Eduardo Carrera, Ediciones El Naranjo, México, 2007
Decir que todos llevamos un niño por dentro es un lugar común que confirma el carácter represivo de nuestra transformación en adultos. Casi todos recuerdan su infancia con nostalgia y aun existen algunos desgraciados que aseveran que aquélla fue la etapa más feliz de sus vidas, pues en ella eran libres (es decir, irresponsables), indiferentes al dolor y la opinión ajenos, cómodamente supersticiosos e ignorantes de casi todo. Por lo recién escrito considero la niñez como algo deleznable que es preciso superar con prisa y sin añoranza. Sin embargo, hace poco conocí un poemario escrito por Eduardo Carrera e ilustrado por Cecilia Varela, y en cuya contraportada advertía: “A partir de 6 años”. Como no encontré otro límite (“Para menores de 40 años”, por ejemplo), decidí leer. Al abrir el libro encontré el dibujo de un niño que pesca la palabra “Universo” entre algunos peces que nadan alrededor de la luna. Era éste el título del primero de los cuatro apartados del poemario. En “Luna”, el poeta dice con sencillez que ella viene “para llegar y quedarse/ iluminando los sueños.” Y de los sueños dice en el poema “Sueños” (título del segundo apartado) que “son también los ventanales/ para mirar hacia adentro”. Pero no son sólo palabras; la ilustración de “Sueños”, con sus aves, su sombra de ratón que corre como niño y su pintura de cielo escurrido, nos invita a gozar con la mirada y a leer el texto que tan hermoso disparate ha propiciado. El tercer y cuarto apartados (“Con mis alas de papel” y “Bichos confidentes”) incluyen poemas cuyo yo poético pertenece a los animales. Cada bicho nos habla con la voz prestada del poeta (y no al revés) para hacernos cómplices de su naturaleza tan cercana a la nuestra. El cocodrilo nos pregunta con inocente lucidez: “¿por qué si hay tanto mecate/ usan mi piel para cintos?”. En “La rana Filomena” vemos un anfibio cantar desde un plato de sopa y confesar: “En el agua yo he nacido,/ fui soprano de repente”. La humanización de los bichos ayuda a simpatizar con ellos y adquirir conciencia ecologista. Cito, por ejemplo, una cuarteta de “Murciélago Pancho”: Pues claro que me divierto
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