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portada-nadaismo.jpg Antología del Nadaísmo
Armando Romero, edición y prólogo
Sibilia/Fundación BBVA
Sevilla, 2009

 

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Gonzalo Arango

Los Nadaístas


Los Nadaístas invadieron la ciudad como una peste:
de los bares saxofónicos al silencio de los libros
de los estadios olímpicos a los profilácticos
de las soledades al ruido dorado de las muchedumbres
                                     de sur a norte
al encenderse de rosa el día
hasta el advenimiento de los neones
y más tarde la consumación de los carbones nocturnos
                               hasta la bilis del alba.

Va solo hacia ninguna parte
Porque no hay sitio para él en el mundo
                no está triste por eso
                le gusta vivir porque es tonto estar muerto
                o no haber nacido.

Es un Nadaísta porque no puede ser otra cosa
está marcado por el dolor de esta pregunta
que sale de su boca como un vómito tibio
                 de color malva y emocionante pureza:
                ¿por qué hay cosas y no más bien Nada?
este signo de interrogación lo distingue
de otras verdades y de otros seres

Él es él como una ola es una ola
lleva encima su color que lo define revolucionario
como es propia la liquidez del agua
                              del hombre ser mortal
                               del viento ser errante
del gusano arrastrarse a su agujero
de la noche ser oscura como un pensamiento
                               sin porvenir.

Ha teñido su camisa de revolución
en los resplandores de los incendios
en el asesinato de la belleza
en el suicidio eléctrico del pensamiento
en las violaciones de las vírgenes
o simplemente en el barrio pobre de los tintoreros
                               Lleva su Camisa Roja como un honor
como un cielo lleva su estrella
como un semáforo produce su luz intermitente
              de catástrofe
como una envoltura de Pall-Mall
perfumando su pecho de adolescente.
El Nadaísmo es joven y resplandece de soledad
                            es un eclipse bajo los neones pálidos
                            y los alambres de telégrafo
                            es en el estruendo de la ciudad
                            y entre los rascacielos
                            el asombro de una flor teñida de púrpura
                            en los deshechos de la locura.

Tiene el peligro de los labios rojos y los polvorines
mira los objetos con los ojos tristes de aniversario
           es el terror de los retóricos
            y los fabricantes de moral
es sensitivo como un tratado de magia negra
ruidoso como una carambola a las dos de la mañana
amotinado como un olor de alcantarilla
                       frívolo como un cumpleaños
es un monje sibarita que camina sin temblor
a su condenación eterna
sobre zapatos de gamuza
sufre el vértigo de los sacudimientos
                electrónicos de jazz
                y las velocidades a contra-reloj
corazón de rayo de voltio que estalla
                  en el parabrisas de un Volkswagen
                  deseando la mujer de tu prójimo

       Se aburre mortalmente, pero existe.

No se suicida porque ama furiosamente fornicar
jugar billar-pool en las noches inagotables brindar ron en honor a su existencia
estirarse en los prados bajo las lunas metálicas
                    no pensar
                      no cansarse
                     no morirse de felicidad
                     ni de aburrimiento.

Es espléndido como una estrella muerta
                    Que gira con radar en los vagos cielos vacíos.
                              No es nada pero es un Nadaísta
                                        ¡Y está salvado!



Jotamario Arbeláez

Después de la guerra


un día
después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
te tomaré en mis brazos
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra tengo brazos
y te haré el amor
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra hay amor
si hay con qué hacer el amor



Amílcar Osorio

Torso

Este muchacho romano
vino a Nueva York
entre los equipajes
de un arqueólogo.

No trajo los pies
Por la prisa.
Ni la pintura en los ojos
porque lo que había de ver
ya lo había visto.

Le queda la parte de la verga,
una mano y la cabellera,
de puro milagro,
porque era lo que más amaba.



Eduardo Escobar

Oración


Señor
Tú que no te afeitas con Gillette
Que no te lavas        la cara
ni los dientes
Que no usas vestido ni zapatos
Que no te dejas ver
a los ateos                 Déjate ver de mí
Ven y juguemos
Acariciemos juntos
las serpientes que tocan su cascabel
Leamos juntos
la vida de Tarzán
Sus inquietudes
Déjate ver de mí
Ven
y juguemos





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