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turba-pedro-serrano.jpg Turba
Pedro Serrano
Ediciones Sin Nombre, México, 2005

Por Rafael Courtoisie

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Una representación de un objeto o de una situación de objetos poéticos en inaudita cohesión compone Turba, una poesía donde el referente se impone al discurso como si esa proeza del lenguaje fuera posible y como si fuera posible hacer predicable la fisura de la nada en la percepción de las cosas.

En Turba no hay títulos, los segmentos de escritura se separan con significativos espacios en blanco. Una perfección métrica y un cuidado abismante en la búsqueda y ubicación del flaubertiano mot juste son parte del diseño de este libro-poema unitario e intenso.

Cada línea, cada fragmento —como le hubiera placido al visionario chileno Vicente Huidobro— es una unidad, y cada unidad un todo, un micro universo donde reina el oscuro resplandor oximorónico de una sencillez paradójica: el sentido “cae” en el centro de cada “poema” y el sentido “cae”, se desprende, se produce desde la horizontalidad de cada verso.

Así, Turba no cuenta con núcleo y periferia: toda su extensión sintagmática está al servicio de una sola materia que se concreta en el decir de un solo predicado que se reitera bajo mil “formas” y un fondo entrópico vehemente. No hay necesidad de citar en ninguna de sus formulaciones —positivista, post moderna, híper tardía— el Segundo Principio de la Termodinámica.

El discurso es multitud y diversidad, como las personas, como las máscaras griegas, por lo que habría que aplicar en la instrumentación del análisis de este texto la segunda acepción que consigna el Diccionario de la Real Academia sobre la palabra que da título al libro: “Turba: (del lat. turba) f. Muchedumbre de gente confusa y desordenada”. La poética de Pedro Serrano emplea y encausa el desorden de la realidad y lo re significa en una nomenclatura lírica que trasciende esa voluntad escindida del lenguaje por ocultar lo que nombra.

Serrano dispone sin jerarquías, vuelve a la causa inicial de la lengua y a su atributo básico: decir el mundo, negarlo, volver a decirlo, negarlo y decirlo otra vez. Descubrir en cada mancha de oscuridad o silencio la dialéctica que entrará en sinergia con la voluntad de ser, de crear. De ser en sí y de crear para el entorno abierto de lo humano.

Turba es un constante desafío al orden imperante y una reivindicación del placer orgiástico del decir, aun cuando el referente oscurezca. Turba es la condena humana de expresar y su rotunda emancipación. En esta raíz etimológica latina se patentiza el noumeno kantiano in/cógnito que el libro edifica y representa.

El Diccionario de la Real Academia brinda también una primera acepción útil en el proceso de interpretación, acepción que ex profeso dejamos aquí en segundo lugar: “Turba (del germ. turf) f. Combustible fósil formado de residuos vegetales acumulados en sitios pantanosos, de color pardo oscuro, aspecto terroso y poco peso, y que al arder produce humo denso.//2. Estiércol mezclado con carbón mineral que se emplea como combustible en los hornos de ladrillos.”

Aquí la multitud es objeto. No mineral ni vegetal sino fósil, es decir, en un estado de fijación de ciertas formas y distinto en esencia. La turba es resto y es materia prima, la turba es sustancia capaz de moldearse en otra posibilidad de significación. A partir del barro se construye la primera figura antropomórfica, el golem, a partir del barro o limo del lenguaje se construye el ser del decir, una esencia nueva que da sentido a la representación. Nada es igual a lo que se nombra, pero cada vez que se nombra se crea una superficie viva y nueva.

La poesía es en sí y para sí. Turba es poesía y es, por tanto, el combustible de sí mismo como libro y como discurso, con belleza y sin violencia programática.

Turba arde y echa un humo lento y persistente, una huella indeleble que se transformará con el tiempo y las edades. Es cúmulo de toda actividad poietica histórica y es absoluta novedad. Desde la elegía de Manrique hasta el doblar de campanas de John Donne retomado en epígrafe hemingwayiano en santa sobriedad, desde la celebración del desastre del vidente Arthur Rimbaud hasta el discurso anterior a Wittgenstein, fragmentario y celular, de Emile Cioran.

Turba renuncia a todo barroquismo, es clásico y exacto en su entereza. Turba renuncia a todo malditismo, aunque se sospecha que acepta a beneficio de inventario la herencia luminosa de Isidoro Ducasse.

Turba es una expresión poética mexicana del tercer milenio: deja todo atrás, sin olvidar nada.

Turba evoca una suave patria en formulación ecuménica, universal.

Turba propone, en el concierto de la poesía iberoamericana de principios de milenio, otro decir.

Este libro es una concreción de la dialéctica expresiva, su referencia es la realidad y es el propio lenguaje. Hay, sí, una intencionalidad que no juzga las cosas sino que las expresa. La voluntad construye el libro tanto como las palabras, pero la voluntad se adelanta un paso: entonces el lector de Turba sentirá el vacío a sus pies y, si da un paso más, la plenitud.


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