Querido Matías Vegoso:

 

Desde luego no me sorprende que no hayas estado el día 8 en el Zócalo de México participando en la marcha por la paz, y te diré, aunque te extrañe, que tu argumento de que los movimientos “por la paz” son demasiado vagos, o demasiado “etéreos”, como dijo el Secretario de Gobernación, me parece razonable. Sólo que a mí no me parece razón suficiente para no apoyar a los tales movimientos. Cuando uno se enfrenta a una corrupción tan generalizada como la de México, es difícil no generalizar. Los males concretos, tan numerosos como arraigados, los conoce todo el mundo. Lo malo es que no se sabe por dónde empezar. Los seis puntos que propone el movimiento son efectivamente algo heterogéneos, mezclan las críticas y denuncias con las exigencias y con las propuestas, y estas últimas quedan un poco en el aire ni no se acompañan de la manera de implantarlas. Los problemas de las democracias modernas son como muñecas rusas: si destapas una, dentro hay otra, y dentro de ésa otra, y así sucesivamente, y además casi todas en forma de círculo vicioso.

No es difícil señalar los errores más gruesos de la “guerra de Calderón”. Hay bastantes indicios de que el crimen organizado está infiltrado en muchas o todas las capas de las instituciones, incluyendo instituciones empresariales. Lo cual sería imposible si a su vez el poder judicial no estuviera profundamente corrompido, como se ha mostrado muchas veces públicamente, siempre por supuesto sin recibir ningún eco, salvo frecuentes persecuciones y amenazas. El caso reciente del documental Presunto culpable es altamente significativo. Al maniobrar vergonzosamente para impedir su difusión, las autoridades han confesado que son cómplices de la corrupción de los jueces y policías y que están decididas a perseguir a los ciudadanos que intenten resistir. Lanzar a la calle los cuerpos armados sin haber depurado antes la policía, el ejército, la marina y el poder judicial era una imprudencia demencial cuyo resultado no podía ser otro que el que estamos viendo. Y dentro de esta muñeca hay otra, que es el blanqueo de dinero, y dentro de ésa otra que es el tráfico de armas (la operación Rápido y furioso debería bastar, si el mundo fuera justo, para hacer caer juntos a los gobiernos de México y de Estados Unidos), y dentro de ésa hay otra que es el fraude fiscal y las exenciones tributarias. ¿Por dónde empezar?

Saltemos a lo más general o lo más “etéreo” para observar que el pecado original de la democracia es la falta de educación. Nada es peor que el gobierno de los ignorantes, obtusos y cegados. Para que el pueblo, demos, pueda gobernar tendría que estar educado e instruido. Círculo vicioso: sólo una democracia madura y desarrollada podría educar al pueblo. Es lo que que se ve en la historia misma de los tiempos modernos. Las primeras tentativas, en Inglaterra, de métodos democráticos, reservaban el voto para los varones alfabetizados y dueños de propiedades. Más tarde se amplió el derecho al voto hasta los pobres, pero no las mujeres. Qué injusto desde nuestra perspectiva, pero es que la democracia tenía que evitar que el voto democrático sirviera para implantar un gobierno antidemocrático. Todavía en la Segunda República española Victoria Kent se oponía al voto femenino para evitar que la Iglesia ganara el poder. Tal vez esas ideas no estaban tan despistadas, pues ¿no vemos ahora por todas partes al “pueblo” votar en las urnas por dirigentes antidemocráticos, que se aplican, por supuesto, a desmantelar la educación democrática, haciendo de este círculo vicioso su círculo victorioso? Y eso que en la época de aquellos demócratas temerosos no había televisión. Otra muñeca dentro de otra muñeca, porque en México, como en todas partes pero más a lo bestia, la televisión es la más venenosa deseducadora.

¿Por dónde empezar pues? ¿Por denunciar la mordida generalizada, la impunidad de policías y militares, la arbitrariedad de los jueces, el fraude fiscal? ¿O tal vez la irresponsabilidad de diputados y senadores (otra muñeca rusa), o la inmoralidad de los partidos políticos? Tú sabes tan bien como yo que para empezar por cualquiera de estas puntas la primera barrera es el miedo. México vive hace ya años aterrorizado, pero habría que repetirle todos los días al presidente Calderón que el miedo más cotidiano del ciudadano mexicano no es al narcotraficante o al secuestrador, sino al policía, al militar, al juez, al funcionario, a la autoridad. Un miedo que viene de lejos: mucho antes de que el narcotráfico se convirtiera en la pesadilla nacional, nada ya inquietaba más a un mexicano honrado que ver acercarse a un policía. Las primeras medidas de seguridad que el poder debería implantar, porque son las que están directamente en sus manos, serían contra la inseguridad que representa el poder mismo. Quien no se siente seguro frente a un policía o ante un juez, ¿cómo va a creer que ese policía y ese juez le van dejar seguro ante un delincuente?

Entonces, ¿qué hacer? Marchar por la paz es muy posible que no sirva de nada. ¿Cuándo se ha visto en México que un movimiento civil haga dimitir a nadie? Las raras dimisiones que se producen son resultado de mecanismos políticos. ¿Hay que organizar entonces políticamente ese movimiento? Yo no lo creo. Con eso se entraría en el toma y daca de la política profesional y alguna tajada le tocaría al movimiento. Pero ¿se trata de eso? El poder de convocatoria que tiene hasta hoy proviene precisamente de que los ciudadanos perciben con inusitada claridad que por ahora nadie está buscando una tajada. Marchar “por la paz” es tal vez demasiado vago y general, pero es a partir de esa generalidad no contaminada de intereses partidistas como podrían organizarse actos cívicos concretos suficientemente amplios para perder el miedo y que a la vez no aspirasen a tomar el poder o parte de él. A mi modo de ver, no deberían ni siquiera dejarse chantajear por la acusación que tú insinúas de no proponer nada concreto. Exigir, denunciar, pedir cuentas y explicaciones son acciones suficientemente democráticas, y si esos grupos ciudadanos empiezan en algún momento a proponer también soluciones, tendrá que ser en el contexto de esas exigencias y explicaciones. El gobierno dice que acepta dialogar, pero dialogar sería eso, no decirle a algún grupo: “Tú hablas, cenas y te vas a tu casa.” Y por lo pronto el movimiento está teniendo ya un valor inapreciable: un valor educativo, porque la educación que el poder antidemocrático ahoga no es sólo la de las escuelas y universidades, sino muy principalmente la educación ciudadana que sólo da el diálogo ciudadano. Aunque sólo fuera por eso, la Marcha por la Paz no habrá sido “etérea”.

Un abrazo no tan etéreo de tu amigo
T.S






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