Periodico de PoesíaPoemas inéditos de Luis Fernando Chueca, Julio César Félix, Constanza Izquierdo, Felipe Juaristi, Carmen Sánchez, Josué Vega López

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

  

 

 

 

 

 

Luis Fernando Chueca
(Lima, Perú, 1965)

Cuzco 1984

La imagen ofrece un lugar común: en Cuzco, seis muchachos en fila delante de la piedra de los doce ángulos. Es 1984, están de vacaciones y no alcanzan los veinte años. Tienen la belleza de la edad y refulgen a pesar de la jornada agotadora. No lo saben, pero miran hacia algo que la proximidad de la piedra representa.

Veinte años después me detengo ante la fotografía que conserva aquel instante. Recorro la toma contra el orden propuesto por el lente de la cámara. El último en la fila (el primero en mi repaso) es Juan Pablo. Vive en Europa y recibo sus correos con largos intervalos. En uno reciente me habló del tiempo y la distancia que taladran la memoria. A Pancho, a su lado, lo vi hace pocos días. En el 84 era el único en quien podíamos reconocer la escritura inmediata de la muerte: la ausencia de su madre le había dejado una marca en la mirada. Pancho ha ilustrado algunos de mis poemas y quizás quiera hacer un dibujo de este retrato funerario. Al despedirnos acordamos buscar a Paco, que está dos puestos más allá. Paco será el primero que lea este libro cuando lo haya terminado: comparto con él varios nombres de este listado y es posible que encuentre en él algún asomo de su voz. Para ambos escribí en 1988 un texto cuyo final decía: “Regresamos, uno por uno / a la última esfera del infierno”. Eran tiempos oscuros y pensaba ingenuamente que el poema serviría de exorcismo. De César, ubicado entre ellos, no tengo noticias. Diría que la tierra se lo tragó si no fuera porque sé que hay abismos que de pronto se agigantan. Luego de Paco estoy yo, aunque alguien piensa que es imposible reconocerme. El primero al lado de la piedra es C. Él guardó los negativos de ese viaje adolescente del que queda como único testimonio la imagen que comento. Murió casi de golpe hace tres años: la piedra absoluta de la ausencia creciendo desde el centro de su cuerpo. Lo visitamos ―Pancho, Juan Pablo, Paco, yo― varios sábados seguidos pero no pudimos verlo. Lo siguiente fue el velorio y el entierro.

Para ellos escribo este poema.

 


 

 

 

 

 

 

Julio César Félix
(Navolato, Sinaloa, 1975)


V

EN LA DIGESTIÓN DEL SÍMBOLO

y las alucinaciones y pasmos
en un letargo medieval y absurdo:
todo renace en la sobremesa quimérica
de Aurelia, Beatriz, Laura, Alejandra,
todos los nombres de todas las cosas
los nombres de la piel
Los nombres del fuego
la mutación del aire de la estepa ardiente
una idea fundida con la nada
con el olvido de tinieblas;
las formas ondulatorias del habla
existen cuando decimos nada
y otros dicen que fueron
soy
estoy
las piedras ruedan
rasgan
rompen
esa fragilidad
de la ventana con vista al sol
de tus recuerdos;
arena acumulada
en el calcetín
en ese estar ahí, oculto
reprimido en sus dobleces
de tela
en esos aromas de tierra.

Estos calcetines apestan.

La voz desconocida
en el eco enegrecido;
en la germinación de Aurelias muertas
renegando a Verlaine
único creador de la sutileza simbólica;
no somos más que ruido ensordecedor.

Aquí es donde me venzo,
uno no dice nunca algo:
Somos venas transitando
los senderos transparentes
de los sueños de ayer.
La magia se activa
en los pies del peregrino,
éste es errabundo.

57 segundos de un preludio escrabiniano
bastan para morir o vivir –para el caso es lo mismo-
escuchando música.

 

 

 


 

 

 

Constanza Izquierdo
(Ciudad de México, 1986)

Miradas del tiempo

 

El polvo cae
sobre ojos abiertos
                        inertes
historias cerradas y vidas
                                suceden
mientras las cariátides
                permanecen impasibles
los cielos se mueven
                 cambiantes de amaneceres
el viento libre viene y retorna
          sigue la forma de un mundo
con lento movimiento deteriora
             las figuras que guardan memorias
y el tiempo que construye siluetas
                  se encarga después de diluirlas.

 


 

 

 

  

 

Felipe Juaristi
(Azkoitia, Gipuzkoa, España, 1957)

Para Luciano, de corazón

Los pájaros tienen su patria:
ligera como una pluma,
vital como el aire,
ancha y extensa
como un corazón generoso.
Allí encuentran refugio
todos los pájaros,
los tristes y los alegres,
los asustados y los intrépidos,
los grandes y los pequeños,
los vistosos y los feos.
No hay banderas en esa patria.
Pero todos los colores se unen en su cielo:
el negro del cuervo,
el blanco de la paloma,
el verde del jilguero,
el amarillo del canario,
el rojo del petirrojo, cómo no.
No hay muros en esa patria,
ni jaulas, ni manicomios, ni cuarteles.
No hay armas en esa patria,
 ni escopetas, ni fusiles, ni pistolas.

Todas las noches sueño que estoy aqui

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El deseo arroja el cuerpo
hacia su propio abismo.

El deseo libera al ser
de sus propias cadenas.
Y luego le impone otras
más duras y reales.

 

 


Estos poemas fueron traducidos del euzkera por el autor

 

 


 

 

 

 

 

Carmen Sánchez
(Ciudad de México, 1964)

x

Alzada por el mar
La arrolla su marea
la atrae
la rodea
Colmándola
De sal
de brea
Elevada en sus olas
Ahogada de tormenta
La estrella
se fragmenta
de luz
de arena

 


 

 

 

 

 

Josué Vega López
(Ciudad de México, 1976)

sueño

Eres negro. Tu pelo rechina en la fricción de la carrera; luciérnagas rojizas te resbalan como sudor. Tu respiración se mueve, transita de un músculo a la crin, de la grupa al cráneo y así sucesivamente.
Hoy puedo sentir el pavor, escándalo de la espina dorsal, el vidrio estrellado del sobresalto.
Tu enfermedad es progresiva, se espesa con las horas, te hierve en la prisa.
¿A qué recintos te niegas a entrar?
¿Qué pastos prefieres fermentar con tu paso inacabable?
¿De qué puertas te escondes?
¿Por qué quieres ser pesadilla, obsesivo tambor en la sien?
¿Por qué la noche, el dardo entre la selva espesa?
¿Por qué su veneno preparado para el sigilo, la conspiración?
¿Nunca te has quebrado el sueño para lamer la inmovilidad de tu jinete?
Hoy puedo ver la cicatriz que la luna le ha abierto a la noche.
Luz para tu cuello en tensión. Así sangras tu aceite vibrante como nervio.

Zarpas en el sueño:
Velocidad opaca, ultrasonido, electrocardiograma de la velocidad.
Derrumbe de ojos, pastar de orejas que mastican el silencio.

Sólo una rendija pide tu velocidad.

¿Acaso no amas tu velocidad?
¿Acaso no sabes mirar las nubes?

Sólo esta rendija pide tu velocidad.

(abril de 2007).