte como eficaz uno, como lector, avanza al principio inquietamente. Muy rápidamente emerge sin embargo el cuerpo, el tema, el motivo profundo –que la experiencia extrema de la pérdida ayudó a mostrar. Se trata –ya lo dije– de una cartografía magistral de la vida emocional de la poeta.

De poema en poema, escudriñados bajo una lente de cuidadoso foco y cambiante granularidad, la poeta revela los pequeños hondos abismos de los que vivimos rodeados, y produce un efecto de acumulación, de carga, que a veces exige parar, suspender la lectura, evocar un recuerdo propio o una herida o vacío de uno, plantarse un rato para defenderse, y ya luego seguir.

Es importante mencionar el papel del pensamiento en estos poemas, pues a mi modo de ver es tanto tema como recurso en ellos. El pensamiento acompaña a la imaginación en señalar los caminos del afuera, de la vida adulta, independiente y libre, en los poemas familiares. El pensamiento, afincado y apuntalado en las palabras, es también el medio con el que la poeta instaura su lucidez, contiene su miedo, apacigua o acomoda su dolor. Amanece “y un naufragio desata el pensamiento.”

Pensar en estos poemas es cavilar; atender al ser. Es un modo de acomodarse frente a la desarboladura del alma y al desdibujamiento del cuerpo conque nos suelta la noche. Es la “palanca que nos lanza hacia afuera.” Por el contrario, dormir es reducirse al cuerpo, a pálpitos e impulsos que el cuerpo reitera… a “perder el hilo en la dispersión en granos de una playa”.

Hay que frecuentar estos poemas para descubrir lo que nos tienen en reserva. Nadie que haya aprendido a visitar ese espacio poético saldrá sin conmociones, ni sin aprendizajes. Nadie saldrá que haya estado atento sin el deseo de que esta obra crezca, de que esta lucidez y esta capacidad expresiva tan singular esté siempre ahí, para acompañarnos.





 


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