Poemas de Raúl González Tuñón

No preguntaron

Vinieron de tierras subidas a los mapas.
Según la latitud agrias o dulces,
duras o fraternales.
Oh viajeros,
con puñales, con rosas, fotografías de jefes queridos,
de niños solos, lugares y muertes.

No preguntaron.

Así vinieron,
nadie los llamó.
Un día llegaron a morir en los muros de la ciudad
  sitiada,
de la que sólo vieron sus orillas.

No preguntaron.

¡Tan delicadamente!
Qué aristocracia popular,
qué señores de la sangre y qué ilustre morir
cuya herida
explicaba el secreto de la pólvora.

No preguntaron.

Ellos,
los hombres de la primera columna voluntaria,
no preguntaron ¿cómo va el museo?
¿dónde están las mujeres y las coplas?
¿cómo se come aquí? ¿dónde está la taberna?
¿cómo se va a la catedral? ¿dónde está el cementerio?
ni cualquier otra cosa que pregunta un viajero
que conoce la sed, el hambre, el mundo.

No preguntaron.



Edgar Poe

PETER Brueghel, Iernimus Bosch, y Patinir,
Goya y Petrus Borel lo hubieran comprendido
(¿quién dijo que el delirio de la razón
engendra monstruos?)
La sociedad de los Rotarios,
los linchadores de negros y de rosas,
los verdugos de niños y de sueños
le daban asco y él bebía, ¿para olvidar?,
cuando aún no existían
las letras de los tangos tristes



Blues de la Bohardilla.  

  Estoy solo en mi cuarto y por eso viene la fiebre
verde a devorarme.
  ¿Cómo te diré mi más bello poema? ¿Qué hará mi
corazón tan solo?
  Los tejados deslizan hasta el suelo musgo y cantos
de pájaros.
  Otras tantas muertes ruedan en la canaleta del día.
  Las lavanderas inclinadas en las bateas
y los chiquillos pecosos que crecerán sin cultura.
  Los obreros que vuelven de los talleres sólo
recuerdan ruidos.
  El rumor de la ciudad achicado, perdido en el
rumor de las alcantarillas.
  El muro del asilo fresco y sonoro y dos árboles y
dos ventanas y dos luces y dos pesos. Solamente dos
pesos.
  Y el reloj que no quiere detenerse para aguardarte
y sigue palpitando el tiempo.
  Y los libros ya manoseados llenos del drama que
superamos.
  Y los retratos, otras tantas muertes colgadas.
  Otras tantas ruedan por la canaleta del
día.
  Y el penúltimo cigarrillo que arrojamos sin sentir
por el ojo de buey de la soledad.
  Y el trepidar del tren asombrando la entraña de
la tierra.
  Un grupo de croatas ha invadido la zona de Berchold
en busca de oro.
  Los hombres dentro del túnel buscan el oro que
nace sucio y socavan la sociedad cuya base no podrá
ser el dinero sucio.
  Los cadáveres marchan con una linterna en la
frente.
  Así murió el padre de Catalina.
  Un hilo de sangre le salía de la boca al asesino.
  Nada se sabe del submarino hundido.
  Señores profesores: el materialismo dialéctico es
también poesía.
  Piensa que en el fondo de los mares andaba
y apenas salía a flote para ver con su único ojo terrible
los navíos a la distancia.
  Piensa que fue afilado y sereno y tuvo gracia de
perfectos tornillos.
  75 hombres están agonizando dentro del submarino.
  A la hora de cerrar esta edición.
A semejante profundidad no llegarán los buzos, el
cable de oxígeno, el discurso del Almirante, los sollozos de los parientes, los nombres de las tabernas,
las mujerzuelas de los muelles, el hinchado viento
del puerto, nuestro viejo amigo.
  ¿Paciencia?
  Ayer enterraron al tercer pistolero muerto. (Los
policías dispararon sobre él mientras dormía.)
  Es tiempo de ocuparse del hombre.
  De Dios nos ocuparemos más tarde.
  Y cada uno puede cultivarlo a su hora.
  ¡Viva Nicolás Lenin!
  A los quince años me decidí por la aventura y
soy en potencia el más grande de los aventureros.
  Mis camaradas no lo saben y a mí me importa un
comino que ni siquiera digan como la dueña de mi
casa: -“Si él quisiera…”
  Es tremendo pensar en la vida microscópica que
se realiza en las aguas estancadas.
  En el Instituto Osvaldo Cruz, de Río de Janeiro,
pude comprobarlo.
  La intimidad de mi esperanza no conoce el reposo.
  Mi sueño no tiene límite y está siempre despierto.
  Escucha ahora el silencio, la noche de mármol, la
línea oscura del horizonte, la estatua de la plazoleta,
el canto del borracho conocido.
  Amiga, pequeña amiga, qué horrible es estar triste
 y los poetas creen lo contrario.
  El sulfato de cobre se disuelve en un litro de agua.
  La lluvia ha venido con todos sus tambores.
  Un ejército de burbujas se ha instalado en el techo.
  Me martiriza la soledad, me ahoga, me devora
una fiebre verde, como si estuviera en el corazón
misterioso de África. 

Los ámbitos trashumantes de Raúl González Tuñón...


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