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portada-accidente-celeste.jpg Accidente celeste
Jorge Luján
FCE, México, 2008

Por Antonio Puente Méndez

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Accidente celeste de Jorge Luján es un libro dirigido a primeros lectores no sólo de poesía sino de libros en general. El texto, que consta únicamente de dieciséis versos, se centra en cómo un niño sufre un percance que provoca que el cielo se rompa, los acontecimientos extraños que este suceso causa y la manera en que el niño, ayudado de sus amigos, trata de reconstruirlo. Un argumento simple pero ingenioso, que a pesar de antojarse como una opción interesante en la larga lista de opciones que hay para los niños que están aprendiendo a leer, en un libro que no logra que todos sus elementos se integren para dar un resultado óptimo.

La primera razón para que esto ocurra es el hecho de que la trama no es lo suficientemente sencilla para poder ser desarrollada en tan corta extensión. Dieciséis versos para un poema narrativo —así éste sea para niños— no permiten que los hechos se desenvuelvan fluidamente. Esto ocasiona que haya grandes espacios de indeterminación en la historia que ni alguien con mucha imaginación puede rellenar fácilmente ya que las acciones cambian de una, a otra muy diferente, demasiado rápido. Asimismo, la falta de cuerpo también produce que el texto, para que pueda abarcar una mayor extensión, tenga que acomodarse en pares de versos por cada dos páginas. Las situaciones se agrupan en cuartetos por lo que existe un problema con la distribución, en tanto que el niño no puede seguir la narración de manera fluida y al mismo tiempo, ver las numerosas ilustraciones. Si el pequeño lector se detiene a apreciarlas, entonces tendrá que cortar la historia y, si por el contrario, sigue el texto, tendrá que hacer a un lado las imágenes que al final, son el elemento más consistente e interesante del libro.

En ese sentido, es en las ilustraciones de Piet Grobler de Accidente celeste donde se encuentra el verdadero atractivo. Éstas son una combinación de dibujos complejos para los personajes humanos que contrastan en fondos sencillos, dibujados con crayones, a la manera de un niño de cuatro o cinco años. Así pues, uno disfruta pasar una y otra vez las páginas para admirar los detalles de tan atractivas imágenes y deja en segundo término al poema-cuento. Esto provoca que lo narrado se vuelva el soporte de las ilustraciones y no al revés, que es como quizá debería de ser: no encuentro un balance entre un elemento y otro, texto e ilustraciones compiten por sobresalir en lugar de respaldarse y, al final, sólo las imágenes logran capturar la atención del lector mientras que las palabras terminan perdiendo su poder.

El hecho de que estemos hablando de un libro dirigido a un público que está comenzando a leer y que por lo tanto, requiere un alto número de imágenes que llamen su atención, no significa que se le dé más peso a las ilustraciones que al texto porque al final lo que se quiere es que el niño adquiera interés por la lectura.

Otro de los elementos que sobresalen en Accidente celeste es el irregular uso de la rima; en vez de estructurarse en rimas consonantes como generalmente se hace en la poesía para niños, Luján utiliza rimas asonantes o incluso, por momentos, hace a un lado toda musicalidad creando la sensación de que lo que uno está leyendo no es poesía sino un pequeño cuento. Con esto no quiero decir que para que un poema sea poema es necesario que tenga rima consonante. Lo que ocurre es que una de las maneras en que un poema puede atrapar la atención de un niño es por medio de rimas perfectas ya que la musicalidad de la repetición de sonidos crea ese efecto que a muchos de nosotros nos hizo adentrarnos por primera vez en el lenguaje poético.

Por eso es que, si pensamos que la finalidad de que al niño se le dé a leer un libro como Accidente celeste y no cualquier cuento en prosa, es precisamente, tratar de acercarlo a la poesía, y en este caso, el libro no cumple del todo con su cometido. Lo que ocurre es que no hay forma de que alguien pequeño encuentre, de manera clara, la diferencia entre prosa y poesía.

Lo único que diferencia al texto de los cuentos, es que éste ha sido escrito en octosílabos que en determinados momentos tienen un ritmo bastante agradable —“las nubes andan perdidas / chocándose en las esquinas”— y sin embargo, tiene también versos que rompen de manera irreparable la musicalidad del poema. Por eso, muy difícilmente el niño se dará cuenta de que no está leyendo narrativa, si consideramos que el lector al que el libro está dirigido se encuentra entre los cuatro, cinco o hasta seis años de edad.

En resumen, Accidente celeste presenta un argumento interesante que tenía todo para hacer de éste un libro bastante entretenido. Tal vez el error del autor fue comprimirlo tanto; algunos versos más podrían habrían logrado un libro completo. Eso, o escribirlo en prosa. Lo que nos queda es explorar con detenimiento las ilustraciones de Grobler, que como mencioné con anterioridad, son su elemento más fuerte.

 


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