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Alejandra Villarreal
(Reynosa, 1973)


Sólo existe el soplo del silencio, mancos ademanes que juegan a encender y apagar luces. Es el andén que se adormece entre los pasos del día, la sed inaguantable de este desértico paraje de voces que se alargan hasta la guarida de la ausencia. Es el deseo que imprime estrías en la piel que reposa frente a los atardeceres mudos de lo inútil, de lo que no respira, de lo que no late.
Estática, veo pasar la cadencia final del día.  El bochorno  me desliza entre los pliegues de la espera.  Todo es estático, y te nombro para mover las horas del día.

 

 

La casualidad jamás volvió a unirlos.  Ha sido incesante el estruendo amoroso de la memoria y la impaciencia se ha convertido en un augurio de silencio. La  ciudad se ha dedicado a hilvanar estructuras, bifurca sus verdades en parajes dulces
donde el suspiro se confunde con la manía del jadeo. Es distancia, desencuentro  que  mantiene su equilibrio detrás de la palabra.

 

 

La palabra es una búsqueda muda,  deshoja la húmeda vía de mi memoria.

 

 

Sé que un día ya no sentiré el tiempo, que estaré abrumada por tanta quietud,
que los parajes vistos con estos ojos inmensos  se cubrirán con el insomnio del cielo. 


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