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yannis-ritsos-sueno-de-un-m.jpgSueño de un mediodía de verano
Yannis Ritsos
Fondo de Cultura Económica
México, 2005

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ANOCHE LOS NIÑOS NO DURMIERON. Habían encerrado un montón de cigarras en la cajita de los lápices y las cigarras cantaban bajo sus almohadas una canción que los niños conocían desde siempre, pero que olvidaban al despuntar el día.

Ranas doradas, sentadas en la punta de sus patitas y sin dejar de ver sus sombras en las aguas, semejaban pequeñas esculturas de la soledad y el sosiego.

En ese momento la luna tropezó con los chopos y cayó en la espesa hierba.

Hubo un gran susurro entre las hojas.

Corrieron los niños, tomaron con sus manos regordetas la luna y toda la noche jugaron en el campo.

Ahora sus manos son doradas, sus pies dorados y en lugar de huellas dejan lunas pequeñitas sobre la tierra húmeda.

Pero, afortunadamente, los adultos que saben mucho no ven demasiado.

Sólo las madres sospecharon algo.

Por eso los niños esconden sus doradas manitas en los bolsillos vacíos, para que su mamá no los regañe por haber jugado en secreto toda la noche con la luna.



POR LA NOCHE, CON SUS vestidos blancos, pasaron frente a nuestras ventanas los almendros: lentos y tristes, semejantes a aquellas pálidas adolescentes del orfanato que vuelven de una pequeña excursión, el domingo, tomadas de la mano, de dos en dos, sin proferir palabra, sin ver las estrellas que germinan una a una en la sombra, lejanas y felices.

Mañana enviaremos a los almendros a dar una vuelta a las orillas del mar, para que enjuaguen de sus rostros el polvo de nuestra tristeza.

Y en la tarde, cuando vuelvan contentos, traerán nuestras primeras palabras húmedas aún de mar, y nosotros lloraremos junto a la venta abierta la alegría de saber que podemos llorar.



ANOCHE DORMIMOS ACURRUCADOS EN EL delantal de la primavera, apoyando nuestra cabeza  en su corazón.

En sueños oíamos el aliento de las aves y el latido de nuestro corazón.
Por la mañana, cuando despertamos, vimos el cielo caminar en nuestro dormitorio, parecía un pájaro azul de ojos dorados que picoteaba las migajas de las sombras que se habían quedado en el suelo desde la noche anterior.

Un segundo, vamos a lavarnos y ya estamos.



NIÑAS PEQUEÑITAS ENJABONAN EL PELO al sol y el sol blasfema como un chiquillo mal educado al que sumergen la cabeza al estanque para lavársela.

Miles de pompas de jabón suben en el aire, semejantes a diminutos arco iris sobre el horizonte de una mariposa encantada.

Las palomas persiguen las burbujas.

La luz gesticula mientras regaña a las golondrinas soñolientas.

Y a pesar de tanto ruido, no interrumpen su sueño los adultos.

Pongamos, pues, una cigarra en la nariz del abuelo para que sienta el olor de nuestra primavera y su bastón florezca como un cerezo pequeñito sobre la cisterna.



LLAMAMOS AL FOTÓGRAFO AMBULANTE QUE pasaba esta mañana por el campo.

No sentamos bajo los almendros, colocamos en medio a la abuela y al abuelo y apretamos los labios para no reír al ver esa ventanita redonda que se parece al ojo de una vaca soñolienta.

En la fotografía sólo salieron flores, mariposas y sol.

La abuela y el abuelo se echaron a reír al ver que no somos más que flores, mariposas y sol.

También nosotros nos reímos y alrededor de nosotros y dentro de nosotros todo reía –todo: las flores, las mariposas y el sol.



AHORA HAN CERRADO LAS ESCUELAS. Es verano.

Juntamos flores y cigarras y llenamos el escritorio de papá y las mesas sobre las que nos inclinábamos en las noches de invierno cuando estudiábamos latín.

En vez de sal echamos dos puñados de sol en la comida que prepara mamá.

Nadie comerá a mediodía.

En los platos brillará el sol.

Papá estará serio.

Mamá triste.

Nosotros fingiremos no saber nada.

Miraremos el sol a través de la ventana y reiremos disimuladamente.

Nosotros comeremos nuestra comida.

Y cuando llegue el invierno, el sol alumbrará todavía en nuestro corazón.


 


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