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Montsalvat*
Jorge Fernández Granados
Sobre un acantilado las águilas guardan Montsalvat,
la cúspide en ruinas que alojaron los muros del castillo.
Ahora sólo el viento punza la sinfonía del eco y habla
contando la leyenda a las nieves latinas de los riscos.
La luna encumbra su vórtice de emblemas sobre el alcázar
y tensa los hilos del telar donde escapaba su frío,
junto al pecho iluminado por la ofrenda de otro regreso,
rumbo a la soledad, cuya pureza prometía el encuentro.
No es la tumba otra nieve que la blanquísima de los templos
donde el cruzado atormentó la esclavitud de su corona
y el dolor descifró una vez la oposición de los espejos.
Es el trovador el que sangra de las muertes la amorosa
de su ermitaño laúd junto al tribunal del forastero.
No hay canción para el amor de provenzales, ni su derrota
sobre el campo de batalla igualará el mármol de sus almas.
Gobernarán la frente, luz de tus anillos, Montsalvat.
¿Existieron las batallas bajo este polvo que se pierde,
donde la tierra es el filamento que respira la furia?
Veo tus pies marcados por el alba de un fuego que me advierte
la edad terrible del amor que en otros ojos me conjuga.
Háblame de las armas que se apagaron bajo la nieve,
del número celeste de los perdidos bajo las cúpulas.
Celebra junto a mí el tamaño final de tu desastre.
Amarga en esta boca el diálogo fecundo de tu sangre.
¿Recuerdas el invierno que esperabas por su luz austera?
Amarras aquel súbito recuerdo al pasto de las piras
y tu vértigo es un rastro de conquistas, bronce y estelas
húmedas en el vino meditabundo de tus pupilas.
Un lóbrego segundo estalla en el resumen de la piedra.
Las cúspides son secretas, humillado lo que se olvida.
Morir besando la neblina. Nieve apenas. Blancos atrios,
doce llamas detenidas en el corazón de los años.
La hopa raída del cátaro hinca dones rumbo a la hoguera.
A sus pies, la firma del fuego borda el ángel más oscuro,
revienta los ojos del insecto lunar sobre su lengua,
clava un testamento en los abismos celestes de su puño.
La flor deja un hueco en el cielo por un lugar en la tierra,
suya es la pureza que, también cantando, remonta el humo.
(La ceniza al alba estaba fría. Sus razones, linaje,
perfumaron el relente con la juventud de su carne.)
Veo en tu fascinación los ojos elípticos del ópalo.
Duran en mi llaga los diamantes hechos polvo y espacio,
sentencia, vestigio, cantiga de amianto donde el escombro
de tu increada heredad es la víspera de los estragos
que estallan sobre la cal de una profecía sobre el polvo
con la inventada avidez de mi mano sin dueño, buscando
la luna que todavía no está en la boca del regreso,
aquella que pernocta en la ceniza sus mendigos hechos.
¿Dónde estuviste que olvidé tu nombre cuando entré a las llamas?
¿Había sido tu oficio de borrar lugares, de ver
la vestidura fugitiva de la nieve en las palabras?
Por un instante recordé tus ojos y al morir te amé.
El hombro de mi alma en el umbral de la puerta te tocaba.
Criatura de tu mar soñé la cifra que fundó mi sed.
Quizá la sangre pide luz para su sombra, pide fruto
para emprender el largo retorno a su originario mundo.
¿Cómo poder mover a gritos las arenas del desierto,
inquietar el filo de tu reflejo a punto de saltar
desde la tonelada lumínica de tu manto negro?
¿Cuál la traza del incendio que dejó a la noche llegar?
¿Cuál éxodo de estrellas ahogadas en el sumiso fuego,
en el rodar infinito de tu espiga en el vendaval?
Pálida para siempre en el aroma de los pergaminos
aguardará la luna su olvido blanco, tu sacrificio.
Periódico de poesía, núm. 13, nueva época,
UNAM/INBA, primavera de 1996
* Fragmento del libro Resurrección, obra que obtuvo el Premio Jaime Sabines 1995.
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Autorretrato a los 26
Julián Herbert
Yo era un muchacho bastante haragán
cuando me asaltaron las circunstancias
el sábado y el domingo cantaba en los camiones
y ahorraba para unas botas loredano
y besé a dos
no
a tres muchachas
antes de venir a la ciudad
Aquí me extrajeron el diente que tenía cariado
y claro
terminaron de arruinarme la sonrisa
este relámpago de fealdad por donde asoma
sinceramente
involuntariamente
el ápice más generoso que soy
Aquí pasé a la historia es decir
firmé facturas exámenes solicitudes de empleo
actas de matrimonio y nacimiento
paredes silenciosas
y también me tomé muchas fotografías
no encontré nada mejor que hacer ya lo dije
yo era un muchacho bastante haragán
la gente desconfiaba de mí
cómo podría enamorarse alguien tan mal vestido
cómo iba a tener razón un tipo tan petulante
pero tuve razón en muchas ocasiones
y si no
tuve al menos esa ira luminosa
que convierte a la estupidez en una revelación
En cambio
no podría asegurar hasta dónde sé de amores
—y eso que a mi lado también duerme
la mujer más hermosa del mundo
con su cabello susurrante
sus labios de malva en fin
toda esa cosmética literaria que inventaron
los provenzales—
No
no podría asegurar nada al respecto
pero una tarde en Zacatecas
vi sobre una roca a dos ardillas que conversaban
y mi compañera y yo guardamos sin saber por qué
el silencio de admiración que se guarda
frente a los verdaderos amantes
Desde entonces
algo de mí crece a través de mis ojos
y en mis testículos
y en el rumor que hace mi pensamiento
y en el letargo del alcohol consumido
y en el barullo de la orina espesa que me despierta
en las mañanas
algo de mí crece en mí como un saludo
como una tregua como una bandera blanca
y no sé hasta dónde sé de amores
pero me gusta agitar esta bandera
Bastante haragán es cierto lo confieso
tres muchachas besadas cuando vine a la ciudad
quién me viera hoy caminando por la calle Juárez
mi hijo gritándome “papi”
mientras pienso en los asuntos de la oficina
en el traje Yves Saint-Laurent que me vendieron de segunda
en los exámenes que me falta revisar
en las amistades que ya no frecuento
y también pienso en este poema
que hace veintiséis años se fragua dentro de mí
y nunca termina
nunca dice las palabras exactas
porque es igual que yo
un muchacho bastante haragán
una verdad fugaz
como todas las verdades pequeñas
Tengo derecho a hablar de mí cuando hablo del mundo
porque hace más de veinte años miro al mundo
y tengo derecho a sentirme verdadero
pequeñamente verdadero
porque mi voz también puede abrazar a la gente
aunque no sea la voz de un santo
ni la voz de la lluvia
ni la voz de una madre que llama a su hijo difunto
ni la voz de un sabio antiguo
mi voz también puede abrazar a los que pasan
a los que escuchan
a los que abren el libro al azar y en silencio
y a ti
sobre todo a ti
mi voz también puede abrazarte
mi voz también puede abrazarte
aunque sea la voz de un hombre al que hace muchos años
le arruinaron la sonrisa
aunque sea la voz de un haragán
mi voz también puede tomarte por los hombros
y decir suavemente
“estoy cantando estoy cantando para ti”
Periódico de poesía, núm. 21-22, UNAM/INBA,
primavera-verano de 2000
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Regreso a Bretaña
Claudia Hernández del Valle Arizpe
el mar, el mar que siempre está empezando…
Paul Valéry
Recuerdo el mar frío de la infancia,
los barcos en su tránsito lento
sobre el plomo del mar del norte.
Barcos balleneros, arpones desolados,
arrecifes con su cabeza de musgo
y esa puerta que se azota
igual que un corazón con soplos,
respira en su arritmia.
La mancha azul del mar al fondo,
entre murallas, campanarios que coronan
sus crestas con gallos.
Herrumbre sobre la memoria
de los cuentos de infancia: bucaneros
en la escena del naufragio, página tantos.
¿Para qué sirve un mar tan frío? —pregunto—
Y tú dices: “para pescar, para mirarlo,
para estar sola”.
Cerca, en el parque, rechinan los columpios,
les hace falta aceite a las bisagras.
Una pelota roja rueda calle abajo,
se precipita, es claraboya entonces,
y no se hunde nunca.
Los basureros, concurridos en su abandono,
huelen a pescado y los gatos limpian
la perfecta nave de un bagre.
¡Que cierren celosías para la siesta!
La ciudad obedece y casi muere.
Detrás de las gélidas ventanas,
los geranios con el tallo erguido se dan
en los balcones y el timbre de bicicletas
recuerda —junto con el olor del pan—
la vida. Y el mar sigue allí y nos observa.
Periódico de poesía, núm. 4, nueva época,
UNAM/INBA, invierno de 1993
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Primero de septiembre
José Homero
Hoy jueves silencioso de septiembre
yo también rindo un triste informe
y a toda la afición le comunico
que hemos sorteado obstáculos que a otros
acaso doblegarían,
que hemos sido conscientes del momento histórico
que
vivimos felices en imágenes sin tiempo,
días de viento olvidado en su cabello,
mañanas de azules despertares y rosas
alboreando en blanca piedra,
pedestre alburna,
algodones turbulentamente oscurecidos
deseados hoy por mis orejas,
hastas de ustedes,
creaturas agitándose en el piélago,
con datos,
molestos datos,
insoportables vueltas a la realidad,
cuyos gritos de ¡fraude! ¡fraude!
comienzan a cansarme,
nadie es feliz, ciertamente, pero nosotros, al menos, lo intentamos,
y aun cuando el circo amenaza de súbito
el derrumbe,
aplaudo y aplaudo, no dejo de aplaudir,
pensando en la calle
solitaria y atestada
que me espera después, a la salida;
nada he dicho importante
(nada, nada),
repito frases, sentimientos, ideas ya
ocurridas,
ya
de todos
y
siempre nuevas,
como el mundo que erigimos cuando
comenzamos
el periodo,
pinche embadurnada menstrual.
“No hay felicidad si no es bajo mi égida”
¡Oh, Eros! muchas gracias pero no escucho más palabras —ni las mías,
las cifras ya, las cuentas claras,
es hora del paseo,
de la limpieza del hogar,
del prometido regreso,
del sofoco.
Periódico de poesía, núm. 12, UNAM/INBA, 1989
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Tres piezas frías para el invierno
Mauricio Montiel Figueiras**
1
Piano,
fértil piano:
oscura cordillera
a donde trepan,
ora presurosos,
ora trémulos,
los dedos de un cadáver
enredado en las partituras
del invierno.
2
¿Ondearán
las notas de Satie,
oscuras banderas
frente a la guerra
declarada por la nieve?
¿Dónde ubicarlas,
dónde clavar su estandarte,
su frígida nostalgia?
¿Se dejarán hinchar
por el viento exhalado
por la enmohecida sonata invernal?
¿Cómo reconocerlas,
si van disfrazadas
de neblina?
3
Qué níveo
te escucho,
Erik,
qué helado
ahora que las aves
emigran
trazando partituras
rumbo al sur;
qué fúnebre
ahora que la nieve cubre estatuas,
sombras
como si ella misma fuera sombra,
caspa de una noche en vela.
Y el silencio,
Erik,
a mitad de qué herrumbroso silencio,
al norte de qué quietud
te escucho;
te cito
ahora que el idioma se ha quebrado
y las palabras se congelan,
en las sílabas del frío,
con vocablos que agonizan
te convoco.
Ahora.
En la estación más tremendamente muda.
Aquí te escucho,
Erik,
desde este aire demadejado;
entre las raíces del invierno
te propagas,
Erik,
colapso de árboles y ruido,
incendio
en la vigilancia inmaculada.
Periódico de poesía, núm. 4, nueva época,
UNAM/INBA, invierno de 1993
** De su poemario Oscuras palabras para escuchar a Satie (Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino”).
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Estigia
Ricardo Pohlenz
no hay ya música
entre los truenos se pierden los últimos pianos
tras las puertas
como eco querría
si antes de tirar el resto del montecristo
decir Padre Nuestro y en silencio el cielo
pero no puedo
desciendo
los barandales son mi propio frío
la escalera que se inventa bajo mis pies
llueve
soy el hombre de la noche
calado hasta los huesos desciendo
pero no hay infierno
un vuelco
se abre a mis pies un único recuerdo
le grito ¡orfeo!
y la sombra se detiene bajo el alumbrado
como si viera pero sin contestar
más allá de donde se lee Metropolitain
se le vuela el paraguas como murciélago
a rayo apenas para decirlo
somos subterráneos
a tiempo para el último tren
abajo me espera la nada hecha harapos
dentellada como bulto maliciento
al final del andén
su guiño es la risa
pero no ha de estallar
¡dios! aunque esté en él
(no espera el tren espera el día
en que me vea para decirme profesor
lo he visto en el Dome)
no yo
a unos pasos del si fuera agua
casi de vidrio el silencio
la paloma sin entrañas en el suelo
un dejo del revoloteo
(no yo alguien más como voz
albo de cal
sin que cante gallo por tierra
tres veces detrás)
tras el augur sus ojos de nitrato de plata
nimbos sus manos de muerda;
abiertas al naipe del plenilunio
(cinco francos
Profesor cinco francos para morder
para ir con la niña en su tumba de narcisos
con un gesto de más)
qué decirle si el mapa
las luces casi astros en carta
de esferas planas tal FORTUNA
mi consolación mi boecio
que de dar vueltas cual moneda
la mano sería fauce y más allá la selva
sí volaban
aunque no fuera el cielo
cierra todas las puertas a puerto
la garra sin denario y la estela
miles de ojos testigos de mí
inmóvil perdido en cada vagón
y el túnel tan lejos
Periódico de poesía, núm. 12, nueva época,
UNAM/INBA, invierno de 1995-96
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Primeras letras
Cristina Rivera-Garza
Él y yo leíamos diccionarios en la noche.
Tocábamos sin orden el oasis de la O
y oblaba el orvallo órfico Otomano
el omnívoro ombligo omicrón originario
el otoñal océano ofensivo, olvidado.
El oleandro.
Él era el ojal onírico de la oración.
En la levadura de la L longitudinal
latíamos con la lasciva ligereza del láudano
y el loro libamen de los lémures.
Levitaba luego la leche Lakista en el litoral del Logos
y liaba el laúd el libidinal limen del lenguaje.
Él era el lecho lila de la letra.
En la ganzúa ganglionar de la G y su galimatías
giraba geórgico el glorioso garbanzal geodésico
y gemía el giorno de las garbosas gramíneas.
La girándula. La ginebra.
En la glicerina del gerundio genitivo galopaban las garzas
y el garambullo geminado en gárgolas de gasa.
Él era el garabato de mi genealogía.
Y en ñisco ñorbo de la Ñ
tan ñufla, tan ñuridita, tan ñuta
se ñangaban el ñame, el ñu y el ñiquiñaque
en el ñanduti del ñaure.
Él era un ñandú.
Una pátina de P para mi padre
el perturbado palimpsesto de pan y piedra
el pesar patológico de los penumbrosos piélagos.
El pecio que paladeaba el panal de las palabras y sus péndulos
pedagógicamente prodigando las póstulas de la pandemia:
la puntual parálisis de la primogénita.
El padecimiento purpurino de la psicastenia.
Por los páramos del papel la pesadumbre preña
el principio y el presagio
el peligro de perderse permanentemente parco
en la prístina púa de la primavera.
Pausa pido y serpentea sonora la savia de la S
su sístole:
sólo los solos saben saborear la sal soluble de los solitarios.
Sosegadamente.
Toluca, junio de 1997
Periódico de poesía, núm. 21-22, UNAM/INBA,
primavera-verano de 2000
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Fue como si la ciudad hubiera sufrido un apagón
José Eugenio Sánchez
a Tamara
fue como si la ciudad hubiera sufrido un apagón
tan brutal como la luz desparramándose por el piso al abrir
las cortinas
yo sólo pude ver tus ojos en blanco
e intuí que tus labios se resecaban
que en alguna calle se caían los árboles
y que entre los guitarrazos de crosby stills nash and young
se te trepaba el recuerdo de mis manos buscándote como el último
peldaño en la escalera cuando te buscaban como la rama
saliente de un precipicio
algo así como levantarse una mañana y encontrar que la familia
no es la misma
como el manzanazo que se llevó newton —o adán—
fue cuando furiosamente acaricié el relámpago de tus muslos
y el cuarto estalló en aromas
como si hubieran conectado de nuevo la electricidad y tu interior
quedara a oscuras
Periódico de poesía, núm. 12, nueva época,
UNAM/INBA, invierno de 1995-96
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28 años
Gabriel Trujillo
La vida se me vuelve una enconada paradoja.
¿Quién soy a esta edad en que todos festejan
Sus triunfos y victorias?
¿Quién soy ahora que todo movimiento es un desgarro
Una herida que duele y que supura?
No tengo respuesta
Por primera vez la soledad me impone sus preguntas
Y no sé cómo responderlas
Junto a mí la vida pasa y me desborda
Su turbulencia agita mis palabras
Ahora más que nunca
Ningún vínculo me sujeta: estoy libre
Bailo sobre el abismo
La plomada del vértigo se alza frente a mis ojos
Soy como la lluvia que se vierte sobre el mundo
Como el relámpago que todo lo perturba
Cambiar
Es la única forma de permanencia que conozco.
Periódico de poesía, núm. 3, UNAM/UAM,
septiembre-octubre de 1987
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Miamia Flamingo
Enzia Verduchi
El sol que baña la costa Florida,
no es el mismo que engarza en el sueño del niño.
Flamingo de yeso y plástico, flamínguera Habana Chica.
¿Se puede ser hipócrita a los seis años?
La ilusión va en portalápices,
en la bolsa sin fondo de mi madre,
en las cachuchas beisboleras de los viejos
y en las chancletas de pasos perfumados.
Welcome Miami, agridulce naranja
en el más prefabricado de los rosas
de las plumas del ave flama.
Periódico de poesía, núm. 11, nueva época,
UNAM/INBA, otoño de 1995
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