Defensa de la poesía

Pedro Serrano

portada-casa.jpgCasa de Misericordia es un título poderoso. A la vez acogedor e intrigante; queda resonando incluso antes de su lectura. Si uno lo ve en librerías, es posible que lo compre nada más y por las evocaciones que atrae, aunque no sepa nada ni del libro ni del autor. Se sabe, desde la cúpula del paladar, de qué se está hablando. Una casa de misericordia es un orfelinato, como los que hay en las proximidades de las selvas del Mato Grosso, o al pie de las misiones de la Baja California, o en los salitrosos muros de Veracruz. Tiene algo a la vez de colonia y de abandono, como las arenosas afueras de la ciudad amurallada del Cónsul en la novela Esperando a los bárbaros de J.M. Coetzee...

 

Defensa de la poesía

Pedro Serrano

portada-casa.jpgCasa de Misericordia es un título poderoso. A la vez acogedor e intrigante; queda resonando incluso antes de su lectura. Si uno lo ve en librerías, es posible que lo compre nada más y por las evocaciones que atrae, aunque no sepa nada ni del libro ni del autor. Se sabe, desde la cúpula del paladar, de qué se está hablando. Una casa de misericordia es un orfelinato, como los que hay en las proximidades de las selvas del Mato Grosso, o al pie de las misiones de la Baja California, o en los salitrosos muros de Veracruz. Tiene algo a la vez de colonia y de abandono, como las arenosas afueras de la ciudad amurallada del Cónsul en la novela Esperando a los bárbaros de J.M. Coetzee. Una casa de misericordia es un orfanatorio, pero no cualquiera. Su nombre evoca límites, últimas defensas, después de ahí el desierto. Esto lo supo ver muy bien Joan Margarit, el autor del libro mencionado. Cuenta en el “Epílogo” que el título nació de la visita que hizo a una exposición de la Casa de Misericordia de Barcelona, en la que encontró, entre otras cosas, peticiones de las viudas que, al final de la guerra civil y ante la durísima posguerra de los derrotados que se veía venir, irremediable, prefirieron meter a sus hijos en un orfelinato a verlos morir de hambre a su lado. Como los niños de Morelia en México. “La conclusión era clara”, escribe Margarit, “me venían a la cabeza las solicitudes de las madres, y la intemperie era mucho más espantosa. Por eso se esforzaban para que sus hijos entraran en aquel lugar. Y entonces la mente daba un salto hacia la poesía, hacia lo poco que quizás sirva un poema para ayudar a soportar el dolor y las carencias. Pero no hay nada más, y si esto es triste, es mucho más triste la intemperie sin los versos. La poesía: una especie de casa de misericordia.”  Esta idea de que la poesía sirve como último refugio de desesperado se corrobora en múltiples instancias, desde las repetidas imágenes de quinceañeros embebidos hasta quienes enfrentados a la muerte, se encuentran con que el único asidero que tienen para detener el vendaval, para sobrevivir la pérdida, es un poema que olvidado hace muchos años, por un procedimiento que llamaré siniestro de la mente, regresa. Margarit continúa su indagación sobre el carácter chamánico del poema y lo asimila al concepto de “caja negra” de la teoría de la comunicación, que define como “un proceso de entrada y salida” que explica lo que significa “entender” un poema. “Ahí entra una información y sale otra”, dice Margarit: “ la información de entrada es una persona con un determinado estado interior, que yo diría, continuando dentro de la terminología de la teoría de la información, tiene un grado de desorden. Un grado de desorden son el miedo, los malentendidos, las tristezas… Factores que continuamente están amenazando el equilibrio interior. La información de salida es esta persona que, después de leer el poema, tiene un grado menor de desorden o, si se quiere, se siente más ordenada. Entender un poema es un proceso de entrada y salida de una caja negra.” La idea es atractiva, pero en el salto triple que Margarit da de una a otra metáfora, para usar un símil deportivo, un pie cae fuera del foso. El problema es que la magia y la teoría, en lugar de ayudarse, se entorpecen mutuamente, y la imagen de la casa de misericordia no embona del todo en la caja negra. El salto de la casa a la caja y de la misericordia a la oscuridad desacomoda muchas cosas. Para poder acercarlas es necesario volver a incorporar todo lo que significan tanto esas palabras como los sentidos que atraen. Y para que verdaderamente funcionen se necesita no dejar casi ningún hilo suelto. Los poemas pueden ser también casas de oscuridad y cajas margarit.jpginmisericordes. La experiencia de un orfelinato es siempre distinta, y depende de quién la haya vivido. En la magistral novela de Mercé Rodoreda La plaza del diamante, que también se desarrolla durante la guerra y también en Barcelona, una madre deja a su hijo en los precarios asilos que se organizaron en medio de la guerra. Cuando ya ha pasado todo y vuelve a buscarlo es un niño cambiado, cargado de un miedo y un abandono que no lo dejarán jamás. Por eso, cuando Margarit dice que a la caja negra se entra, ¿quién nos asegura que se pueda salir? Y si acaso se sale, ¿se le deja atrás? Más que haber entendido algo lo que sucede es que ese algo se ha integrado en nosotros. No leemos lo que creemos que necesitamos sino que la lectura incrusta lo que necesitamos. No inventa la necesidad sino que la alcanza y la saca a la luz. Y por eso la poesía, o mejor, lo que la poesía hace, es indispensable. Por eso los poemas, un mismo poema, pueden ser también casas de oscuridad y cajas inmisericordes. La caja negra es el poema, desde una interpretación, pero en una reversión de los sujetos y objetos es también la mente de esa persona, y el poema lo que allí se estabiliza. No se entra en el poema sino que el poema entra en nosotros. La caja negra, la caja de resonancias, es nuestra mente.  Si esto es así, no hay manera de saber de antemano, ni de decidir a trasmano, qué se queda ahí. Los procesos de acomodo que se dan en el acto de entender un poema son mucho más complejos, como le reclamaba Margarit a Ferrater, de lo que él mismo los concibe. Es decir son tan complejos como los propios poemas de Joan Margarit. La poesía es, efectivamente, una casa de misericordia, pero la caja negra es el lector. Entrar ahí no significa salir curado. Significa estar en contacto con las emociones que nos puedan sobrevenir. Al salir de ahí las llevamos con nosotros, nos llevan con ellas. Si nos sirven para sobrevivir no es porque nos sosieguen, sino porque amplían el registro de nuestra propia emoción. Quien lea los poemas de Joan Margarit sabrá que ellos hacen eso. No se puede negar el lado oscuro de su virtud. En ellos pasan cosas hermosísimas pero también cosas atroces. Vivir con todo eso es lo que nos enseña un poema. Negar una parte es despojarlos, dejarlos a la intemperie, huérfanos..


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