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portada-varias-especies.jpgVarias especies de animales extraños cubiertos de piel jugando en una cueva con un pico mientras Richard Dadd observa desde un calabozo de Bthlem
Jeremías Marquines
IECT 

Por Fernando Nieto Cadena
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VI

Me gusta la quietud de tus senos hechos
de endecasílabos donde nada suena.

Un pájaro trata de engañarme metiendo su cabeza en
un clavicordio y pregunta si he dejado de quererte.

Dibujo en tu espalda una adormidera de pupilas magenta.

Es junio, lo recuerdo, por la profundidad del color que asoma
en la desembocadura de tus labios y porque no he vuelto a extrañarte.

Imagino si allá, el aire también es una barcaza que se hunde
azotando paredes cubiertas de hormigas. Imagino
que haces tú, mientras la asfixia ilumina mis órbitas, y
la tristeza abandona su forma de ave para acuchillarme.

Imagino si también allá la luna es el perfil de una daga
que brilla sobre la almohada. No obstante,
un pájaro trata de engañarme,
lo sé, porque tus senos nacieron
con sabor a menta, y en tu sexo
un búho pequeño se desangra.




IV
 

Para Citlali Guerrero


Trato de no pensar en tu sexo mientras escribo.

Una columna de hormigas pasa confundiéndose con un ciervo.

En una celda dos gnomos leen a Spinoza, y es imposible
que la eternidad sea un pájaro carpintero
que da la bienvenida a la lluvia. Escucho.

Las hormigas me sugieren un abeto poco civilizado
que los pájaros desprecian.

No tengo manos, tengo demoras tatuadas por castigo.

Entiendo que afuera el mundo se desarma,
que lejos de tu sexo, destinado a detener la muerte,
no se puede vivir.




XXXIV

En una jaula de pájaro guardo la cabeza de mi padre.
Reposa entre ramas de uñas afiladas, junto al
color de los besos cancerosos del cocodrilo.

La cabeza de mi padre tiene la atracción de un coño.
Si le fuera posible, liberaría las mareas del dominio
absoluto y exacto del azar.
Pero como la cabeza de mi padre
se parece al coño de Titania,
los sueños emprenden sus hostilidades
cuando empiezo a recordar mi infancia.

Pienso que pude ser un niño hambriento
juntando –la orilla de un camino–,
granos podridos de maíz para dioses orientales.
O que la grandiosidad de la vida tiene un umbral
menos complicado, quizá, menos azul que los sueños.

No lo sé, nuevamente me gana el derecho indiscutible del error.
La influencia decisiva del sexo de Titania en mis cavilaciones.
La mañana terrible que, como una joya pálida,
brilla en la cabeza que traigo de mi padre.




XXV
Sonidos de Bethlem:

Figura humana caminando hacia el oeste sobre la hierba
después de haber dormido mucho tiempo en un bosque.

Hormigas mutantes que guerrean con
la lluvia atrás de un espejo robado.

Hojas de papel comiéndose los restos de erráticas criaturas
que brotan de mi sombra a dos horas del verano.

Anémonas que surgen del sexo de Titania achicando
el horizonte pintado por Ives Tanguy en 1927.

Nubes de profundidades tácitas que comparten el
espacio con personas y animales que desaparecen.

Y había ciudades hermosas para defecar sin angustia,
y una quietud lamentable vagaba sobre nuestras cabezas estáticas,
y tus piernas tenían no sé qué , que hacían babear al océano,
y todos mirábamos hacia allá, donde no hay nada,
donde siempre había hay queriendo ser primero,
y peleábamos, lo recuerdo bien,
peleábamos por las cosas de aquel lado,
donde siempre existe la posibilidad de hundirnos un poco más.




XLI

El color es un ejército monstruoso.
Combate en los límites de la negación y el vacío.
Una precariedad que inventa alfabetos,
relámpagos vibrátiles sobre la página en negro.

El color surge de la nada.
Es pérdida imposible que bebe formas.

Por eso, cuando la figura de una mujer avanza
sobre el aire, igual que un pájaro soñante,
el color permite mirar algo de su pasado.
Pero eso no son los sueños,
sino la vampirización de tus senos que no
saben distinguir entre una hoja de afeitar y los labios.
Por eso decía:
el color es un yo apropiado para desdibujar contornos.




XLII

El bermellón es el color conveniente para cazar juramentos.
Al diluirlo en dos tantos de hiel, al pintar la mirada,
la luz ha de volverse amarga.

El bermellón no tiene nombre propio,
es el cebo que usan los enamorados para hallarse.
Un adiós que sólo los besos reconocen cuando los
labios no encuentran las veredas exactas que los junten.

El bermellón es animal que se alimenta con las flores
que nacen en los territorios adyacentes a los muslos.
Es el color que canta endechas destempladas
en los ojos de pájaros enfermos.
Si se mezcla con el jugo de la luna,
el bermellón prohíja alientos tristes;
insomnios que se abren cuando se acaricia un libro.





XLIV

A Francisco Magaña


Para dibujar un rostro humano
hay que evitar que la superficie del papel
oculte la apariencia de un doble conocido.

Hay que dejar que la noche produzca bestias hermafroditas
de un solo ojo, para que no tiemblen los dedos.

Olvidar –cuando un rostro humano es– que existe la memoria.

Un rostro humano debe simular la respiración
donde osos rugientes muerden vidrios rotos.

Debe parecer que labios tiene, no para el beso,
sino como el humo de una fogata que se apaga.

La boca es pues, un barco donde un cuchillo viaja desnudo.

Ojos tiene, pero son aves carroñeras que hacen
visible el vacío donde la culpa descansa en claridades.

Un rostro humano es una oración en descenso;
rencor que suaviza la voz del hundimiento.
Superficie impalpable que descansa
en la pezuña escarlata de la nada.

Pero no hay que olvidar que un rostro humano,
aunque se dibuje mal, siempre llora.




XIX

En Bethlem se despiden como si nunca hubieran visto tu cara.
Yo sé por ti que tengo en mis ojos una línea donde se aparean
serpientes y luchan como en una tragedia
pagana los dioses de la edad remota.

Mis ojos que después de ti
son el obstáculo menos durable de la vida diaria.

Mis ojos donde se guarda lo escondido.

Si algún día volvemos a encontrarnos,
y si las lluvias titubeantes de junio nos juntan sin querer,
igual que la cólera desvalida de las nubes,
sólo piensa en mi como un aposento liberado de fatigas.





XXIII

Para Álvaro Solís


Los locos tienen en el alma peces muertos.
Pasan la eternidad entre los corredores que nacen
del sumo amarillo de las estaciones.
Aman los predicados de un error gramatical
que nos hace pensar en el mundo.
Los locos no hablan de amor porque son demasiado conocidos.
Prefieren fundar sus extravíos en la
imagen de un animal risible y blanco.
Los locos no hablan del amor,
como los pájaros no hablan del viento.




XXIV

La desesperanza tiene la forma de un sexo grande,
abierto y sinsaboro como los dedos
de una mujer que hace el amor a solas.

 

 

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