PREMIO NACIONAL DE POESÍA
GILBERTO OWEN 2008


Los premios de poesía en México se han convertido en un tema central para discutir las políticas culturales. Abordamos ahora la situación alrededor del Gilberto Owen de Sinaloa. Presentamos un editorial de Periódico de poesía sobre el tema, una carta de Rubén Rivera y un par de respuestas a la misma por parte de Pedro Serrano, editor de esta publicación, y del poeta Jesús Ramón Ibarra.


 
Vicisitudes del Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen

Denuncian corrupción en el Premio Owen

Respuesta a Rubén Rivera

Otra respuesta a Rubén Rivera





Comentarios de los lectores

Leer poemas de Alfonso Orejel Soria en la sección Inéditos

Leer poemas de Jesús Ramón Ibarra en la sección Inéditos

Vicisitudes del Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen 2008

El Periódico de Poesía de la Universidad Nacional Autónoma de México tiene como labor principal poner en relación a poetas de todos los ámbitos, todas las tendencias y todas las regiones del país. Pretende de esa manera ayudar a subsanar posibles incomunicaciones e indiferencias en la actividad poética de México, y acercar otras vertientes poéticas del mundo, tan pertinentes como indispensables.

Desde que empezó a circular en la red, la presencia de diversos estados del país en el Periódico de Poesía ha aumentado, y hemos publicado a poetas que eran poco conocidos fuera de su ámbito estatal. Pretendemos contribuir así a que los reconocimientos aumenten y también, por supuesto, a que se modifiquen las percepciones, los usos y las costumbres. Nuestra labor, en ese sentido, es poner las cosas sobre la mesa. En este número presentamos a los ganadores de las dos últimas ediciones del Premio de Poesía Gilberto Owen, José Ramón Ibarra y Alfonso Orejel, ambos de Sinaloa. El que en ambas instancias el premio haya sido obtenido por poetas del estado organizador se debe a diversas razones. Por un lado es fruto de la casualidad, por otro es señal del nivel de la poesía en Sinaloa y puede también tener una explicación sencilla. Quizás el número de participantes perteneciente al propio estado sea en este caso mayor que en otros, simplemente debido a que su tradición es menos antigua, su repercusión no tan amplia y su difusión, menor. Esto, por supuesto, no demerita la calidad no del premio ni de la escritura de los dos ganadores.

La realidad de la poesía en México tiene muchísimas virtudes, pero también arrastra lacras y miserias. Los premios se han convertido en tema de polémica a veces enriquecedora y a veces vil. El Periódico de Poesía ha tratado de acercar discusiones sobre la realidad poética en México, lo cual incluye por supuesto sus premios, y ha tratado de levantar el nivel de la argumentación. Se puede estar de acuerdo o no con algunas de sus manifestaciones, por ejemplo con el hecho de que los premios más importantes se otorguen a libros inéditos y no a libros publicados. Puede uno incomodarse por las excesivas reglamentaciones que hay, producto de un pernicioso sospechosismo derivado de la realidad política. Puede considerarse poco sano que se premie a alguien que trabaja para uno de los miembros del jurado. Puede incluso verse como desgracia que lo obtenga alguien que ha sido discípulo de alguno de ellos.

El Periódico de Poesía está para discutir todas estas cosas. Lo hizo el año pasado al promover la polémica sobre la decisión que motivó al jurado del último premio Aguascalientes a declararlo desierto y otorgárselo a Gerardo Deniz. Las opiniones fueron encontradas pero los argumentos a favor y en contra valieron la pena. Y la tarea continúa. Utilizar las reglas para eliminar a un contrincante, por ejemplo, habla mal de quien lo hace, aunque se escude en leyes o en argucias, como sucedió recientemente con el Premio Efraín Huerta, y por ambos lados, para desautorizar a posibles contendientes.

No siempre, desafortunadamente, las cosas se dan así. Por esa razón el Periódico de Poesía ha optado por no publicar opiniones anónimas en su sección de POLÉMICAS. Lanzar acusaciones públicas sin fundamento sólo porque se sospecha algo, o porque se tiene una determinada animadversión, ya sea al jurado o a la ganadora de determinado premio, es otra manera mezquina de entrar en la contienda. Lo que sigue es ejemplo y muestra de la penuria y mezquindad que a veces gotea y a veces inunda el espacio público de la actividad poética en México.

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Denuncian corrupción en el Premio Owen
(www.riodoce.com.mx/content/view/1017/37/)

Ante los resultados recientes del certamen poético más importante de Sinaloa: el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen, que fue entregado en forma por demás sospechosa y fraudulenta al escritor mochitense, Alfonso Oregel (sic), creo necesario manifestar mi inconformidad y la de todos los poetas participantes en dicho concurso literario pues fui testigo de cómo Alfonso Oregel se reunía en Los Mochis con el jurado del Owen en poesía, los señores José Luis Rivas, Pedro Serrano y Jesús Ramón Ibarra, dos días antes de que estos dieran el veredicto que favoreció al laborioso escritor mochitense.No es legal que los participantes de un certamen poético convivan antes del veredicto con el jurado; esto desprestigia aún más un premio que poco a poco va cayendo en la mediocridad y el descrédito. Si en años anteriores Juan Domingo Argüelles recibía el Owen de manos de Efraín Bartolomé para en la siguiente edición regresárselo, y años después Mario Bojórquez otorgaba a su amigo Jesús Ramón Ibarra el “prestigiado” premio de poesía, y en esas dos ocasiones nadie dijo nada, ahora sí es necesario señalar lo corrupto de esta maniobra urdida con certeza por Ibarra para influenciar el juicio crítico del poeta José Luis Rivas y el señor Pedro Serrano. ¿Cómo es posible que José Luis Rivas declare desierto el premio más importante de poesía en México (el Aguascalientes) y ahora de una manera sospechosa y falta de sentido crítico otorgue el premio a Oregel, convirtiéndose en palero, junto con Pedro Serrano, de Jesús Ramón Ibarra?

Alfonso Oregel invitó a estos tres señores a que participaran en la feria del libro de Los Mochis y de paso sirvieran de jurados en el Owen, asegurando así el triunfo de Oregel con poemas que Ibarra seguramente ya le había tallereado; esta estrategia el escritor mochitense la lleva a cabo continuamente para obtener premios, recordemos el caso del premio de cuento Inés Arredondo, donde Élmer Mendoza, su preceptor, le tallerea los cuentos y luego se los premia, sirviendo esa vez de paleros Juan José Rodríguez y un dudoso Jorge Mosch.

Es en esos procesos donde la ética desaparece y donde la complicidad y la corrupción se conjugan, revelando que la poesía es lo que menos importa. No debemos ser cómplices de estos actos que hablan mal de la cultura. Como dice el poeta peruano Antonio Cisneros: “Los premios son para los poetas, no para la poesía”. No debemos trastocar los valores que la sociedad necesita para ser mejor; la honestidad debe salvaguardarse a como dé lugar y a los artistas nos toca poner el ejemplo. Si permitimos que se sigan cometiendo fraudes en la esfera del arte, entonces nunca podremos aportar nada valioso para que Sinaloa mejore y sea el estado del arte en vez del narco; es necesario que se revise el dictamen del Owen y se tomen medidas para que aquellos que forman el grupo de Élmer Mendoza y Jesús Ramón Ibarra no usen estos importantes premios para reírse de los creadores.

Si el director del Instituto Sinaloense de Cultura quiere salvaguardar el desarrollo democrático y moderno de la institución que dirige, debe de reestructurar su equipo de trabajo y hacer una limpia de todo ese personal que se ha eternizado en la planeación del destino cultural de Sinaloa.

Queremos un instituto fuerte, sin grupos ni gente que manipule los premios, los festivales, los encuentros indígenas y los talleres artísticos. Debe haber una rotación de los jurados, de los coordinadores de los talleres artísticos y de los encuentros, de los artistas que el instituto selecciona; en suma, es necesario que el instituto sea depurado por su director, si no, entonces seguiremos llamándolo Difocur y nunca alcanzará la madurez a la que toda institución importante debe de llegar para influir positivamente en la sociedad, entonces no tendrá razón de ser y habrá resultado infructuosa su creación.

El arte muere cuando es un medio más que un fin, porque el arte es una de las expresiones más altas del espíritu y no merece estas vejaciones y este trato mezquino.

Rubén Rivera

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Respuesta a Rubén Rivera

Sr. Director,

el uno de diciembre de 2008 se publicó en el diario Río Doce de Culiacán, Sinaloa, una carta firmada por un tal sr. Rubén Rivera, en la que acusa a los miembros del jurado del premio Owen 2008 de corrupción. Uno de ellos soy yo. Ese mismo día dos individuos, a quienes no reconocí debido a la distancia, me increparon a gritos a las puertas de la Feria del Libro de Guadalajara, primero diciendo “Los Mochis te saluda”, para pasar inmediatamente al insulto. Ni lo endeble de la denuncia ni lo banal de la agresión merecerían comentario alguno, si no fuera porque involucran a terceros, porque ensucian injustamente al ganador del premio y porque en mi calidad de Editor del Periódico de Poesía, traen a colación cosas que me ha preocupado por discutir, recoger y documentar. Lamento aparecer ahora como involucrado.

El jueves 13 de diciembre de 2008, aprovechando que coincidíamos en la Feria del Libro de Los Mochis, José Luis Rivas, Jesús Ramón Ibarra y yo nos reunimos para deliberar el ganador del Premio Gilberto Owen para poesía de este año. Después de discutir cerca de quince libros, coincidimos en decidir que el mejor de los que se habían presentado llevaba por título Palabras en sepia, y que por tal motivo merecía el premio.        El documento presentado estaba impreso en una tipografía todo lo contrario de atractiva, los poemas hablaban de un  mundo que llamaré provinciano y el libro iba firmado con un seudónimo que no debería haber generado los menores auspicios: “Jim Morrison No Debió Morir”. Señalo esto porque en una lectura descuidada, cualquiera de esos elementos habría bastado para hacer que pasara desapercibido. Sin embargo la calidad de los poemas, la solidez del conjunto y la fuerza de la voz que narraba ese mundo poético contrarrestaron cualquier prejuicio y su solidez se impuso, luego de su revisión atenta y su comparación con los otros finalistas. No puedo hablar en nombre de los demás miembros del jurado, pero en lo que a mí respecta, me intrigaba el lenguaje de este libro, pues desplegaba una amplia sabiduría poética y una sobria inmediatez. Me gustaba que los poemas dieran voz a un mundo familiar con una fuerza emocional que era a la vez cruda y despojada de sentimentalismos. Además, no se parecía a nadie. Había otros libros que para mí resultaban valiosos, pero vislumbraba en quien había escrito Palabras en sepia a alguien seguro de su búsqueda poética, que no se plegaba a las veleidades de lo novedoso, que no estaba iniciándose en la escritura, que no escribía desde una seguridad mecanizada y que no pertenecía a los grandes núcleos culturales. La tonalidad y el ambiente al que los poemas referían eran los de una ciudad pequeña, que yo ubicaba en la ladera occidental de país, cosa que, aclaro, podía ir de Chilpancingo a Hermosillo. Intuía por esas mismas razones que a diferencia de otros concursantes cuyos libros seguramente ganarán premios o serán publicados más pronto que tarde por editoriales de prestigio, el autor de éste, en caso de no ganar, corría el peligro de caer en la inseguridad exterior de quien no es reconocido, y quizás nunca más intentara publicarlo. Me importaba entonces apoyarlo.

Después de estos antecedentes, paso a la carta en cuestión. El sr. Rivera considera que el Premio Gilberto Owen es “el certamen poético más importante de Sinaloa”. Por aquí empieza la ofuscación de su juicio y la pequeñez de sus miras. Me permito recordarle, al sr. Rivera, que este premio no es el más importante de Sinaloa, sino el segundo en importancia económica de todo México, en lo que respecta a libro inédito. El sr. Rivera piensa exclusivamente en los intentos de poesía hechos en su estado supongo que natal. A diferencia del jurado de dicho premio, que inocente o indocumentadamente estaba considerando si no más altas sí por lo menos más amplias y anchas perspectivas.

El sr. Rivera dice que el premio fue entregado “en forma por demás sospechosa y fraudulenta al escritor mochitense Alfonso Oregel”. Me gustaría que explicara la relación causal entre una forma sospechosa y una forma fraudulenta. La expresión es ofuscada y por demás contradictoria. En su caso, o habla de sospecha de fraude, o habla de fraude consumado. Le pediría que se decidiera.

El sr. Rivera dice que nos vio dos días antes de que diéramos el veredicto. No entiendo cómo pudo ser, si yo estuve únicamente 24 horas en Los Mochis.

El sr. Rivera se arroga una representación tan inmerecida como incriminatoria al manifestar su “inconformidad y la de todos los poetas participantes en dicho concurso literario”. Asumo que el sr. Rivera presentó un libro suyo en este concurso y lamento muchísimo que la calidad de lo que escribió no lo haya hecho merecedor del mismo. No veo por qué tal cosa lo autorice a autonombrarse portavoz de los demás participantes y de esa manera ensuciar su dignidad (la de ellos, no la suya) con tan sospechosas y —aquí sí— fraudulentas interpelaciones.

El sr. Rivera acusa a los miembros del jurado de haberse reunido con el ganador del premio. En mi caso, me reuní, no —le aclaro al sr. Rivera— con el ganador del premio Gilberto Owen, sino con el organizador de la feria del libro de Los Mochis, el Sr. Alfonso Orejel, a quien no tenía el gusto de conocer, al llegar al hotel la mañana del jueves 13 de diciembre. Habré intercambiado con él no más de cuatro o cinco frases de cortesía en no más de cinco minutos. Me reuní con él de nuevo, y a la vista de todo el mundo, no sólo del sr. Rivera, antes y después de las dos presentaciones que hice esa tarde en el recinto de la Feria. Después ya no lo vi.

El sr. Rivera considera  que “es necesario señalar lo corrupto de esta maniobra urdida con certeza por [Jesús Ramón] Ibarra para influenciar el juicio crítico del poeta José Luis Rivas y el señor Pedro Serrano”. No pongo sic a lo anterior porque tendría que anteceder cada palabra, pero me pregunto dónde vio el sr. Rivera la maniobra, lo corrupto y la certeza de Jesús Ramón Ibarra, y de qué manera, por qué razón y con qué fin pudo y valía la pena “influenciar” nuestro juicio crítico, más allá de sus propias y ofuscadas circunvalaciones cerebrales. Felicito que haya llamado poeta a José Luis Rivas y le agradezco que a mí me considere un señor.

El sr. Rivera afirma que “Alfonso Oregel invitó a estos tres señores a que participaran en la feria del libro de los Mochis”. Me permito aclararle que la invitación  me la hicieron llegar los escritores Francisco Meza y Juan Esmerio Navarro. Mi comunicación con el organizador de la feria (no con el futuro ganador del premio) fue de carácter organizativo y tuvo que ver exclusivamente con las fechas en que se me había invitado. Espero que se tranquilice si le digo que Alfonso Orejel no tuvo nada que ver con la invitación que se me hizo para formar parte del jurado.

El sr. Rivera, finalmente, omite decir que también conversó conmigo, lo que, por otro lado, no tiene nada de malo, pues lo hizo como individuo, no como participante del premio. Aprovecho para agradecerle tanto al sr. Rivera como a Alfonso Orejel el que en ningún momento hicieran la menor insinuación al hecho de estar participando en el Premio. No habría servido de nada pero hubiera sido incómodo. Lo cierto es que ese día pasé mucho más tiempo con el sr. Rivera que con Alfonso Orejel, a quien la verdad apenas vi, supongo que porque estaba muy ocupado en su trabajo como organizador. En cambio, sí tuve la oportunidad de cenar aquella noche con el sr. Rivera. Supongo que estaría más desahogado. No sólo eso, sino que además se sentó a mi lado y tuvo la gentileza de dedicarme su antología de poesía de Sinaloa, en la que democráticamente se incluye a sí mismo, así como a los tres poetas aquí mencionados: Alfonso Orejel, Francisco Meza y José Ramón Ibarra. No puedo menos que transcribir la dedicatoria de su libro: “Dedico este libro a mi amigo Pedro Serrano. Estos poemas nos hermanan en un camino difícil pero alegre. Tu amigo, Rubén Ibarra, 2008.” Si toda dedicatoria es premonitoria, la del sr. Rivera es adivinación textual. Ha sido un poco incómoda esta dificultad, principalmente por aquellos a quienes pueda afectar o lastimar, pero no deja de alegrarme el tener la oportunidad de contestarle. Desgraciadamente, no identifico los poemas que sometió al Premio, así que no tengo la oportunidad de decir nada sobre ellos. Tampoco es este el espacio para hablar de su antología.

El sr. Rivera dedica el resto de su carta a lanzar diatribas contra gente o hechos que desconozco. Como no tengo información, lamento no poder decir nada sobre la emisión del premio Owen que ganó Juan Domingo Argüellez, ni de la que ganó José Ramón Ibarra, de manos, según el sr. Rivera, de Bartolomé y Bojorquez, respectivamente. Tampoco puedo decir nada sobre el premio Inés Arredondo que obtuvo el propio Alfonso Orejel, de nueva cuenta de manos fraudulentas según el sr. Rivera, en esa ocasión las de Elmer Mendoza, Juan José Rodríguez y Jorge Mosch. Si la realidad del medio poético de México es tan sucia como asume la imaginación del sr. Rivera, la calidad de su poesía sería equivalente al de su política. Y creo que hay diferencias, y diferencias importantes. Lo menos que puedo pedirle al sr. Rivera es que pida una disculpa pública.

Atentamente,

Pedro Serrano

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Otra respuesta a Rubén Rivera

Señor Rivera:

En primera instancia había decidido no responder a su artículo, aparecido el día 1º de diciembre en este, el semanario Río Doce. Sin embargo, la situación en general de la sociedad sinaloense, su imposibilidad de mantener el equilibrio entre la esperanza, la domesticidad arraigada y el desencanto ante esa furia que dispensa el crimen desde las sombras, me hizo pensar en mi propia indefensión ante los sicarios que atestan las calles con su bala y su sangre y su apostura de arcángeles vengativos. Me he dicho: es mejor defenderme ante la insania de un sicario cultural como usted, sediento de protagonismo y sangre. Su voz es la del autoflagelo, la del mártir que apuesta a la subversión mediática contra toda institución que no le otorgue un voto de confianza a sus gracias como creador literario o artístico. Aún cree que su imagen de infeliz mesías de la manta y el pachule, los colgajos y la voz en pecho para clamar por los designios de la diosa, por si sola, le otorgarán verdad a sus razonamientos de atormentado, y de mal perdedor (de ardido, pues, para que entienda).

No es mi afán distender una polémica con usted, ni el de plantear un debate más allá de las posibilidades de ese discurso originado por su inquina. Sirvan más bien estas palabras para aclarar algunos puntos que el arrebato de su texto (eso sí, cuando pierde arrebata, Sr. Rivera) enturbia y confunde.

1.-La coincidencia, que no la convivencia –como usted lo afirma-, entre el Ganador del Premio Gilberto Owen, Alfonso Oregel, y los miembros del jurado, se dio como producto sólo de un movimiento logístico que facilitara a la institución convocante el encuentro de Serrano, Rivas y yo en un territorio común. Dicha confluencia puede existir en cualquier nivel y bajo cualquier circunstancia siempre y cuando no dañe la honestidad del certamen. Usted, en todo caso, sí convivió con José Luis Rivas y Pedro Serrano. ¿Qué hubiera pasado si su trabajo gana Sr. Rivera? ¿Alguien hubiera imputado esa decisión? ¿Alguien le hubiera reprochado entrar en un plano afectivo ajeno al de la sana competencia? No lo creo. Por otra parte, Alfonso Oregel no acostumbra depositar su trabajo literario en mi confianza. Ignoraba que siguiera escribiendo poesía -pues su giro hacia la narrativa ha sido de exitosas consecuencias- y menos que participara en un certamen literario de la dimensión del Gilberto Owen. No niego mi amistad con él, ni la negaré nunca. Como tampoco negaré haber competido y perdido en certámenes literarios juzgados por amigos míos.

Sobra decir que José Luis Rivas es uno de los más grandes poetas vivos de México, y que su posición como creador de una obra distinguible de entre muchas que trazan el mapa literario nacional, merece todo el respeto que usted le niega al poner en entredicho su juicio como jurado. Lo mismo para Pedro Serrano, un poeta que recién descubro y celebro. Usted me otorga un poder que no tengo ni pretendo tener, Sr. Rivera.

Por eso me conmueve su papel de redentor, de paladín de los competidores literarios que pugnan por una transparencia que usted mismo se encarga de ensuciar con el discurso del dolor compungido, de la rabia convertida en sistema de competencia, del fragor contestatario que abreva de un acido que lo autodestruye. Créame, usted no es un mal poeta,  usted es un mal artista que ha procurado documentar su lagrimeo tenaz con los triunfos ajenos. ¿Porqué mejor no se observa a sí mismo y construye un análisis templado con disciplina y rigor crítico? ¿Porqué busca en el trabajo de los otros el dibujo de sus propias carencias? ¿Por qué se arroja despellejado a esa agresiva incontinencia en busca de culpables?

2.-Usted afirma que Mario Bojórquez me regaló el Premio Gilberto Owen en su edición del año pasado. Mario Bojórquez es un poeta al que conozco desde hace muchos años. Entre los dos siempre ha habido una relación de sumo respeto. Hemos coincidido en Encuentros Literarios y nuestros tópicos en la conversación han sido muchos, dominando, por supuesto, el de la poesía reciente que se produce en nuestro país. En su momento celebré la aparición de un libro como El deseo postergado. Un libro, sí, que absurdamente sirvió para llevar a juicio a su autor por haber obtenido el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes. Sin embargo, entre Mario y yo no existe dicha amistad. Sí podríamos ser amigos Sr. Rivera, pero esto lo podría ir dando el tiempo, el azar y las circunstancias. Jamás le he dado a conocer -algo que no hago ni con mis alumnos más cercanos, por cierto- mi producción poética reciente. Como tampoco se lo he dado a conocer a Ernesto Lumbreras, a Eduardo Langagne, a Eduardo Milán, o a Santiago Matías, poetas que también han juzgado mi trabajo en certámenes en los que he resultado ganador.

Siempre he procurado tener una relación amable con los creadores sinaloenses; siempre me he mantenido al margen de esas pugnas que dilapidan tinta y talento en las páginas de los diarios culturales. A usted mismo lo he atendido en el Instituto Sinaloense de Cultura con una amabilidad –acaso inmerecida, por lo que veo- digna de su rango de artista. A quien le pregunte por mí le podrá decir lo que quiera, pero jamás que he ofendido su condición de creador que busca mi apoyo. Y así será. A usted ya no le tiendo la mano Sr. Rivera, se la he tendido muchas veces y temo salir envenenado por su candidez hipócrita.

Ahora lo veo, Sr. Rivera, procurando el cobijo de sus amigos incondicionales, estructurando su estrategia de la autoinmolación, el corte preciso de un puñado de argumentos mendaces, los sortilegios de la poesía que usted piensa e imagina compañera y que, con esa voz seca de tenor de rancho, usted llama puta. Usted ha logrado lo que muy pocos artistas en la cultura sinaloense Sr. Rivera: la manutención de sus propias miserias con el reclamo pueril, con el moqueo irrisorio, con la filosofía del tu la traes que busca eco entre sus acólitos anónimos y desterrados. Lo peor de esto es que sus miserias, Sr. Rivera, flotan en un légamo de resquemor, se revuelven y tienen más vida que sus propias palabras.

Jesús Ramón Ibarra


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