El libro de la naturaleza
César Vallejo Hojarasca y naipes Por Jorge Aguilar Mora
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El libro de la naturaleza
César Vallejo Poemas favoritos Por Jorge Aguilar Mora
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Profesor de sollozo –he dicho a un árbol– Sin duda, éste es uno más de los poemas de Vallejo que ofrecen alimento para pasar una vida entera recorriéndolos. Y para encontrarse en ese recorrido a otras vidas también alimentadas, en un proceso donde el mundo y la palabra se translucen mutuamente, y proyectan galerías infinitas de imágenes; imágenes que, al derecho, reproducen el rostro de la naturaleza, y que, al revés, revelan la imposibilidad de su sentido.
De los diferentes estratos de interpretación ofrecidos por el poema, hay uno que parece el gozne, donde los otros se abren y se cierran sin cesar. Es el de la ignorancia. Contra las pretensiones de sabiduría, indiferente a la vanidad de la acumulación de conocimientos, un auténtico materialista como César Vallejo afirma sencillamente que la verdadera fidelidad al mundo consiste en reconocerle sus inasibles complejidades y en aceptar nuestra ignorancia como una condición positiva. ![]() A diferencia de Neruda, Vallejo nunca fue “un hondero entusiasta”. Nunca intentó lanzar piedras al otro lado del muro, a lo trascendente. Instintivamente, siempre entendió que Dios andaba perdido en este mundo y sufría tanto como nosotros, o quizás más porque se suponía que debía saberlo todo, y lo primero que ignoraba es que estaba enfermo, que era un jugador vicioso de dados y un creador inferior a sus criaturas. El buen alumno de Vallejo es el que lee la naturaleza como si fuera un objeto y precisamente por ello no puede sino evaluarla. El buen alumno lee correctamente, pero también buenamente. El científico y el moralista son iguales: miran con objetividad la Naturaleza, la declaran buena, y se apropian de ella. El valor moral y material de la Naturaleza está en la Bolsa de Valores y en el laboratorio. La devastación de los últimos siglos es el regalo que le han dado a la humanidad los científicos y los moralistas (el capitalismo no es sino el vástago incontrolable de los dos). El mal alumno lee la Naturaleza con egoísmo y con interés mezquino. No la evalúa, la aprovecha para que le diagnostique su vértigo, para que le ayude a sobrevivir la angustia. Es el poeta y el filósofo y el panteísta que hacen preguntas al mundo esperando que éste responda con la solución mágica de la vida. Moralmente, estos egoístas son muy malos; pero, mal que bien, no destruyen la Naturaleza. Sólo le ven su lado curativo, el cual, solo, no cura nada. Ante la vida, ante el mundo, dice Vallejo, no hay que pasarse de listo tratando de ser “buen” alumno, ni pasarse de tonto tratando de ser “mal” alumno. Basta ser simplemente alumno. Aprender la ignorancia que enseña el mejor profesor: la enseña, la muestra, no la “transmite”. La Naturaleza muestra su doble condición: de caos y de orden, de azar y de legalidad… pero ninguna de las partes puede explicar el todo… sólo la calidad inextricablemente mixta puede enseñar algo, y ese algo no es conocimiento. La realidad del mundo no nos ofrece conocimiento. Para mejor aprender lo que nos da, comencemos por aprender a ignorar. Ignorar es un verbo tan activo como el verbo conocer. En contra de lo que dice la pedagogía y la educación moralistas y cientificistas desde hace siglos –reforzadas o encarnadas por el Cristianismo– ignorar es una conquista. Es conquistar este mundo y protegerlo contra el asalto de dioses muertos y de dios enfermo. Los verdaderos maestros son los tilos junto al Marne: son profesores, son técnicos, son rectores… pero de llorar, de obedecer al viento, de recoger la tierra y que se deshaga en nuestras manos mientras nuestras manos se deshacen en la tierra. Entonces comenzaremos a conocer, y no nos cansaremos, al rey precoz, telúrico, volcánico, de espadas… La Naturaleza no dice nada, dice todo. Por eso, el conocimiento sólo se alcanza si aprendemos, desde el principio, a ignorar. |