Apuntes al IV Festival de Poesía Manzanillo 2008

 

Por Ana Franco Ortuño
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Llegamos en avión, desde el DF. No nomás chilangos: Óscar Wong (Chiapas), Odette Alonso (Cuba), Eduardo Lucio Molina (Argentina), Efraín Bartolomé (Chiapas), y yo (que sí soy chilanga). Los festivales son de los pocos espacios que quedan para platicar sobre poesía, porque al menos en el DF, ya no tenemos tiempo de la tertulia, el vino y el café poéticos...

Apuntes al IV Festival de Poesía Manzanillo 2008
(del 26 al 29 de noviembre)
Galería fotográfica aquí 

 
 
Por Ana Franco Ortuño

Llegamos en avión, desde el DF. No nomás chilangos: Óscar Wong (Chiapas), Odette Alonso (Cuba), Eduardo Lucio Molina (Argentina), Efraín Bartolomé (Chiapas), y yo (que sí soy chilanga). Allá nos esperaban los organizadores, instalarse en el hotel y otros poetas. Como siempre en estos festivales, uno se va encontrando conocidos y conociendo, y coincidiendo en el desayuno la comida la cena y subiendo y bajando de los transportes y oyendo y oyendo y oyendo y mirando leer. Y uno se ríe (en este caso mucho con Wong, con Alonso, con Lara), y habla de cosas maravillosas. Los festivales son de los pocos espacios que quedan para platicar sobre poesía, porque al menos en el DF, ya no tenemos tiempo de la tertulia, el vino y el café poéticos.

Luego fueron llegando los demás: Baudelio Camarillo, Armando Alanís, Juan Carlos Quiroz, Herminio Martínez, César Rodríguez Diez, Arlette Luévano, Adán Echeverría, Jorge Lara Rivera, Luis Armenta Malpica, Enrique Servín, Javier Gaytán, Mijail Lamas, Francoise Roy, entre otros... Constantemente cambiamos de actividad y de compañeros de lectura y así conocí otras obras (no es lo mismo leer que oír y luego combinarlo). En una de esas, me tocó, escuchar con una voz nada desdeñable, a don Herminio Martínez que canta a José Alfredo, en las traducciones al latín que hace para demostrar a sus alumnos de Europa y Estados Unidos, cómo la buena poesía es buena en cualquier lengua. Así, una se va enterando de cómo está la cosa poética y política, cómo se hace y se agrupa la cultura, cómo se organiza, se desorganiza, se proyecta o crece.

En el caso del Festival de Manzanillo nos enteramos de que crece. Porque toda la gente habla muy bien del organizador y dice, por ejemplo, que empezó con una oficina y sin un quinto, nomás con unos tambos de pintura que le sirvieron para hacer pintas de poemas por toda la ciudad, hace cuatro años. Luego ni tan poco a poco, ha ido cobrando fuerza y haciendo que el Festival se vuelva no únicamente amable para sus invitados sino para la gente del lugar. Porque era muy clara la intención de Avelino Gómez de irrumpir en el espacio público con poemas y lo mismo nos puso a leer en el mercado que en un sushi o un bar, y luego en el Zapoteco (donde eran las lecturas de noche) o a escribir cadáveres exquisitos y tropicales en medio de la plaza.

La gente al principio, en el sushi, nos ignoró por completo. Creo que no es buena mezcla sushi-poesía o habrá que repensar y proponer la receta. Poco a poco, con el paso de las horas y del montón de espacios que abarcamos, la gente como que se acostumbró y supo que algo pasaba, que por ahí andaban leyendo unos poetas.

Para las lecturas de la fuente danzarina (con juegos de luz) y las del barco el Zapoteco (el mismo que fue a ayudar cuando el tsunami) ya estaba siempre lleno. Había de todo: asiduos, más poetas, curiosos, estudiantes, marineros, amas de casa, niños, lectores.

Lo más impresionante de un puerto (aunque sea obvio o absurdo decirlo) es el mar. Lo más hermoso, lo mejor, lo inevitable. Y es este mar absolutista que se roba toda la atención lo que tienen los anfitriones para darnos. Por eso hay siempre orgullo y alegría en la gente de un puerto, porque nacieron junto al mar. Así que extensísimo y negro por la noche, nos mecía combinando su ritmo con el de los poemas. Atrás (o enfrente, si leías) campaneaba la catedral y relucía el pez espada gigante que distingue a la ciudad.


 

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