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portada-escombros-dejan.jpgDe cómo los escombros dejan de serlo
José Cedeño
Editorial Praxis, México, 2008

Por Dolores Castro

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En el fondo todos estamos convencidos de la fugacidad de la vida, no solamente Jorge Manrique, ni José Cedeño, pero en este libro no es propiamente el problema del tiempo como tema central, sino el deterioro de cuanto existe en torno nuestro.

Todo en realidad, en nuestra época, parece muy pronto convertirse en escombro. Los edificios, los templos, los palacios se convertían en escombros al menos hasta muchas generaciones más tarde; ahora, todo parece adquirirse para desecharlo poco después, es como si el deseo de tener y tener fuera de satisfacción imposible.

Dividido en tres subtemas, el libro: Escombro en las palabras, Escombros que respiran, y Nosotros como escombro, reitera el deterioro de la palabra y con él, el de personas y cosas que están a punto de caer, aunado al drama de conocer que han de convertirse en “lo que fue” o en “lo que pudo haber sido”.

Escombros que respiran
se ubica en construcciones y derrumbes de la vida cotidiana, de cómo los escombros pueden dejar de serlo en “luces de savia compartida”, comunión en el encuentro erótico, a pesar de todo: “Así me poso en ti/ huelo mi sudor en tu mirada,/ nuestras gotas se arrebatan,/ comparten,/ aunque se han tocado siempre,/ han arremolinado juntas sus escombros”.

Con el arte de vivir se alternan las sonrisas y sus inmediatas consecuencias. Lo que brilló como fuego, si se apaga, no se convierte siquiera en la ceniza voladora; deja su huella como escombro, el escombro queda, estorba. La ceniza tiene algo de ala, el estorbo informe, no guarda memoria de lo que fue. Por eso él salva  definitivamente la Fotografía de boda: "… en el día pintado de sur,/ de aves sollozando en alegría”.

La alternancia de poemas que nos detienen, aun en las sonrisas más amplias ante los escombros —por ejemplo en el transcurso de nuestra historia común en Hispanoamérica (en el Perú) o en el transcurso de los años y el envejecimiento— equilibran la dicha que pasa como con una nube desconfiada en cielo amenazante de tormenta, para llevarnos a una realidad  que en la base de nuestros sueños aparece como escombros: “…los escombros/ bailando en la tranquilidad/     de los absurdos, en ese tiempo que se acorta”.

Pertenecen al ciclo salvador de los escombros los poemas Vigilia y Ráfaga, en ellos la contemplación estética rebasa cualquiera consideración de lo fugaz, o de la destrucción. Pero naturalmente el poema Catedrales no puede incluirse entre los escombros, quizá por eso nos detenemos  más en su lectura.

En este Yin y Yang de nuestro transcurrir, hay desencuentros, caricias fugaces, agonía o lucha, Encuentro-Desencuentro.

Sin embargo, en donde toda barrera puede salvarse, en donde  todo puede ser inmarcesible, en donde los escombros se elevan con la sensibilidad más alta es en Haciendo música. Si la música, que fue la vocación inicial de este poeta es capaz de elevarlo sobre todo escombro, por la palabra puede protestar contra el que el amor sea pasajero, contra la nostalgia; o puede interpretar el reclamo de las madres en medio de las bombas y la guerra.

Finalmente en la tercera parte del libro titulada Nosotros como escombro, encontramos una invasión de las imágenes que no alcanzan a expresar las palabras; el eco, los sonidos furtivos, los silbidos atávicos, las piedras de la historia y nuestra permanencia en callejones de tierra o las nubes fugaces, desde los escombros de Manhattan,  o la renovación vital de las cataratas que pueden bañar y renovar en el poeta al niño que fue. La luna, el sueño y el ensueño, y en la Visión de la plaza: “Viaje del viento para cuidar que los escombros/ no caigan de la mano”.

Estos apuntes sobre un libro que sale de lo común, apuntes hechos con la velocidad del viento pero que no dejan de percibir su sonido, me revelaron a un poeta amante hasta la cumbre de la síntesis, de la esencialidad. Poemas de raíz futurista que suprimen nexos y adjetivos para dar a los nombres y las acciones su lugar privilegiado en el poema.

De cómo los escombros dejan de serlo
, lucha ardua en verdad, es agonía que vence la comunión, la compañía en el amor, la poesía en la música y en el eco de la música que es la vida misma.

Este libro no se entrega totalmente en la primera lectura, pero vale la pena leerlo y releerlo.


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