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Ramón Llul: Poesía que no pretendía serlo.

(Primera Entrega)


¿Por qué el Llibre d’amic e amat, imperfecto y apresurado, no carente de torpezas, y privado desde hace mucho de su sostén ideológico, que hoy se nos aparece como una remota estribación del racionalismo neoplatónico, nos habla, a través de tantos siglos, todavía? A esta y otras preguntas responde Eduardo Moga en su estudio "Poesía que no pretendía serlo", un atento trabajo de análisis y traducción sobre Ramon Lull.


 
 
Poesía que no pretendía serlo
(Primera entrega)


Por Eduardo Moga

llul.jpgCon el Llibre d’amic e amat, Ramon Llull –Raimundo Lulio, en la tradición castellana– no quiso escribir un libro de poesía, sino un opúsculo didáctico, apto para la edificación de los dedicados a la vida contemplativa. Y, si no estuviera inserto en una novela, el Llibre d’Evast e Blaquerna, se podría sostener que Llull ni siquiera quiso hacer literatura. En efecto, el Llibre d’amic e amat constituye el capítulo 99 del Blaquerna, en el que un eremita, que ya había aparecido en el capítulo 97, visita en Roma al protagonista –antes papa; ahora retirado del mundo– y le insta a escribir un libro con el que multiplicar la devoción de los ermitaños, entre los que había observado peligrosos indicios de disipación. Y así lo hace Blaquerna: escribe el Llibre d’amic e amat, siguiendo, según puntualiza el autor, las «palabras de amor y [los] ejemplos abreviados» de los sufíes, religiosos sarracenos muy apreciados, que despiertan en el hombre un gran fervor. Todo lo cual puede fecharse en Montpellier hacia 1283, el lugar y el año en que los lulistas más reputados –desde Salvador Galmés hasta Anthony Bonner– creen concluido el Blaquerna. Nos encontramos, pues, con un ejemplo muy temprano de «libro dentro de libro», con el cual, según Albert Soler, Llull resuelve el «problema de cómo informar, en un marco narrativo, de las vivencias místicas del protagonista, de cómo transmitir al lector esta experiencia radical e inefable [...] que ha sido el motor de la novela», y que, de paso, le sirve al profesor Soler para explicar la siempre perturbadora incoherencia de que el Llibre d’amic e amat no tenga el número de versículos que anuncia en su prólogo (tantos «como días tiene el año»), un aparente descuido que no resulta extraño si consideramos el Llibre d’amic e amat una obra literaria dentro de otra obra literaria. Aunque cabe discrepar de su parecer: los artificios intranovelescos no tienen por qué ser inexactos; además, resulta desconcertante que un autor tan meticuloso como Llull, todos cuyos pronunciamientos encajaban perfectamente en el complejo entramado de su Arte, haya sido negligente con un dato tan significativo.

El Llibre d’amic e amat conoció muy pronto una transmisión independiente, aunque sus múltiples ediciones, tanto manuscritas como impresas, nunca hayan omitido su vinculación con el Blaquerna. Esta circulación exenta, propiciada por el carácter parentético del opúsculo y por el propio Llull, deseoso de difundir su doctrina en las diferentes cortes del Mediterráneo, parece confirmar la escasa voluntad literaria con la que el beato mallorquín acometió el texto. Los aforismos místicos del Llibre d’amic e amat pretenden enseñar a los eremitas a amar a Dios, o, dicho con más precisión, a que «se enamoren de Dios». Para ello se nutren de los principios del Ars compendiosa inveniendi veritatem, redactada hacia 1274, la primera expresión de su vasto sistema de pensamiento, con la que pretende reducir el conocimiento humano a un breve catálogo de axiomas, apto para resolver matemáticamente cualquier problema. Ya Tomàs y Joaquim Carreras i Artau subrayaron la «recia contextura filosófica» del libro, y Robert Pring-Mill ha señalado, en ese mismo sentido, que «cada versículo del Llibre d’amic e amat se relaciona directamente con uno o más puntos del sistema». Las máximas de la obra se esfuerzan, pues, por sintetizar los argumentos a favor de la existencia y grandeza de Dios, y por transcribirlos inteligiblemente. Su público no es un público ducho en sutilezas teológicas, sino sencillo y hasta atrabiliario: los monjes y creyentes dedicados a la contemplación. Ello explica también que escribiera el libro en catalán, una lengua vulgar, hasta el momento inadecuada para expresar los altos conceptos de la filosofía. Los destinatarios principales del Llibre d’amic e amat y su aspiración proselitista –todo cuanto Llull escribía se encaminaba a convertir a los infieles al cristianismo y a ratificar a los ya cristianos en su fe– rebajan las exigencias formales: el libro no constituye literatura áulica, sino manual de aprendizaje; sus metáforas no son metáforas cortesanas, sino morales. A Llull le habría disgustado que su pericia expresiva hubiese distraído a sus lectores –o auditores– del meollo de su doctrina. La forma era, para él, instrumental: un modo de captar la atención del público, una suerte de aire de palabras en el que se sustentaba el vuelo hacia Dios.

Si eso es así, y no hemos malinterpretado el origen e intención del Llibre d’amic e amat, ¿por qué lo percibimos hoy como el libro más literario de Llull? Ítem más: ¿por qué lo sentimos como el más poético de su vasta producción, compuesta por 265 obras, según las últimas estimaciones, y como uno de los más líricos de toda la literatura europea bajomedieval? ¿Por qué el Llibre d’amic e amat, imperfecto y apresurado, no carente de torpezas, y privado desde hace mucho de su sostén ideológico, que hoy se nos aparece como una remota estribación del racionalismo neoplatónico, nos habla, a través de tantos siglos, todavía?

Que Llull no quisiera escribir un libro de poemas no quiere decir que no gozara de una notable formación poética y que ésta no influyese, consciente o inconscientemente, en su redacción. La producción en verso de Ramon Llull que nos ha llegado es escasa: se limita al Desconhort, al Cant de Ramon y a algunos poemas incluidos en el Llibre d’Evast e Blaquerna, aunque haya otras obras suyas rimadas, de carácter didáctico y narrativo, como la Medicina de pecat, el Pecat d’Adam, el Dictat de Ramon o la Lògica d’Algatzell, en las que la rima, mera herramienta del aprendizaje, pretende facilitar la memorización. De su vida literaria antes de su conversión, en la que ejerció de poeta cortesano, versado en el saber trovadoresco, no nos ha quedado nada. Sin embargo, sabemos por su Vita coaetanea, una autobiografía dictada en 1311, que el joven Ramon, senescal del futuro rey de Mallorca Jaime II, era dado a componer canciones y poemas despreciables, y a otras prácticas licenciosas, y que, de hecho, eso es lo que estaba haciendo, escribir una oda a una dama casada a la que amaba con locura, cuando tuvo una visión de Jesús crucificado; visión que se repitió hasta cinco veces, y que determinó su abandono de la vida mundana y su dedicación absoluta a la propagación de la fe. Como señala Lola Badia, hoy parece haberse elucidado –por Jordi Rubió i Balaguer, Joaquim Molas y Martí de Riquer, entre otros– la influencia de la poesía trovadoresca en la obra de Llull, así como su conocimiento de la novela y la épica francesas, muy arraigadas en Cataluña desde el s. XII, y de la mística cristiana, tanto bíblica –el Cantar de los cantares– como medieval –la literatura franciscana–. Menos unanimidad suscita el influjo de la mística sufí, aunque Llull, que sabía árabe, la invoque expresamente en el prólogo del Llibre d’amic e amat, y destacadas voces, como las de Américo Castro, Martí de Riquer y Álvaro Galmés de Fuentes, entre otros, crean reconocerla en su obra.

Un primer rasgo nos persuade del lirismo de Llibre d’amic e amat: su economía expresiva, tan encalabrinada que el texto se nos antoja, a veces, monda osamenta elocutiva. Los versículos suelen ser breves, y sólo en el último tercio del libro condescienden a cierta prolijidad. Su llaneza, su ausencia de desarrollo nos obliga a inventarnos su envoltura: sus connotaciones. Por entre las palabras circulan resonancias posibles, imágenes susurradas, sinapsis de voces. Esta concisión extrema, en la que alientan los principios del Arte de Llull, se nos antoja a nosotros, insapientes, de un hermetismo estimulante o, lectores de nuestros propios afectos, de una claridad total. También somos descreídos: el Llibre d’amic e amat, aunque exento de efusiones sensuales, adquiere una devastadora sensualidad. Los versículos, por lo demás, carecen de adornos: no se ramifican en descripciones, ni abundan en menudencias sintácticas: atienden a la formulación del concepto, a veces repujado en símbolo, y cesan. Tampoco aparecen encadenados: cada versículo arranca de una situación distinta, de cuyos antecedentes Llull no nos informa, y trata de un principio singular. A menudo se interrumpen: ignoramos en qué redundan los actos descritos; otras veces reverberan en una pregunta que Llull se limita a formular –en lo que acaso sea eco de los debates medievales o de las tensos o partimens trovadorescos, aunque algunos críticos hayan objetado, no sin razón, que resulta excesivo calificar de debate a lo que sólo es la enunciación de un debate–. El estilo directo y la parataxis predominan. Hay pocas cláusulas subordinadas: Llull prefiere el engarce polisindético de las oraciones, con la reiteración de la conjunción copulativa «e», de resonancias bíblicas, tan característica de la prosa medieval. La sencillez formal es compatible con una notable oscuridad conceptual; la demasiada depuración no aclara, sino que enturbia: reduce las formas reconocibles del cuerpo a las confusas del esqueleto. Llull obedece en esto al antiguo precepto de que la dicción exigente reclama una intelección asimismo exigente, necesaria para comprender las grandes verdades de la fe, y que lo aprehendido gracias a este esfuerzo es doblemente gratificante –algo que practicaban tanto los poetas del trobar clus como San Agustín o San Gregorio, autoridades de la Patrística, y que luego ejercerían los grandes autores culteranos, como Góngora o Herrera–. Así, en el versículo 354 escribe Llull: «—Di, loco, ¿por qué hablas con tanta sutileza? Respondió: —Para propiciar que el entendimiento se eleve hasta las noblezas de mi amado, y para que sea honrado, amado y servido por más hombres».

El uso insistente de la conjunción antes señalado es un ejemplo del principal procedimiento retórico del Llibre d’amic e amat: la repetición. Quizá llevado por su ánimo docente, que le impele a reiterar lo esencial, Llull recurre, una y otra vez, a las mismas palabras, que no duda en repetir dentro de un mismo versículo, y a lo largo de todo el libro. «Amigo» y «amado» son, claro está, las más frecuentes; también menudean los términos pertenecientes a la familia léxica de «amor»: «amar», «amador», «desamar», «desamor». La repetición tiene propiedades hipnóticas: percute en la pupila y el oído, como una melopea, y nos enfanga en su rumor. Los conceptos se imponen entonces porque nos impregnan: reblandecidos por la iteración, nos exalta su efervescencia sonora; rebasado el cedazo crítico, nos envuelven como un manto. Galmés de Fuentes ve la influencia del árabe y, en particular, de los místicos sufíes, como Husein Ibn Mansur Hallaj, en el estilo repetitivo del Llibre d’amic e amat y en alguna de sus cristalizaciones, como la figura etimológica, rara en las lenguas romances. Algo tienen, en efecto, los mantras lulianos de oración derviche, o, como ha señalado Alberto Vàrvaro, de «delirio racional». Como los sufís giróvagos, que se abandonan a una rotación inmóvil, también Llull alcanza, con la presencia orbital de sus voces, un descontrol controlado, un éxtasis meditado, que no niega el arrebato, pero que no suprime la reflexión. La repetición está relacionada con otra de las controversias que han acompañado al Llibre d’amic e amat desde sus inicios: su carácter místico. Una antigua tradición hermenéutica ha querido ver en el opúsculo una expresión de las experiencias trascendentes del propio Llull, y algunos de sus representantes, como Hatzfeld, han atribuido el paroxismo de la repetición al empuje místico del libro, al modo del memorable «no sé qué que quedan balbuciendo», de Juan de Yepes. Los estudios más recientes, en cambio, se decantan por una lectura menos idealista. Mark D. Johnston considera la repetición un mero artificio retórico para comunicar cabalmente los principios del Arte en que se inspira. Bonner matiza hasta casi descartar el carácter místico del libro, alegando que no participa de la vía negativa predominante en la mística peninsular –según la cual la razón humana no podía comprender a Dios–, sino que, por el contrario, comparte una visión positiva del mundo como espejo de la divinidad y cree, en palabras de Guillaume de Saint-Thierry, en «la fe iluminada y no en la fe oscurecida»; y que lo perseguido por la contemplación no es la unión extática con el Creador, en la que se disuelva el yo, sino una fusión en la que el hombre y Dios subsistan como entidades separadas. Para el traductor no resulta fácil abordar la repetición constante. A veces, lo iterado es el núcleo significativo, y en ese caso hay que respetarlo, aunque disuene en un castellano aseado, porque, sin él, el versículo pierde fuerza, y hasta expira. Así, cuando Llull escribe, en el 202: «Encontró el amigo a un hombre que moría sin amor. Lloró el amigo el deshonor que suponía para el amado la muerte de aquel hombre que moría sin amor, y le preguntó al hombre por qué moría sin amor...», no cabe sustituir el sintagma «moría sin amor» por otro: «morir sin amor» es el eje del texto: lo que denuncia, contra lo que clama. En otros casos, la repetición devora al versículo: nada contiene salvo el término repetido, con, a lo sumo, las variaciones que introduzca el poliptoton. Así sucede en los versículos 289 a 293. En estas piezas, que confieso no están entre mis preferidas, asistimos a apretadas logomaquias, a derroches conceptuosos como éste: «Gloria eres, amado, de mi gloria; y con tu gloria y en tu gloria das gloria a mi gloria, que gana la gloria de tu gloria. Por esta gloria tuya me son gloria...». Tampoco aquí procede sustitución alguna: la repetición es la sustancia del texto; sin ella, literalmente, no hay nada. Otras veces, en cambio, cuesta más vencer la tentación sinonímica. Por ejemplo, en el versículo 49, cuando Llull escribe: «El amado desenamoró al amigo. El corazón del amigo se llenó de contrición y arrepentimiento. Y el amado devolvió la esperanza y la caridad al corazón del amigo, y a sus ojos, lágrimas y llantos, para que regresara el amor al amigo». La repetición de los sintagmas «del» y «al amigo», cuya función es aquí complementaria, no parece imprescindible, y acaso habría resultado preferible reemplazarlos por los pronombres posesivos o personales pertinentes. En este supuesto, no obstante, he optado por preservar las recurrencias; en otros, que el lector advertirá, me he permitido discretas sustituciones, para hacer el texto menos protuberante y más fluido.

Los tropos más frecuentes en el Llibre d’amic e amat son la metáfora y el símbolo, a veces magnificado en alegoría. La primera y más importante metáfora asoma en el título. Como aclara el propio Llull en capítulo 99 del Blaquerna, el amigo es «el fiel y devoto cristiano», y el amado, Dios. Para muchos autores, éste –la condición masculina de los amantes– es el único rasgo específicamente árabe de la relación entre el hombre y Dios que se establece en el Llibre d’amic e amat, es decir, el único ajeno a la tradición literaria cristiana, aunque comparta sus orígenes platónicos. En ésta, de la que son paradigmas el Cantar de los cantares y la poesía de San Juan de la Cruz, la unión mística ha sido siempre una unión de hombre y mujer, el connubio de un Dios amante y un alma amada. En el Llibre d’amic e amat, en cambio, uno y otro son varones. «Los términos “amigo” y “Amado” [...]», señala Galmés de Fuentes, «no hacen sino traducir las voces árabes, siempre en masculino, al-muhibb wa-l-mahbub, que representan un tecnicismo exclusivo de la poesía erótica árabe [...]. En la tradición musulmana, la masculinidad de los personajes sirve para distinguir el amor puro y el amor místico del amor carnal o amor mezclado...». Sin embargo, no todos los estudiosos suscriben su parecer: Johnston objeta que las relaciones de afecto entre varones asoman también en determinados géneros devocionales cristianos, como las cartas de amistad espiritual entre monjes o las canciones de alabanza a Dios (laude) entonadas por las cofradías italianas, exclusivamente masculinas. Por lo demás, las metáforas y símbolos del Llibre d’amic e amat son harto deudores de la poesía trovadoresca, con cuyos motivos profanos –la casa, la alcoba y el lecho, las cartas de amor, la cárcel de amor, el alba, el espejo, el jardín, el pájaro– operan una sustitución «a lo divino». También participan de la tradición caballeresca –escuderos, huestes, gonfalones– y recurren a algunos de los tópicos clásicos de la literatura occidental, como el horaciano locus amoenus, con sus fuentes y verduras deleitosas. Los mecanismos analógicos de Llull se refuerzan con figuras de ficción como la personificación, gracias a la cual nos abordan, con actos y palabras humanos, realidades inmateriales, u órganos del cuerpo, o animales. Se advierte una gradación, o, mejor dicho, un cambio de coloración en los versículos del Llibre d’amic e amat, cuyo primer tercio alude con profusión a referentes naturales –el mar, las aves, los árboles–, pero que se hacen más arduos y filosóficos conforme el libro avanza; su textura deviene, pues, abstracta, y pierde parte de la amabilidad que la había caracterizado. Tampoco esta sequedad le resulta fácil al traductor, cuya tarea consiste en preservarla, a la vez que empuja suavemente el texto hacia lo poético. Sea como fuere, hoy podemos leer los versículos del libro despojados de su tuétano religioso. El paso del tiempo y la desaparición del ideario luliano han arrebatado al Llibre d’amic e amat su potencia doctrinal, y lo han ceñido a su ser literal: a su condición de canto amoroso. El creyente puede seguir abordándolo como expresión de la fe: en sus vericuetos acaso reconozca sus propias cuitas espirituales, como hace Àlvar Maduell en «Trets de la fisonomia lul·liana», el ensayo prologal de su edición del Llibre d’amic e amat, de 1966. Pero el texto admite también una lectura laica, que los descreídos practicamos con afán, excitados por la espesura y, a la vez, la ligereza de sus imágenes, por el misterio fulgurante de los enunciados, y por la intensidad del lenguaje y, en consecuencia, de los sentimientos. Para estos lectores, en el Llibre d’amic e amat se verifica un insospechado regreso: los motivos amatorios primigenios, tomados en préstamo de la poesía trovadoresca y desprovistos por Llull de su significado sensual, para transformarlos en vehículos de piedad, pierden ahora su carácter divino y recuperan su condición inicial de proclamas sentimentales.

Subrayan, asimismo, el perfil lírico del Llibre d’amic e amat las estructuras paralelísticas del libro, a menudo especulares o antitéticas, o zigzagueantes, en forma de quiasmo. No otra cosa es la poesía, sino el establecimiento de correspondencias, emparejamientos y analogías, con un propósito emocionalmente suasorio. El pensamiento de Llull no es nunca sinuoso, sino que se dispone en formaciones trabadas, de contornos matemáticos. Domina la estructura binaria, determinada por el doble protagonismo del libro. Las proposiciones suelen dividirse en dos, que a su vez se ramifican en opciones pares. Uno de los versículos más celebrados del Llibre d’amic e amat, el 26, reza así: «Cantaban los pájaros el alba y se despertó el amigo: es el alba. Y los pájaros dejaron de cantar, y el amigo murió por el amado en el alba». El punto separa, en efecto, dos mitades, a cada una de las cuales corresponde un acto y su consecuencia: al canto, el despertar; al silencio, la muerte. El versículo 228, también muy conocido, afirma: «El amor es un mar atribulado por olas y vientos, que carece de puerto y de orillas. Perece el amigo en el mar, y, en su peligro, perecen sus tormentos y nacen sus perfecciones». De nuevo hallamos una pareja central, separada por el punto: a un lado queda el amor; al otro, la muerte. Y en cada uno de ambos hemisferios nacen nuevos binomios: la tribulación y la carencia (de las que, a su vez, brotan olas y vientos, puertos y orillas), el perecimiento y el nacimiento. Los abundantes versículos dialogados subrayan estas dicotomías: preguntas y respuestas, réplicas y contrarréplicas, urden un texto fractal, de ángulos rectos, muy atento, sin embargo, a la circularidad –a la clausura– de los asertos. La paradoja constituye un mecanismo específico, y de singular importancia, en estas geométricas urdimbres, aunque no tanto como representación de la fusión de todas las cosas, propia de la mística unitiva, sino como estímulo intelectual. Galmés de Fuentes advierte influencias árabes en las antífrasis y en los paralelismos rítmicos que acompañan a los emparejamientos lulianos, así como en la prosa rimada que, en su opinión –y en la de otros tratadistas como Dominique Urvoy, Allison Peers y Rubió i Balaguer–, pervive en el Llibre d’amic e amat. Según él, «bajo el nombre de saj’, los autores árabes designan este género de prosa, [caracterizada] por el empleo de unidades rítmicas, que van de cuatro a diez o más sílabas, terminadas por una cláusula. Tales unidades rítmicas están agrupadas por series». La palabra misma saj’, continúa Galmés de Fuentes, es reveladora, porque «se trata de un sustantivo derivado de la raíz saja’a, que significa ‘arrullar’ y también ‘gruñir’ (especialmente, un camello), de donde, en fin, ‘salmodiar’, lo que nos indica que esta prosa rimada estaba destinada al canto o, cuando menos, a ser entonada melódicamente». Las rimas internas son, en efecto, muy abundantes en el Llibre d’amic e amat, y su sentido musical parece claro. Como traductor, no he vacilado en respetarlas, aunque introdujeran leves cacofonías. Pero no siempre ha sido posible. Cuando, en el versículo 17, Llull escribe: «Entre temor e esperança ha fet hostal amor, on viu de pensaments e mor per oblidaments quan los fonaments són sobre los delits d’aquest món», no cabe preservar las series rimadas («pensaments», «oblidaments» y «fonaments»; «temor», «amor», «mor», «són» y «món»), a veces porque las palabras correspondientes difieren en castellano («olvido», «muere», «mundo»), y otras porque resultan preferibles, por ser más exactos, términos distintos («los fonaments són»: «los cimientos descansan»). Un ejemplo de paradoja aparece ya en el versículo 228 antes transcrito, donde, abundando en una idea asaz cultivada por Llull –no cabe distinguir entre placer y dolor cuando se ama a Dios: uno y otro se funden indisolublemente–, el hombre sufre las inclemencias del amor, pero ve desaparecer sus males cuando naufraga, esto es, cuando se sumerge en el amor.



Traducción de fragmentos
Eduardo Moga

DEL LIBRO DE AMIGO Y AMADO

DEL PRÓLOGO

Blaquerna rezaba, considerando la manera en que contemplaba a Dios y sus virtudes, y, cuando acababa de rezar, ponía por escrito aquello en lo que había contemplado a Dios. Y así lo hacía todos los días. Y variaba los términos de su oración, para componer de muchas y diversas maneras el Libro de amigo y amado, y para que todas fueran breves, y así pudiera el alma, en poco tiempo, discurrir sobre  muchas.
    Y, con la bendición de Dios, Blaquerna dio comienzo a su libro, que dividió en tantos versículos como días tiene el año. Y cada versículo basta para contemplar a Dios un día entero, según el arte del Libro de la contemplación.

COMIENZAN LAS METÁFORAS MORALES

[1]

Preguntó el amigo a su amado si quedaba en él algo por amar. Y el amado respondió que aquello por lo que el amor del amigo podía multiplicarse era por amar.

[2]

Los caminos por los que el amigo busca a su amado son largos y peligrosos, y están poblados de desvelos, de suspiros y de llantos, e iluminados de amores.

[3]

Se reunieron muchos amadores para amar a un amado, que a todos colmaba de amores. A solas estaba cada uno con su amado y con sus agradables pensamientos, por los que experimentaban sabrosas tribulaciones.

[4]

Lloraba el amigo y decía: —¿Cuándo cesarán las tinieblas en el mundo, para que cesen los caminos infernales? ¿Y cuándo llegará la hora en que el agua, por su naturaleza, ascienda, en lugar de descender, como tiene por costumbre? Y los inocentes, ¿cuándo serán más que los culpables?

[5]

¡Ah! ¿Cuándo se enorgullecerá el amigo de morir por su amado? Y el amado, ¿cuándo verá a su amigo languidecer por su amor?

[6]

Dijo el amigo al amado: —Tú que llenas el sol de resplandor, llena mi corazón de amor.
Respondió el amado: —Sin plenitud de amor, no llorarían tus ojos, ni habrías venido a este lugar a ver a tu amador.

(…)

[25]

Dijeron al amigo: —¿A dónde vas?
—Vengo de mi amado.
—¿De dónde vienes?
—Voy a mi amado.
—¿Cuándo volverás?
—Estaré con mi amado.
—¿Cuánto estarás con tu amado?
—Mientras mis pensamientos permanezcan en él.

[26]

Cantaban los pájaros el alba y se despertó el amigo: es el alba. Y los pájaros dejaron de cantar, y el amigo murió por el amado en el alba.

[27]

Cantaba el pájaro en el jardín del amado. Llegó el amigo, que dijo al pájaro: —Si no nos entendemos por el lenguaje, entendámonos por amor, porque en tu canto se representa a mis ojos el amado.

(…)

[38]

Cantaba y lloraba el amigo cantos de su amado. Y decía que el amor cruza más veloz el corazón del amador que un rayo fulgurante, o que un trueno, el oído; y más viva es el agua del llanto que la del mar undoso; y más cerca del amor está el suspiro que la nieve de la blancura.

[39]

Preguntaron al amigo por qué era glorioso su amado.
Respondió: —Porque es gloria.
Quisieron saber por qué era poderoso.
Respondió: —Porque es poder.
—¿Y por qué es sabio?
—Porque es sabiduría.
—¿Y por qué es digno de amor?
—Porque es amor.

[40]

Madrugó el amigo y empezó a buscar a su amado. Y encontró a gente por el camino y les preguntó si habían visto a su amado. Le respondieron preguntándole cuándo se había ausentado su amado de sus ojos mentales. Y el amigo contestó diciendo: —Nunca; desde que vi a mi amado en mis pensamientos, ya no se ha ausentado de mis ojos corporales, porque todo lo visible me representa a mi amado.

(…)

[46]

Quiso soledad el amigo, y se fue a solas con su amado; y con él está, solo entre la gente.

[47]

Estaba solo el amigo, a la sombra de un frondoso árbol. Pasaron hombres por allí y le preguntaron por qué estaba solo. Y el amigo respondió que solo se había quedado al verlos y oírlos; que antes estaba en compañía de su amado.

(…)


 

 

 


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