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portada-mano.jpgPoemas de la mano izquierda
Luis M. Verdejo,
Textofilia, Colección Lumia, México, 2008

Por Tania Favela
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Cuando abrimos el libro de Luis Verdejo, después de la dedicatoria, leemos: poemas de la mano izquierda fue escrito entre 1992 y 2008, y debajo de estas fechas aparece un epígrafe: “like a lone ant/  from a broken ant-hill”, que en una traducción muy literal dice algo así: como una hormiga solitaria que viene de un hormiguero destruido.

Quisiera comenzar a hablar de la poesía de Luis Verdejo, tomando este epígrafe y los 16 años que transcurrieron para la escritura de su libro. Me gustaría hacer una comparación entre esa hormiga solitaria y el trabajo del poeta, que implica también soledad, paciencia y constancia; un trabajo que no tiene ningún tipo de garantía, que se realiza porque sí, porque se cree en la escritura como tal y en la necesidad que tiene la vida de ésta. Verdejo se inserta precisamente en esa línea de poetas, aquellos que ven en la poesía una forma de vida, aquellos que ven en ella, incluso, una forma de salvación. Más allá de premios, becas, reconocimientos; más allá de la obsesión de publicar por publicar, más allá de todo ese andamiaje, que más que ayudar, distrae, Verdejo se ha mantenido fiel y firme ante el proceso mismo de la escritura, se ha mantenido alerta y a la espera. Y es por ello justamente que en este primer libro recoge 16 años de trabajo.

Como la hormiga que viene de un hormiguero roto, Verdejo viene también de un mundo diezmado; amigos, conocidos, familiares que ya no están, son motivo recurrente de sus poemas. Podría decirse que su poesía gira en torno a dos polos principalmente: la muerte y el anhelo de vivir o quizás, más que anhelo, lo que hay en el centro de sus poemas es un constante maravillarse ante la vida, una mirada de asombro que descubre la belleza en los objetos cotidianos que lo acompañan, en las personas con las que convive, en los animales o plantas que se cruzan en su camino; en un plátano, una guayaba, una taza, una mesa, un colibrí, en todo ello encuentra, como el mismo Verdejo lo dice en un verso, la semilla del poema. Y esa semilla implica, al mismo tiempo que la construcción del poema, la construcción de su propia vida. La base, la raíz, desde la cual enfrentar y penetrar el mundo. Para Verdejo, como lo dice Juan Alcántara en la contraportada del libro: “el papel del artista es embriagarse de la inagotable belleza para luego señalarla, celebrarla, hacerla circular para todos como una especie de antídoto feliz de todas nuestras muertes”. Y en verdad, la poesía de Verdejo, a pesar de su insistencia en la muerte es, antes que nada, una celebración de la vida.

Ezra Pound en su libro El arte de la poesía nos dice que igual que en la medicina, existen el arte de diagnosticar y el arte de curar; el primero persigue el culto de la fealdad y señala las heridas, los síntomas de la enfermedad del mundo; el otro, persigue el culto de la belleza, nos fortalece, señala lo que vale la pena vivir. Pensando en las palabras de Pound, me parece que la poesía de Luis encuentra un equilibrio entre ambos: diagnostica y cura.

Luis Verdejo nació en Tijuana, y a pesar de vivir en el Distrito Federal desde hace más de 20 años, muchos de sus poemas rememoran el paisaje de Tijuana, los cerros, las rocas, el cielo, el mar, los juegos de su infancia, la bicicleta, las caminatas; pero también, registran la violencia del lugar y sus habitantes, violencia del pasado y del presente. La “violencia de las horas”, título de uno de sus poemas que supone un homenaje a Cesar Vallejo, señala la violencia contenida en todo hombre, pero a la vez, muestra que ésta no es sino exceso de energía que podría transformarse, volverse creativa: “en aquel tiempo/ los niños miraban/ con ojos de insecto inteligente/ eran como Tom Sawyer/ pero violentos/ hasta la sangre”. ¿Cómo canalizar esa energía?, se pregunta Verdejo, ¿cómo lograr crear a partir de ella? Se bosqueja entre las líneas del poema, una de las funciones posibles de la poesía: liberarnos, ayudarnos a vivir, combatir, desde el lenguaje mismo, una realidad demasiado dura, áspera, intratable.

Toda creación supone energía. El poeta, dice Charles Olson, toma la energía del mundo, la transforma y la lleva a su poema; en este proceso de transferencia de energía, del mundo al lenguaje, el poeta debe cuidar que la energía no se disemine, no se pierda ni se malgaste. Un poema es un objeto cargado de energía. Esta definición podría abarcar no sólo al  poema, sino al arte en general;  al ensayo,  la narración,  la pintura, la escultura. En todo arte, la composición, la construcción busca contener esa energía.

Luis Verdejo ha dedicado su vida a la poesía, pero también a la pintura y a la escultura. Quizás por lo mismo tiene un agudo sentido de la composición y una relación sensorial con las palabras. Colores, formas, contornos, matices, texturas, son elementos fundamentales para los poemas de Verdejo. Su poesía tiene un fuerte acento visual, es una poesía para el ojo, más que para el oído, una poesía construida en base a la imagen y a una imaginación material. Todo está ahí para ser visto, para ser tocado; todos los objetos que nombra adquieren una presencia concreta ante los ojos del lector, los sentidos se abren, el gusto y el olfato también tienen su lugar en los poemas:

Verdejo, en este libro, hace uso de su experiencia como pintor y escultor: colorea, matiza, crea atmósferas, resalta contornos, delinea los objetos. El mismo título del libro hace alusión a una técnica de dibujo; ejercitar la mano izquierda para dibujar y pintar es un ejercicio conocido entre los pintores, Luis, un poco en juego, transfiere a la escritura este ejercicio.                        

Poemas de la mano izquierda es también un libro autobiográfico. El poeta registra momentos de su vida, de su pasado y su presente, personas, situaciones, encuentros;  pero también están en sus poemas las huellas de sus lecturas, citas de versos, frases sueltas, nombres de poetas o narradores, además de los pintores y escultores que menciona y a los que dedica buena parte de su libro. Es como si Verdejo no quisiera dejar de mencionar a aquellos artistas con los que ha entablado un diálogo a lo largo de su vida. Aquellos pintores, poetas o músicos que le han dado un sustento, que le han señalado un camino. Ahí están Van Gogh, y Cézanne, Rembrant y Soutine, su querido Paul Klee, Goeritz, Rodolfo Zanabria (pintor mexicano del que Verdejo fue amigo), Gaugin, Twombly, Matisse, pero también Bob Dylan y Vinicio de Moraes, y al lado Rilke, Montale, Rimbaud, Robert Creeley, Basil Bauting, y los poetas chinos de la dinastía Tang y los poetas japoneses, Issa, Basho. Esta larga lista de nombres nos habla de que para Luis Verdejo la poesía funciona también como un homenaje, homenajear a aquellos que hicieron del arte la verdadera tarea para la vida, frase de Nietzsche que Verdejo cita siempre con gusto y verdadera convicción.
 


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