La siguiente es una selección de la poesía del venezolano Rafael Cadenas, Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2009 en la que los poemas, más allá del orden cronológico en que fueron escritos, se organizan para forjar una visión que dé cuenta de los temas que le interesan a este poeta: la reflexión sobre la conciencia en busca de una ética de lo humano.
Selección de Claudia Posadas
(*Poemas tomados del libro Cadenas, Rafael, Obra entera (Poesía y prosa, 1958-1995), Fondo de Cultura Económica. México, 2000, Col. Tierra Firme).
Ars poética
Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.
No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir
brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis
palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.
Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame
la impostura, restriégame la estafa. Te lo agradeceré, en serio.
Enloquezco por corresponderme.
Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.
(De Intemperie, 1977)
El monstruo
El hombre sin piel se levanta, evita los comunes tropiezos, rehúye toda relación.
Cualquier rozamiento, que en nosotros no pasa de producir cierta sensación de pérdida, a él se le puede transformar en un desarreglo prolongado. No es un hombre de una pieza sino una máquina al desnudo con todos sus engranajes, mecanismos, truncos descubiertos.
Como las sensaciones no llegan atemperadas sino de lleno se puede decir concisamente que vive a boca de jarro.
Sin métodos, sin rodeos, sin etapas, tal como vienen las recibe.
Lo que él entretenga también se produce así, sin más intermediario que el aire.
Ni siquiera el lenguaje mitigador, que desarma, que embota, que oculta, quitando poder a las cosas, le sirve para nada porque vive en significados.
No usa amortiguadores: habita en ondas drásticas que a nosotros nos parecerían devastadoras.
Sin embargo, este hombre incompleto puede servir y ha servido de medida probable para calibrar cualquier normalidad, someterla a juicio y decidir si es suficientemente cruel, como para admitirla, aunque los fallos pecan de exigentes.
Sin él darse cuenta suele enredarse, sufre malentendidos hasta jocosos, es víctima de equívocos en situaciones corrientes.
Este hombre complica, complica
Si se le entrega un pequeño laberinto, un laberinto de juguete con pocas vueltas, con un número razonable de trampas, con sorpresas a las que sea fácil adentrase, en pocos días lo convertirá en un enrevesado órgano de tortura.
Nadie se explica cómo pudo vivir, crecer y desarrollarse, pero que existe es un hecho cumplido.
¡Si hasta crea problemas!
(Uno de ellos es el de revelar los horrores del sitio donde vive, mostrando las marcas que deja.)
En suma, se mantiene, hace lo que todo el mundo aunque parezca un milagro y hasta hay ocasiones en que luce más resistente, menos ambiguo, más recto que nosotros los hombres rematados.
Acostumbra lamentarse, pero se ignora el momento en que le da por ahí. Así como tampoco se conoce el día en que siente más el tormento.
Él sabe que ese hábito maligno vuelve más penosa su deficiencia.
Los hombres completos no advierten a la primera mirada su déficit. Muchas veces les lleva días descubrirlo, pero una especie de irresolución del desollado los pone en la pista. De pronto notan que es desusadamente sensible. Comienzan a llamarlo poeta, aunque está lejos de eso, pues es sólo un hombre desabrigado. La confusión podría continuar, pero como él no hace ninguna demostración, gritan: “Fraude, Ni siquiera habla.” Un día se le pesca, es descubierto, queda desenmascarado, “No es tal artista”, anuncian, “simplemente le falta algo. Tomamos por arte una simple falla biológica. Es un impostor; se impone un desagravio a los verdaderos creadores” Entonces lo arrojan a un pozo, al pozo en el que siempre ha estado, donde es de esperar que pueda, ya que no criar piel, educar una costra que haga sus veces.
Se puede decir que así como carece de piel tampoco tiene moral, o que ésta es sumamente laxa, sustituible, vacante. La reemplaza con una especie de vaguedad que le sirve malamente de soporte.
Es que no puede permitirse, no puede darse el lujo de tener moral. Si su filosofía es frágil, su memoria es fuerte. En sus pliegues complicados los hechos se estancan. A este hombre no le está permitido olvidar.
Periodos hay en que toma su falla por signo de distinción. Cuando alguien no se la advierte, él se apresura a señalarla con alguna frase primitiva.
No deja pasar mucho tiempo sin aludir a esta marca de nacimiento.
Si se le reprocha su falta de agresividad, el casi hombre no encuentra una explicación satisfactoria. La ira, la ira compacta es en él fatalmente un asunto interno.
Sin embargo tiene compensaciones. El malestar de la infranqueable separación, la molestia de mantenerse “en forma”, los inconvenientes que proceden de tener un nombre, las ambiciones jerárquicas, la defensa del orden, son problemas que le tienen sin cuidado.
Por exceso de cautela, de perplejidad, sin saberlo o adrede, es un ser desalmado que oscila entre cálculos falaces e imprevisiones esmeradas. Su falta de veracidad es un escollo que no puede vencer.
Vivir textualmente, conforme con el curso de las cosas, está fuera de su alcance.
Le gusta hacerse el duro. Como en su caso el sufrimiento no es una mala costumbre sino una rutina, ya no le llama mucho la atención, y es poco dado a hablar de eso.
Este hombre inconcluso se desenvuelve con cierta soltura. Resulta difícil conocerlo a simple vista.
Es conmovedoramente común.
Le falta la piel adiestrada, la piel enseñada en los duros textos, lo que le da una cualidad ilímite, pero lo hace fácilmente expugnable.
Aunque tiene acceso a lugares donde sólo se llega desguarnecido, es fácil presa de todas las invasiones, está hecho para recibir de frente la inseguridad, y tiende a lacerarse más de lo que acepta la poesía.
*
Hace algún tiempo solía dividirme en innumerables personar. Fui sucesivamente, y sin que una cosa estorbara a la otra, santo, viajero, equilibrista.
Para complacer a los otros y a mí, he conservado una imagen doble. He estado aquí y en otros lugares. He criado espectros enfermizos.
Cada vez que tenía un momento de reposo, me asaltaban las imágenes de transformaciones, llevándome al aislamiento. La multiplicidad se lanzaba contra mí. Yo la conjuraba,
Era el desfile de los habitantes desunidos, las sombras de ninguna región.
Ocurrís sl final que las cosas no eran lo que yo había creído. Sobre todo, me ha faltado entre los fantasmas aquel que camina sin yo verlo.
Tal vez el secreto de lo apacible esté allí, entre líneas, como un resplandor innominado, y mi soberbia injustificada ceda al paso a una gran paz, una alegría sobria, una rectitud inmediata.
Hasta entonces.
Fracaso
Cuanto he tomado por victoria es sólo humo.
Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra.
Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías,
más precioso que todos los triunfos.
Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme.
Por mi bien me has relegado a los rincones, me negaste fáciles éxitos, me has quitado salidas.
Era a mí a quien querías defender no otorgándome brillo.
De puro amor por mí has manejado el vacío que tantas noches me ha hecho hablar afiebrado a una ausente.
Por protegerme cediste el paso a otros, has hecho que una mujer prefiera a alguien más resuelto, me desplazaste de oficios suicidas.
Tú siempre has venido al quite.
Sí, tu cuerpo, escupido, odioso, me ha recibido en mi más pura forma para entregarme
a la nitidez del desierto.
Por locura te maldije, te he maltratado, blasfemé contra ti.
Tú no existes.
Has sido inventado por la delirante soberbia.
¡Cuánto te debo!
Me levantaste a un nuevo rango limpiándome con una esponja áspera, lanzándome a mi verdadero campo de batalla, cediéndome las armas que el triunfo abandona.
Me has conducido de la mano a la única agua que me refleja.
Por ti yo no conozco la angustia de representar un papel, mantenerme a la fuerza en un escalón, trepar con esfuerzos propios, reñir por jerarquías, inflarme hasta reventar.
Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.
Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no me has dejado ser. Por no darme otra vida. Por haberme ceñido.
Me has brindado sólo desnudez.
Cierto que me enseñaste con dureza ¡y tú mismo traías el cauterio!, pero también
me diste la alegría de no temerte.
Gracias por quitarme espesor a cambio de una letra gruesa.
Gracias a ti que me has privado de hinchazones.
Gracias por la riqueza a que me has obligado.
Gracias por construir con barro mi morada.
Gracias por apartarme.
Gracias.
(De Falsas maniobras, 1966)
En el mundo no señorea el ser sino otra fuerza. Existe una desconexión con el fundamento. Esta quiebra forma el telón de fondo del caos actual.
La vida nos llamó desnudos, y cuando acudimos, el lastre nos impedía verla. No encontramos su casa. Ni el camino de regreso.
Si lo que existe nos parece poco, ¿qué puede sosegarnos?
Hablo desde la cárcel que tú también conoces. ¿Pero, ¿qué pasa si la aceptamos? ¿No se vuelve albergue? ¿No se una a nosotros para formar un ser real?
(De Dichos, 1992)
Inquisidores
Van de un sitio a otro midiendo, anotando, mordiendo aquí, más allá, llenos de baba de pasado, muecas, rótulos. Indician, señalan, dictan, corrigen, acosan. Ahí, dicen, está el culpable. Nuestros códigos amaestrados lo perseguirán ladrando día y noche. Ahí está, nuestros mastines olisquean el rastro sucio. Él es la mancha en nuestras baldosas. Agravia nuestra pureza. Por el mundo, siempre, con sus libros de cuentas, sus lápices perversos, sus esto sí esto no, sus autos de fe, sus pócimas vengativas, extendiendo un rojo metro sobre el cuerpo que la jauría va a perseguir.
Ahí está el que nos traicionó, dice. Escupamos, que ahí viene.
Espiémoslo como un solo ojo.
Fanáticos
El odio, el portero atroz, nos deja a la intemperie.
Las palabras las dice el odio, el odio los usa, el odio los maneja.
No tienen espacio. Nada cabe allí salvo ese amo incansable.
Sus uñas tenaces, sus ojos ausentes, sus bocas con altavoces obsesivos horadan la piel del mundo.
Por alguna divisa
Secta, milicia pavorosa.
Índices, anatemas, rótulo. Vértigo de condenación. Guerra. Se aniquilan los hijos de la luz, los dueños de la verdad, los gloriosos soldados. Fuego que vive en la boca, fuego en la saliva del odio, fuego masticado. Misión empapada en sangre. Cuerpos, dulces vasijas, horadados, irreconocibles, roídos. Cuerpos de cualquier bando, divinos, terrestres, caídos en cualquier calle. Cuerpos, suaves cántaros, más perfectos que la más perfecta idea, destrozados en cualquier lugar de la tierra.
(De Memorial, 1977)
No somos la fuente de nuestro vivir, pero por nosotros pasan las aguas.
Casi todas las místicas se fundan en la negación de lo que existe. ¿No es posible una “espiritualidad” terrena? Yo me niego a aceptar que la “creación” sea mala o simple peldaño hacia otro mundo o lugar de purgación.
Este presente es todo.
Aunque lo hayamos declarado inexistente, el misterio es una gravitación poderosa; se hace sentir por ráfagas, que sofocamos, ráfagas que dejan en los ojos una sal de abismo; ráfagas que nos hienden y nos dejan expuestos, en la extrañeza.
(De Dichos)
Moradas
En medio de la incertidumbre, el reto: la pregunta sobre el sentido de esta constancia que inscribe letras en el gran hueco.
Ser boca, a pesar de todo. Una manera de asentir.
Líneas perplejas. Voces en la espesura, sobrias.
Ramazones.
Lo andado nos sitia.
Camino en los bordes con venia extraña, de fondo. ¿Quién nos sostiene abajo? No veo la roca, lo último de la fundación, a donde no llegan las tormentas. Oscuro venero del adorador que arriba es espuma. Debajo Yace, contrafigura de una ausencia, lo incólume.
Después de la espera donde el rostro ser olvida, lo informulado desafiando la boca.
Nos quebramos sobre el existir que tiene manos simples. Nos enzarzamos entre lo nombrable. Caemos, recaemos.
Sabemos que no se puede entrar.
Este peso es el acompañante de todas las ingravideces. La ligereza se funda en lo más lejano. Ternemos horcas para cada desconcierto. Las preguntas caen solas. Las desgrava la corporeidad que restalla en el esplendor, tan ajeno y perteneciente.
En el centro de la magna ausencia asentamos nuestras casas. Su rumor inaudible las anima. Aunque vivimos para obedecer, somos los nómadas que invaden el terreno de un tirano. Una vez —se dice— nuestra voz resonó con fuerza, pero hoy se consume en su propia resonancia como una cara en un estanque, y cuando nos hablan de pesadumbre sabemos que ninguna sobrepasa casa una de nuestros nacimientos, este hilo roto que dejan nuestros pasos.
Sentir es magnífico; escribir, exultante; habitar, lo sumo. Pero ¿dónde está el ligar aplacado, el sitio de reunión, el punto del encuentro solvente?
Abandonamos. Decidimos vivir. Algo sigue sustrayendo fuerza a la fuerza. Porque existe un espacio, que no se entrega, donde los enemigos se reconcilian.
Los hados nos dieron
Una lengua noble,
Como un buen vino
De bodegas medievales.
Los poetas están entre los encargados
de custodiarla:
pero yo me afano lentamente
junto a los artesanos
por hacerme digno.
Con ellos se es menos exigente.
Sólo se les pide que no la deshonren.
Ya eso es bastante
para quien no nació rico
ni sabe asirse a las palabras.
Una labor sin pretensiones,
un trabajo
del taller que preserva
el bien recibido
y lo entrega a otras manos en el estrépito.
Algo humilde por necesario.
Uno sólo espera de los poetas
Un óbolo que nos sirva para el trayecto.
(De Gestiones)
Si el poema no nace, pero es real tu vida,
eres su encarnación.
Habitas
en su sombra inconquistable.
Te acompaña
diamante incumplido
(de Una isla, 1958)
You
Tú apareces,
tú te desnudas,
tú entras en la luz,
tú despiertas los colores,
tú coronas las aguas,
tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor,
tú rematas la más cegadora de las orillas,
tú predices si el mundo seguirá va a caer,
tú conjuras la tierra para que acompase su ritmo
a tu lentitud de lava,
tú reinas en el centro de esta conflagración
y del primero
al séptimo día
tu cuerpo es un arrogante
palacio
donde vive
el
temblor.
(De Una isla)
La palabra no es el sitio del resplandor, pero insistimos, insistimos, nadie sabe por qué.
(De Memorial)
Cuando nada pedimos, el mundo destella.
(De Dichos)